El falsificador de pasaportes | Crítica

El arte de la supervivencia

Louis Hofmann, en una imagen de 'El falsificador de pasaportes'.

Louis Hofmann, en una imagen de 'El falsificador de pasaportes'.

El cine no descansa en su búsqueda de nuevos rincones, perspectivas, historias reales o anécdotas desconocidas dentro del socorrido (e inagotable) marco de la Alemania nazi y la persecución y el exterminio de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial.

Le toca ahora el protagonismo a otras víctimas y héroes de la resistencia y la clandestinidad en el frente de casa, más concretamente a Cioma Schönhaus, un joven judío cuyos padres han sido ya llevados a los campos y que resiste con cierto entusiasmo rebelde entre el piso familiar y su trabajo en una fábrica de armamento hasta que es contactado para poner en práctica sus dotes como diseñador gráfico falsificando pasaportes y ayudando así a otros judíos a escapar.

Maggie Peren (El color del océano) asume el encierro, los espacios de interior (apartamentos, habitaciones, escaleras, pasillos, un restaurante…) y la penumbra, trasunto metafórico de una sociedad constantemente vigilada, para dar cierta identidad a una puesta en escena rayana en el academicismo, y acompaña el moroso periplo de nuestro falsificador, sus encuentros, amistades, gestos honorables y amores en la reconstrucción de un estado de ánimo colectivo donde la ilusión de la resistencia y la posibilidad de fuga siempre están en lucha con las carencias, el miedo a ser descubierto y el desánimo.