Earwig | Estreno en Filmin

La atmósfera se comió al relato

Una imagen del enigmático filme de Lucile Hadzihalilovic.

Una imagen del enigmático filme de Lucile Hadzihalilovic.

Interesada por la revisión posmoderna y la vertiente siniestra de los cuentos infantiles, la francesa Lucile Hadzihalilovic (Innocence, Evolution) aborda en este su tercer largo, basado en la novela de Brian Catling y estrenado ahora dentro de la programación del Atlàntida Film Fest, un imaginario que adquiere un indudable protagonismo jerárquico sobre los mimbres narrativos de su propuesta.

Casi sin diálogos, con apenas un puñado de opacos personajes, morosa y siempre ambigua, minimalista y enigmática en su desarrollo, Earwig da cuenta de la relación entre un hombre y la niña a la que éste cuida por encargo en su apartamento, sometida a un metódico tratamiento dental que solidifica su saliva en una suerte de cristal preciado.

Hadzihalilovic asume los tonos oscuros y las texturas brumosas de una Inglaterra victoriana de posguerra que podrían haber salido perfectamente de un filme de Davies, aunque su querencia por las formas del género y el coqueteo con los asuntos de la Nueva Carne o la feminidad recluida y amenazada lanzan su película hacia un territorio incierto entre el sueño, la pesadilla y lo simbólico sobre la orfandad, la memoria, el duelo o el trauma.

El resultado es una cinta de ensimismada y deslumbrante belleza plástica, cortesía del director de fotografía Jonathan Ricquebourg y de un gran trabajo de ambientación, también sonora (se escucha la mano de Warren Ellis), aunque igualmente empantanada en su progresión, sus desdoblamientos y espejeos, algo que tal vez satisfaga a los amantes de un cine donde lo atmosférico y lo críptico se imponen sobre el relato.