Entre las higueras | Crítica

Un mundo en un día

Una imagen del filme de Erige Sehiri.

Una imagen del filme de Erige Sehiri.

Con qué poco se puede hacer a veces una hermosa película. La tunecina Entre las higueras es un buen ejemplo: apenas una jornada de trabajo en la huerta recolectando higos, un grupo intergeneracional de hombres y mujeres, una luz de verano que se filtra entre las ramas y las hojas de los árboles, un puñado de conversaciones y pequeñas historias espigadas aquí y allá, un par de escenas levemente dramáticas que dejan entrever los temas detrás de un día de faena cualquiera…

La franco-tunecina Erige Sehiri convierte esos elementos mínimos o menores en materia plástica y sensible de primer orden, pero también en relato político sobre la sociedad de su país, la diferencia de clases, la explotación laboral, el sesgo de género, la sororidad o las esperanzas de futuro de una generación que se debate entre la supervivencia, el deseo de libertad y la promesa de prosperidad.

El espíritu de Renoir parece impregnar las imágenes, sonidos y suaves vaivenes de un filme que se resiste a entrar a fondo en el drama y que prefiere siempre capturar con ligereza el tiempo y la luz, los rostros y las complicidades, los pequeños gestos del trabajo, el galanteo o el descanso, también la alegría de esas mujeres jóvenes pese a todo, como actos de vida y afirmación en un contexto que bien podría haber sido marco para una dialéctica más explícita.

Con todo, los tres actos se dejan sentir y el conflicto no disimula su trasfondo cultural, pero Entre las higueras conquista terrenos cinematográficos mucho más sugerentes y sensoriales que la convierten en una de esas pequeñas grandes películas del verano para cualquier época del año.