Provincia

Sensaciones del medievo en las jamugas

  • Más 300 cabalgaduras engalanadas acompañan a la Virgen de Piedrasantas en su bajada del pueblo al santuario

Una atmósfera mágica envuelve Pedroche cuando el calor afloja y septiembre anuncia vientos del sur y lluvias. Se suele nublar por estas fechas y el tórrido agosto deja sitio a los pedrocheños para que dispongan el cortejo de la Virgen de Piedrasantas hasta su ermita. El acompañamiento no es el típico. No. Aquí han guardado toda la esencia medieval que hizo grande a la capital histórica de las Siete Villas de Los Pedroches y unas 300 cabalgaduras -"más que otros años", según una vecina- acompañan a la virgen. Tampoco los atuendos y las monturas son al uso, sino que aquí se han conservado las jamugas. Delante va el caballero vestido de gala a la antigua usanza y detrás la señora en la silla o jamuga que porta la bestia, que puede ser un caballo, un mulo e incluso un borrico de gran alzada.

Los piostros, como se denomina a las cabalgaduras, se reúnen en El Ejido y luego se dirigen a la casa del mayordomo, desde donde parten a por la Virgen, a la que acompañarán hasta su santuario, ubicado en una legendaria dehesa de Los Pedroches. Todo comienza a partir de las 17:30 y se prolonga hasta bien entrada la tarde, con alardes y cabalgadas.

Un vez reunidos los piostros, los mayordomos y las autoridades se dirigen hacia la ermita. Es un camino lento y seguido por todos los vecinos. Gentes llegadas de toda la comarca participan en la fiesta. De Villanueva de Córdoba, de Pozoblanco, de Añora, de Alcaracejos, de Cardeña... Caballistas unidos por una devoción, por una de las romerías más singulares de la provincia.

Ayer hizo calor, aunque una brisa refrescaba el ambiente de final del verano. El viento se mezclaba con aromas de hinojo y romero y la comitiva abandonó el pueblo entre el repicar de campanas de la imponente torre de la Iglesia del Salvador. Las escasas aguas del arroyo Santa María dieron la bienvenida a la imagen y a los romeros, que ya veían la ermita. Se trata de un templo de varios siglos que atesora una historia única: allí se reunían los alcaldes de las Siete Villas para tratar sus asuntos de gestión de los inmensos predios comunales de la zona. Como reminiscencia de aquellas diatribas quedan los nombres de cada población grabada en la madera de unos bancos que tiene ya cerca de cinco siglos. Hoy saldrán de nuevo los piostros, pero será en el entorno de la ermita donde lucirán las jamugas.

 

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