30º aniversario de la constitución Protagonismo del entonces vicesecretario del PSOE

El abuelo de la Constitución

  • Alfonso Guerra pactó con el vicepresidente Abril Martorell los artículos más espinosos de la Constitución en 1978, en cenas que duraban hasta la madrugada

Como diría Mauriac, la historia de un hombre es la historia de una época. Más allá de su prestigio y su leyenda de tipo soberbio y ególatra, la historia de Alfonso Guerra (Sevilla 1940) es la historia de la Constitución, a la que sigue ligado como presidente de la Comisión Constitucional del Congreso desde 2004. Treinta años de la vida de España, quizá los más dinámicos y prósperos de la historia. Y también la historia de la Transición, porque es el único diputado que queda en el Congreso que haya estado ininterrumpidamente en todas las legislaturas desde 1977.

Si la Constitución del 78 tuvo siete padres, Gabriel Cisneros, José Pedro Pérez-Llorca y Miguel Herrero de Miñón por la UCD, Gregorio Peces Barba por el PSOE, Manuel Fraga por AP, Jordi Solé Tura por PCE/PSUC y Miquel Roca por CiU; también tuvo dos abuelos: Guerra, vicesecretario del PSOE, y Fernando Abril Martorell, vicepresidente del Gobierno de Adolfo Suárez, fallecido hace 10 años. Abril y Guerra urdieron, en el secreto de cenas de noche a madrugada, los acuerdos más difíciles del texto constitucional. Así se consiguió salvar escollos como la forma de estado, la abolición de la pena de muerte, la mayoría de edad a los 18 años...

Amalia Sánchez Sampedro cuenta en su libro Pendientes de la noticia que la noche del 22 de mayo de 1978 Abril y Guerra en una cena en el restaurante José Luis pactaron 25 artículos, de los 185 que tiene la Carta Magna española en sus diez títulos y 16 disposiciones adicionales, transitorias o derogativas. Guerra también habla de ese día en sus memorias. A él lo acompañaban, Peces Barba, Gómez Llorente y Enrique Múgica. Abril acudió con Pérez-Llorca, Arias-Salgado y Gabriel Cisneros. Allí los jefes de delegación protagonizaron una escena de enfado, amenazas e intransigencia con los actores de reparto del partido adversario, que estuvo destinada a dejar claro su liderazgo. "Todos comprendieron y aceptaron que se iniciaba una nueva etapa, y que más allá de las discusiones y teorías jurídicas, dos personas, Fernando y yo, estábamos dispuestos a manejar con criterio político las decisiones que fuera necesario adoptar. Una vez despejada la cuestión del mando en el campo de batalla, se acordó sin problemas que la Constitución sería obra de los dos partidos".

Su afición a este tipo de numeritos hizo a Alfonso Guerra muy temido por sus compañeros en el grupo de teatro sevillano Esperpento de finales de los 60 y primeros 70. Si preguntaba por alguna película nueva, había resistencia entre los demás a calificarla de buena o mala por si acaso su opinión no coincidía por el criterio de Guerra y era objeto de alguna chanza o escarnio. Tenían un respeto reverencial a su capacidad dialéctica. Una vez le afearon que tenía coche y que eso era de burgueses. De hecho su R-7 era el único automóvil que tenía alguien del grupo. Él utilizó una cita de Rosa Luxemburgo para justificarlo que dejó mudos a los demás. En Esperpento codirigió con José María Rodríguez Buzón la puesta en escena de La farsa y licencia de la reina castiza, de Valle-Inclán, y dirigió un recital dramático sobre Machado, con tres intérpretes uno de los cuales fue Amparo Rubiales.

