La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

Se nos olvida que la crueldad existe

Se culpa mucho del acoso escolar a la falta de protocolos, pero poco al papel de los papás como educadores en casa La culpa de la falta de autoridad de los profesores

La estampa habitual tras un suicidio por acoso.

La estampa habitual tras un suicidio por acoso. / M. G.

En todos los análisis sobre el lamentable acoso que sufrió el joven que intentó suicidarse, así como de otros que por desgracia lo lograron, se culpa con insistencia a la Administración por no tener previsto un protocolo de respuesta en los centros escolares. Incluso algún alto dirigente asume esa culpa ante los medios de comunicación. Aquí el mochuelo se carga siempre a la misma parte, que tiene sus competencias, obviamente, pero nunca se dice nada ni de los papás ni de las mamás de los agresores, ni de los tutores ni de las tutoras de los acosadores, dicho sea de forma que todos se sientan... incluidos. La culpa siempre es del mismo tercero, como si los acosadores hubieran sido agentes de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. Se nos olvida con frecuencia el papel de los papás, que han quedado de demandantes de todo, y el componente de crueldad que es consustancial a muchísimos menores.

La crueldad existe, pero se nos olvida con frecuencia. Hay adultos malos, como hay niños y adolescentes que se comportan con una maldad natural, que excluyen al diferente por el mero hecho de serlo, acosan al distinto, tratan de denigrar al que es superior en algún aspecto, pero tiene debilidades en otros. Nadie se refiere a esta crueldad ni a los papás de los crueles. ¿En qué ambiente se han educado los agresores?¿Qué valores se les han inculcado? ¿Se les ha reprochado en casa que acosen a un compañero? No pocas veces los papás promueven una competitividad agresiva en la que el triunfo consiste en someter directamente al otro. Solo hay que ver lo fantoches que son algunos cuando animan a sus vástagos en la cancha deportiva. Dan vergüenza ajena. Y resulta muy triste comprobar cuántas veces los colegios se ponen de perfil, no asumen el problema, no quieren tomar cartas en el asunto y es el alumno agredido o acosado quien se tiene que marchar, sobre el cual se siembran dudas sobre su debilidad (una cosa en la generación de cristal que efectivamente existe, y otra ser víctima de ciertas presiones y humillaciones) o la hiperprotección de sus padres.

Se dice poco o nada de esa crueldad y de la pusilanimidad estratégica de los colegios. Mucho protocolo y mucho término hueco, pero poco entrar en el meollo de la cuestión: el hogar, la educación que se recibe en casa, la instrucción en valores. Los colegios no pueden asumir lo que corresponde a los padres. Pero los padres se comportan en ocasiones como hinchas, cómplices, colaboradores necesarios de algunas tiernas hienas. No es protocolo, es educación. A largo plazo la hiena siempre muerde la mano paterna que le ha protegido, pero mientras deja víctimas de su crueldad promocionada.

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