Astérix y Obélix y el Reino Medio | Crítica

Irreductibles e incombustibles

Gilles Lellouche y Guillaume Canet, también director, en una imagen del filme.

Gilles Lellouche y Guillaume Canet, también director, en una imagen del filme.

Destinadas a salvar la taquilla del cine francés y con un elenco estelar del cine local, estas nuevas aventuras en carne y hueso de Astérix y Obélix aspiran a revitaminar la saga creada por Goscinny y Uderzo en 1959 para enseñar músculo de superproducción en un formato que no descansa ya tanto como anteriores entregas en el despliegue de efectos digitales o que al menos intenta disimularlos bajo la apariencia del viejo trucaje analógico, grandes escenas de masas y guiños a Morricone.

Toca ahora sacar a nuestros irreductibles galos de la aldea, rebajar la pócima con agua y atravesar el planeta con paradas en el Norte africano y el Medio Oriente con destino a la China Imperial donde recomponer el orden legítimo traicionado, intentar ligar lo que se pueda y librar una nueva y desigual batalla con la Roma del César-Cassel y el aguerrido soldado Antivirus que encarna Zlatan Ibrahimovic en uno de los varios cameos estelares del filme.

Con todo, la pegada cómica hay que seguir buscándola en el modo caricaturesco de los secundarios (ese José García como consejero de acento brasileño), en ese humor de parvulario actualizado que conecta el presente de los grupos y mensajes de WhatsApp con las cuitas amorosas o que hace de la dieta sana la pesadilla de un Obélix-Lellouche que sigue golpeando a mano abierta. También en los juegos de palabras, nombres ridículos, chistes anacrónicos y demás licencias marca de la casa que suban al carro de la franquicia a nuevos públicos mientras se masajea a los incondicionales con la justa dosis de nostalgia y familiaridad.