En la política tuvo muchas oportunidades para la puesta en escena y la intimidación, aunque ha negado alguna de las frases legendarias que le han hecho célebre. Por ejemplo, "el que se mueve no sale en la foto", dicho mexicano que le divierte pero del que niega su autoría. También rechaza haber afirmado que él se ocupaba de la cocina y preparaba las salsas y Felipe González servía los platos. En la reconstrucción de la máxima sostiene que prefería la sala de máquinas al puente de mando. Por cierto, que recientemente también ha negado haberle puesto Bambi a Zapatero. Todo esto rebaja sensiblemente sus derechos de autor.

En la negociación de la Constitución en 1978 hubo escenarios distintos, para encuentros igualmente discretos: el Nuevo Club, el Hotel Palace, el Meliá Castilla. También se habilitaron otros lugares y con otros protagonistas para tejer la Constitución, como los despachos profesionales de abogados del centrista gaditano Pérez-Llorca o del ponente socialista Peces Barba. En general se escondían de las agudas pesquisas de los periodistas, que una noche sorprendieron a Abril fumando en el balcón del bufete de Peces Barba en la madrileña calle del Conde de Xiquena. Dentro estaba, camuflado, Xavier Arzallus, en una teórica bilateral entre PSOE y UCD, lo que desmiente que los nacionalistas vascos estuviesen fuera de la negociación o que sólo fuesen representados en los acuerdos por Roca. Y allí se quedó Arzallus hasta altas horas de la noche, para evitar a la prensa, hasta que un coche oficial puesto a su disposición por el vicepresidente Abril le trasladó a Bilbao.

Es curioso, en el capítulo de la Constitución de su memorias, Guerra sólo cita a Felipe González dos veces. Una, al hablar de una reunión de los dos con Suárez, para intentar dar una salida histórica al contencioso territorial. Pero fue mucho antes del proceso constituyente. La segunda cita al entonces líder de su partido es para explicar que en agosto de 1977 le entregó una nota en la que se mostraba decidido a dejar la secretaría general del PSOE en el plazo de un año. González ha corroborado este extremo a Amalia Sánchez Sampedro. Incluso añade que está seguro de que Alfonso todavía guarda la nota. Pero añadiendo algún matiz importante; en aquel texto planteaba que se fueran los dos de la dirección del partido. Como se sabe, esa iniciativa no llegó a concretarse. En su libro, Guerra duda de la sinceridad de González en la nota y ya no lo vuelve a citar en toda la negociación constitucional, como si no hubiese dicho una palabra ni dado una instrucción relevante en este asunto. Es patente la distancia sentimental que le separa de su antiguo jefe político y amigo.

Tampoco en ese capítulo deja bien parado a Manuel Clavero, a quien califica de "ministro gris y de poca trayectoria política". Y culpa a su teoría del café para todos, como ministro para las Regiones, de la carrera a pelo para situarse como más regionalista que nadie. El apartado territorial es el que le dejó hace treinta años más insatisfecho. Y aun hoy se pone de manifiesto su espíritu jacobino. Ayer en una entrevista en El País insinuaba que estaba en contra de los privilegios fiscales de vascos y navarros. Y en 1978 estuvo en contra de un pacto realizado en la Moncloa entre UCD y CiU por el que se redactó el artículo 150.2, que dejaba abierto el mapa de competencias autonómicas. Por ley orgánica se pueden transferir materias de titularidad estatal. "Me opuse con todas mis fuerzas. La estructura del estado podía ser modificada por un acuerdo del Ejecutivo de la nación". Sin embargo, Guerra se atribuye la paternidad de la frase de que el Senado es la cámara de representación territorial. Ayer, en este diario, Pérez-Llorca se mostraba reticente a desarrollar ese artículo, ante el riesgo de que los nacionalistas pidan "un derecho omnímodo de veto".

Las conversaciones y acuerdos entre los dos abuelos de la Constitución permitieron reducir las 1.113 enmiendas que fueron a la Comisión Constitucional a sólo 187 en el pleno del 22 julio que aprobó definitivamente el texto en el Congreso. Más allá de sus filias y fobias y de su reiterada actuación como hombre de teatro, el papel de Alfonso Guerra fue capital en aquel momento histórico.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios