Yo no soy racista PERO
caso vinicius
Los tics de racismo en el fútbol reflejan, sea cual sea el contexto, la realidad de fuera
Se teme, sin embargo, que la reflexión al respecto no salga del campo
Mono. No será original, pero es simple y efectivo. Mono. Muy en la línea del racismo más clásico, ese que señala la bestialidad, el “esta gente puede trabajar a 40 grados, están acostumbrados;no tienen Seguridad Social pero están mejor que en Uganda, así que superagradecidos” , indica el antropólogo de la Pablo Olavide, Alberto del Campo.
El insulto al jugador del Real Madrid, Vinicius Jr, ha provocado un clamor nacional y más allá. Carteras oficiales de los gobiernos de España y Brasil han mostrado su preocupación y rechazo hacia lo que estiman no “son hechos aislados”. La tarjeta roja con la que se le penalizó en el partido contra el Valencia se retiró. No es la primera vez que el jugador madridista –que, por otro lado, es un provocador nato– denuncia conductas racistas. Y, en el núcleo de todo ello, la contrición, el “seré yo, Maestro”. ¿Racistas, nosotros, que hemos sido siempre un país acogedor, o eso es lo que nos han dicho?Y tú, con las gafas.
Alberto del Campo no sólo es antropólogo, sino que ha sido jugador profesional, y ha escrito un libro con una aproximación sociológica al fenómeno futbolístico (El gran teatro del fútbol):“El fútbol actúa un poco de altavoz , es una caja de resonancia, y más si se trata del Real Madrid, pero los análisis que llegan sobre el tema me siguen pareciendo un poco gruesos –desarrolla–. Los fenómenos racistas de todo tipo siguen ocurriendo: la gente sigue muriendo en el Estrecho, conocemos las condiciones laborales de Almería o Huelva, hay insultos en el cole... Hay muchas dimensiones, pero no pasa nada. Sólo nos rajamos las vestiduras al insultar a Vinicius”.
Por supuesto, continúa, esto no quiere decir que el racismo en el fútbol no exista, “especialmente, con la población negra”. Del Campo ha presentado un proyecto de investigación que analiza “el fútbol gitano, pero ni incluso entre ellos, Reyes, Navas, Güiza... se experimenta tanto oprobio”.
El antropólogo también ha estudiado a las facciones ultra, “gente joven que ni siquiera se asocia a la ultraderecha, que no te saben decir quiénes son Primo de Rivera o LePen, pero muy radicales, muy testosterónicos, e intentan desestabilizar al rival y, ¿cómo lo hacen? Pues yendo a lo que duele”. Ymono duele. “Cuando llamaban a Guti maricón, ¿era homofobia? Pues sí, hay parte de homofobia, pero no necesariamente: aficionados que hacían cánticos de mono en la PL o en Alemania, después se les entrevistaba y no parecían racistas: esto no siempre es clasificable como delito de odio, un insulto con la intención de despertar discriminación o violencia contra un grupo por sus características”.
Los paños calientes que muchos han aplicado al caso Vini tienen que ver con esto –además de con el club/fuerza en el que juega–: el espacio de catarsis con el que se asocia al campo. “El padre de familia más honorable va a cagarse en los muertos del árbitro y no pasa nada, el partido es una especie de espacio y tiempo transitorio en el que la sociedad deja que la gente se desfogue. Pero –indica– aunque el que llame a otro mono no tenga intención de patear al próximo mantero que vea, no es legítimo. Durante mucho tiempo, hemos tenido demasiada permisividad con los comportamientos violentos en general en el fútbol”.
“Es verdad que mucho del racismo es aporofóbico –concede Diego Boza, de APDHA–. Pero, en el fondo, hay un sustrato de comportamiento racista. Quizá no como un posicionamiento fascista, de entender que el blanco es superior, sino del uso de la raza como elemento de ataque. Y esto es importante que se mueva”.
La preocupación de quienes trabajan en primera línea con inmigrantes y refugiados es si los actuales golpes de pecho llegarán a salir de fuera del campo: “Tenemos un sistema social que cuenta con unos elementos de discriminación racial en su fase. Planteamos un delito de odio por un insulto en un campo mientras que un partido político puede hacer publicidad atacando a chicos sin referentes familiares –desarrolla Boza–. Se ha normalizado un discurso antinmigración, xenófobo y racista: quizá porque hace veinte años, esta era una sociedad homogénea, y ahora ya no lo es, ni cultural, ni religiosamente””.
APDHA comenzó a plantear un proyecto, que al final no salió, en el que recogía lo que llamaban “microrascismos”: “La experiencia es que muchos de los que llegan sufren discriminaciones que se unen al racismo oficial, el que dictan las propias leyes, pues la única discriminación constitucional es la que dictamina el origen nacional –señala Boza–. Pero, después, hay un racismo de baja intensidad, de comentarios y demás que muchos te decían, no denuncio, para qué”.
Vinicius denuncia, se infla a denunciar, de hecho (ya van diez):algo tendrá que ver que es multimillonario. Intuyo que seguridad en uno mismo, da.
“Es cierto que cada vez hay más denuncias al respecto, un síntoma de que al menos se va perdiendo el miedo –indica Pablo Perales, desde la delegación provincial de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado–. Si lo de Vinicius tiene una parte positiva es su transcendencia. Ha levantado ampollas y puede que haya un antes y después, sobre todo a nivel deportivo, pero no todo el que sufre una situación racista puede denunciar”.
Para la CEAR, la denuncia del jugador del Madrid evidencia un problema real, que ha existido siempre y en el que no ha habido “una gran evolución”. Desde la Comisión afirman sentir “impotencia” ante el hecho de que no cualquiera tenga esa posibilidad, considerando las “situaciones racistas que se viven día a día”: “No sé si se nos puede definir como una sociedad racista, o si lo somos más o menos que otra, pero un problema de racismo, lo hay”.
Aunque se nos considere una sociedad acogedora, hay ciertos prejuicios que tenemos innatos y, a no ser que se trabajen con sensibilización, seguiremos teniéndolos. Significativa fue la actitud que manifestamos con Ucrania: esos comentarios, tan sospechosos como deformados, de que “eran como nosotros”: “La visibilización que se ha dado al conflicto de Ucrania no se ha dado en otros conflictos: ahora tenemos más de veinte escenarios activos en África, por ejemplo –detalla Perales–. Con Ucrania, se ha volcado la comunidad internacional, y se han dado los medios para que el acceso sea mucho más fácil. Pero vemos una doble cara: hay dificultades para ciertos perfiles que llegan todos los días y no se solventan, y la facilidad debería ser para todos”.
España tuvo 118.845 peticiones de asilo el último año, la segunda cifra más alta en el registro (desde 2009). De estas, se denegaron el 59,5% del total de resoluciones (86.997). La mayoría de las aceptadas, un 24% del total, se dieron como refugiados por causas humanitarias.
“El porcentaje de resoluciones aceptadas –confirma Pablo Perales– es ínfimo respecto a las solicitudes que recibimos”. Los criterios se establecen según tipo de país y casuística, pero los estatutos son “muy exigentes”. Países como Colombia, que es ahora el que protagoniza más llegada, están recibiendo muchísimas denegaciones: “Nosotros lo que hacemos desde el área jurídica es tratar de dar forma a esas solicitudes para que las aprueben”.
Los perfiles más urgentes suelen tener nombre de mujer y proceden de Irán, Venezuela, Siria, Afganistán, Colombia... Además de aquellos procedentes de la parte subsahariana: “En los últimos tiempos, Sudán y Mali: este tiempo de flujos son estacionales y van cambiando según las zonas queden bajo control de las maras, o de las guerras y guerrillas civiles en África, o de los fundamentalismos”.
Contra lo que mucha gente piensa, “la gran mayoría de los que llegan tienen la esperanza de volver”, asegura Perales.
“A veces, hay problemas de falsas expectativas: llegan con una información de cosas que creen que van a conseguir y que no son posibles. Hay que explicarles entonces cómo funciona el sistema, los procesos son mucho más lentos de lo que piensan y de lo que sería deseable, explicar el tema de la protección internacional y la consideración de refugiados, los procedimientos... Trabajamos mucho esa parte de ajuste de expectativas”, cuenta.
“Por eso –continúa–, deberíamos tener un sistema que diera garantías de integración y autonomía en un plazo estimado y, en ese tiempo, tratar de proporcionar herramientas para que puedan desarrollarse de manera autónoma una vez salgan del sistema, más allá de las necesidades básicas”. Como dos muros en ese ajuste se levantan, admite Perales, el acceso laboral y las dificultades para encontrar un alquiler.
Nuestros deberes como sociedades, añade, pasarían por “perder el miedo a lo ajeno: hacer hincapié en la educación desde pequeñito, naturalizando la presencia multicultural, que va a ser necesaria”.
