La historia la hemos visto muchas veces: un profesor (Juan Minujín) llega a un centro difícil para sustituir a un colega, tratar de domar a las fieras y trasmitirles cierto interés por la materia. “¿Para qué sirve la Literatura?”, les pregunta el primer día de clase. Los chavales eluden la respuesta, miran el móvil, dormitan o bromean.
Estamos en un barrio marginal de Buenos Aires y nuestro profesor viene rebotado de una carrera universitaria frustrada. Mientras intenta ganarse a los alumnos, trap mediante, lidia con un padre enfermo (Castro), figura respetada y fundador de un comedor social en la zona, también con una hija preadolescente, una ex-esposa (Lennie) y un piso nuevo.
A diferencia de un filme pariente como La clase, de Cantet, El suplente, a concurso en el último festival de San Sebastián, entra y sale del aula para abrirse a las circunstancias personales de su protagonista, también a las de uno de sus alumnos, utilizado por los narcos locales y pretexto para un intento de salvación.
Estamos ante un filme con demasiados frentes que aspira a naturalizar la lidia con el día a día, el entorno y la vida íntima entre pinceladas realistas, encuentros y tropiezos. Lerman (La mirada invisible, Una especie de familia) no siempre parece tener claro hacia dónde llevar su historia o a qué darle más peso, y el paulatino abandono del aula ahora vigilada hace que también perdamos foco e interés por el proceso educativo que conduce a una verdadera posibilidad de cambio, un cambio que termina llegando en todo caso de manera algo forzada.