"Mi ambición es que un cuento tenga la importancia de un poema"
El escritor se inspira en 'Mirar al agua' en conceptos e intuiciones de las artes plásticas para ensayar nuevas formas de mirar la realidad y de narrar emociones
Javier Sáez de Ibarra relee estos días los Cuentos completos de Poe, un autor que, como Beckett y Kafka, siempre le ha interesado, aunque hasta ahora -dice- no se había percatado por completo de las corrientes subterráneas que atraviesan los cuentos del maestro y pionero del género en su forma moderna: "Hay tanta reflexión... Sin dejar de ser narraciones, tienen tanta trascendencia, tantas implicaciones". Curiosamente, la frase puede aplicarse también a Mirar al agua (Páginas de Espuma), la colección de relatos con la que ha ganado el Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero en su primera edición. Son 16 textos en los que el autor, nacido en Vitoria en 1961 y afincado en Madrid, parte de citas y pensamientos de artistas y teóricos para contar historias en realidad sencillas, diáfanas algunas de ellas, pero envueltas siempre en una sutil y compleja malla de meditaciones sobre el arte.
En Mirar al agua el arte -sus nociones, sus técnicas- es el punto de partida para hablar de muchas otras cosas, desde el dolor de un padre roto por la muerte de su hijo a un peculiar proceso de reciclaje de Las Meninas, desde la irresponsabilidad de los medios de comunicación a una lección práctica sobre los códigos del hiperrealismo y el surrealismo, dos caras de una misma moneda que, se mire como se mire, siempre parece muy extraña.
-En Mirar al agua, el cuento, refleja el recelo de la inmensa mayoría de la gente ante el arte contemporáneo. ¿Por qué ese recelo? ¿En qué han fallado los creadores?
-El arte ha creado un lenguaje muy especializado, sobre todo a partir de las vanguardias. Ya Ortega habló de la división del arte entre los que lo entienden y los que no, que es una simplificación un poco burda, pero que no deja de ser una realidad. El problema es que ninguna institución educativa ayuda a los estudiantes o a las personas interesadas a salvar ese abismo.
-En casi todos los cuentos hay un intento de contar de otro modo. ¿Es este empeño imprescindible para su concepción de la literatura?
-Hay veces en que necesito contar las cosas de otra manera, pero para ser más eficaz en lo que quiero contar. El cuento es un género muy versátil, ¿por qué desaprovechar esta cualidad? Aunque también hay otros textos más tradicionales; no rehúyo eso, ni defiendo el experimentalismo per se o a toda costa.
-En La poesía del objeto consigue que una operación absolutamente trivial como abrir un grifo parezca algo nuevo, misterioso...
-Ese cuento surgió de mi interés por el diseño industrial, que ha alcanzado un nivel de perfección enorme: cualquier objeto está hecho para facilitarnos la vida, para hacérnosla más cómoda; me interesaba contrastar esto con la complejidad del ser humano.
-Escribir mientras Palestina plantea el ineludible compromiso moral que implica hablar del sufrimiento ajeno. ¿Se está contando bien el dolor de nuestra época?
-Baudrillard critica la descontextualización de la noticia, que es algo terrible. Consumimos noticias a veces anecdóticas sin conocer sus antecedentes o sus consecuencias, y perdemos la perspectiva y nos centramos en lo espectacular.
-Un mero problema de ingeniería legal, según muchos artículos...
-...o diplomático. Son personas, pero parecen naipes. Es una traición al drama humano.
-Se editó hace poco un volumen con inéditos de Cortázar. ¿Qué modelo de cuentista le interesa más, el de éste o el de Borges?
-Borges, claramente. El cuento que yo busco tiene más que ver con él. Mi ambición es que un cuento tenga la importancia de un poema, cierta poesía con tal grado de profundidad que sea capaz de reflexionar sobre la vida de un modo perfecto. Borges relaciona el ensayo con la reflexión y la narración, por eso me interesa más. Aunque uno nunca sabe estas cosas cuando escribe.
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