Precisamente, en la sede de Cardijn en la capital gaditana llevan a cabo una serie de talleres en centros educativos de la provincia (Acércate, Conozcámonos: de aquí y de allá, Y si yo fuera MENA, Que no te ENREDen), orientados a chavales de 10 a 22 años, con el propósito de detectar prejuicios o actitudes racistas. En todas las aulas, afirman los monitores, José y Nuria, los alumnos te cuentan que hay racismo. De hecho, cuando al terminar los talleres les preguntan qué han aprendido, son muchos los que dicen: “A no ser racista”.
Para quienes trabajan en el proyecto de Cardijn, el caso de Vinicius pone sobre la mesa un tema que tiene ya un recorrido, y que se aviva con “mensajes y comentarios de políticos y periodistas que terminan calando: la pregunta es si esto realmente va a servir de algo, si nos vamos a preguntar por qué”. El caso resulta útil también desde otra perspectiva, argumenta José, ya que “cuando se habla de inmigración, no sólo entre los chavales, todo el mundo piensa en pateras pero nadie piensa en Messi” –por supuesto, dirá alguno, porque en ese caso ni siquiera estamos hablando de humanos–.
Las actitudes hostiles, de palabra, obra u omisión, en los centros educativos no son mayoritarias pero están presentes, según los cuestionarios que reparte la asociación. Hasta el 50% de los adolescentes aseguran que lo que les llega es un reflejo negativo de la inmigración: “De hecho, una de los cosas que más frecuentemente te dicen –apunta José– es que lo que nosotros les contamos no les llega”. Lo que intentan los monitores es despertar la empatía hacia la “realidad de esas personas: qué te tiene que pasar para llegar a otro país sin maleta, o debajo de las ruedas de un camión”.
“Ante la llegada de alguien que tiene dificultades, hay dos tendencias: o bien, te identificas con ellos e intentas ayudarles, o bien, los ves como una amenaza –explica Nuria–. Pero, muy a menudo, los discursos juegan a enfrentar vulnerabilidades (por ejemplo, la gente mayor frente a los Menas)”. Una especie de Juego del Calamar perverso, cuando ese “no es el objetivo, sino que la situación mejore para todos”.
“Si todo lo que los chavales reciben, ya sea a través de la familia y amigos o a través de las redes, muy importante, va encaminado a levantar sospechas –abunda Nuria–, es muy difícil que la opinión de ese chaval vaya por otro lado. Para eso tendría que desarrollar una óptica crítica, que es algo difícil hasta para los adultos”. De los encuentros a los que han acudido, un 10% de los alumnos sentía rechazo hacia los inmigrantes; y un 3%, justificaba el racismo, “si son agresivos o violentos, por ejemplo”.
Contra esto, “intentamos que no caigan en la extrapolación -explica José-. ¿Qué pasa, entonces? Todos los gaditanos somos unos flojos, ¿no? Unos vagos, eso ya se sabe”. También apuntan que los prejuicios no son innatos: ni en Infantil ni en los primeros años de Primaria están presentes, “aparecen en segundo o tercero, donde vemos discursos que son repeticiones sin filtro de lo que les ha dicho su figura de autoridad”. En esta edad, es más difícil tratar de abrir la perspectiva, puesto que “son demasiado jóvenes para razonamientos de cierta complejidad. También es cierto –admiten– que aquí tenemos voluntarios desde primero de Bachiller, una muestra de que es verdad que podemos ser gente muy acogedora”.
No hay clamor cuando es en femenino
Además del económico, el agravio comparativo a nivel de género también se plantea en el caso Vinicius. “Entramos de nuevo en la asimetría de qué cosas importan y suponen noticia –comenta Alberto del Campo–. El fútbol femenino está sometido a ultrajes entre las propias instituciones, entrenadores y demás,que serían intolerables en el fútbol masculino. La mayoría de las jugadoras te dice que el trato y la consideración de los clubes y la afición es mucho más despectivo de lo que toleraría ningún futbolista masculino. Cuando se negaron a jugar las 15 jugadoras de la selección por el control excesivo del entrenador, si hubieran sido hombres, el entrenador sale volando. Detrás de eso, se ve esa actitud de tutelaje hacia la mujer, que necesita que la guíes porque no es lo suficientemente madura o profesional”. “Sería interesante –continúa– dar un paso más y revisar los comportamiento que consideramos permisibles. Uno asume que contextos como el Carnaval y demás son extraordinarios, no son la rutina, pero a veces se da una extralimitación”.
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