Tribuna

Salvador Gutiérrez Solís

@gutisolis

Conciertos, recuerdos, vida

Conciertos, recuerdos, vida Conciertos, recuerdos, vida

Conciertos, recuerdos, vida

Si no recuerdo mal, la entrada me costó 4.000 pesetas, 24 euros de ahora, y no hagamos más comparaciones, porque todas serán incomparables, me temo. Un 22 de julio de 1990, hace 27 años, que se dice pronto, me subí en un autobús -con retrete y con plazas para fumadores, aquellos tiempos-, para asistir al concierto que Prince ofreció en el estadio Vicente Calderón -en el Bernabéu ya habría sido rizar el rizo más rizado e imposible-. A pesar del tiempo transcurrido, soy capaz de recordar ese día minuto a minuto: los nervios, la impaciencia, la emoción, la ilusión. Si no recuerdo mal, a las cinco ya estaba dentro del estadio, tratando de ocupar un lugar cercano al escenario. Primero sonaron Ketama, con su Vente pa Madrid, aquella rumba que bien podría haber firmado Rubén Blades, llenando el escenario de gitanas, cuentan que por expreso deseo de Prince. Anochecía cuando comenzaron a sonar los primeros compases de The Future, el tema con el que también se abría el disco de la banda sonora de Batman. Un disco que en su momento entendí como un bache creativo, tras una década apabullante, pero que pasado el tiempo hay que aceptar como el principio de su reencarnación en ser mortal, simplemente. Tras pasar de largo nuestro país la de Sign of the Times y la fastuosa de Lovesexy, la de Nude Tour fue la primera gira de Prince que llegó a España. Una gira más escueta, nos contaron, tras el desmedido despliegue de la anterior. Más por la edición de Batman que por el concierto, en 1990 comenzó a ser más o menos conocido Prince en nuestro país, aunque jamás fue un superventas. Sus mejores discos, Purple Rain, Around the World in a Day o Sign of the Times apenas tuvieron repercusión aquí, esa es la realidad.

Y apareció Prince sobre el escenario, melena lisa al viento, agarrado a una guitarra tan imposible como hortera -marca de la casa-, para repasar durante más de dos horas su trayectoria hasta ese momento y adelantando algunos temas de su inminente nuevo lp, Graffiti Bridge. Alucinante ese momento en el que abandonó el piano para ejecutar el desmedido punteo hendriano de A question of U. Punteo y concierto que he podido recuperar en estos días, con un sonido decente, gracias a la reedición de algunos de sus más célebres conciertos, entre los que se incluye, casualidades del destino, el celebrado el 22 de junio de 1990, 27 años ya, vaya tela marinera, en Madrid. Ha sido emocionante recuperar ese concierto, que para mí sigue siendo un elemento destacado de mi memoria, y que perdura con nitidez y asombro. Pero mientras lo escuchaba de nuevo, casi sintiéndome otra vez, revival, en el Calderón -qué pena que no fuera en el Bernabéu-, rodeado de codos, olores, miradas y humo, he recordado una anécdota que ha contado en más de una ocasión el músico Coque Malla. Cuenta que un buen día, paseando por la calle, se encuentra con un admirador que le espeta: "Coque, tienen que volver Los Ronaldos, el mejor grupo español de la Historia", a lo que el aludido le respondió: "Tú no quieres que vuelvan Los Ronaldos, tú lo que quieres es ser el que eras hace 20 años". Tal vez parte de mi reciente emoción al encontrar y escuchar este concierto de Prince del pasado, 27 años son muchos años, se pueda explicar con la respuesta de Coque Malla.

Si la fotografía, en cierto modo, es el orden de la memoria, la música puede llegar a ser la banda sonora de nuestras emociones. Mi vida, al menos, sí cuenta con su propia banda sonora, y es que desde que me recuerdo la música ha sido la compañía más estable y fiel con la que he contado, y cuento. Muchos consideran que hay algo o mucho de peterpanesco en seguir asistiendo a conciertos, escuchando música actual, vibrando y botando con los que actúan sobre el escenario. No se apure, yo no me apuro. En primer lugar porque esos reparos forman parte de una concepción muy española, que poco a poco va desapareciendo, al considerar el rock como un elemento estrictamente juvenil y no como una expresión cultural más. Y, sobre todo, no se apure, yo no me apuro, que las emociones sigan campando a sus anchas, que la electricidad se adueñe de nuestras tripas de tanto en tanto es un ejercicio muy saludable, se llama vida, y su práctica es más que recomendable. No es necesario esperar 27 años.

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