juan carlos marset. poeta y director de la revista 'sibila'

"El mundo de la cultura debería organizarse o será aniquilado"

  • El ex director del Inaem y profesor de Estética publica en Tusquets 'Días que serán', un poemario transgresor y un laberinto sonoro donde medita sin miedo sobre la vida y la muerte.

Juan Carlos Marset fotografiado en el barrio de Santa Cruz de Sevilla, donde reside.

Juan Carlos Marset fotografiado en el barrio de Santa Cruz de Sevilla, donde reside. / juan carlos vázquez

Juan Carlos Marset (Albacete, 1963) regresa a las librerías con el poemario Días que serán, una reflexión sobre el tiempo y la idea de renacer estructurada en tres bloques: Lo que pasó, Partida parte y Está por ver. Como apéndice, este libro editado por Tusquets incluye su libreto para la ópera Lázaro que compuso Cristóbal Halffter.

-En las dedicatorias de los poemas es posible ver dónde se coloca un autor como Juan Carlos Marset. Entre ellas figuran Piedad Bonnett e Ida Vitale, a las que cita en la sección Sombra de voz, inspirada por el jazz. ¿Qué le atrae de ambas escritoras?

-La poesía que dedico a Bonnett es muy sutil, de ella me ha sobrecogido su último libro, Los habitados, y antes Lo que no tiene nombre, donde abordó la muerte de su hijo, un pintor extraordinario. Ida Vitale es, para mí, nuestra Emily Dickinson, una poeta metafísica de increíble profundidad y numerosos registros que llegó a hacer teatro con Bergamín, estuvo muy vinculada a la cultura española y, para muchos autores de mi generación, es la gran voz de América Latina. En el poema que le dedico, En vilo, reflexiono sobre cómo la historia personal de uno no sólo es lo que fatalmente le ha pasado sino también la suma de esos anhelos que, aunque no se cumplan muchas veces, tienen una intensidad, presencia y duración superiores incluso al de los actos. Es un poema construido en torno a la paradoja de que la conciencia de la muerte es también una manera de vivir.

-En estos poemas abundan, formalmente, las aliteraciones, anáforas y encabalgamientos. Juegos fónicos que son especialmente evidentes en el que dedica al compositor Luis de Pablo.

-Ese poema, Ritos, es en sí mismo una poética y tiene una base muy seria. La rima no debería funcionar sólo como un elemento fijo y previsible al final del verso sino que debe ser un componente rítmico, como ocurre en el hip hop, el jazz y ciertas músicas contemporáneas. Luis de Pablo es un gran conocedor de la tradición popular del Cancionero español, un músico muy culto. Para mí un poema es como un encuentro entre el sonido y el sentido y en la obra de Luis de Pablo, como también me ocurre con la de César Camarero, encuentro ese remar de la música contemporánea donde la sonoridad y la temporalidad te van aproximando a un sentido, da igual el que sea, a infinidad de cosas.

-La reflexión conceptual sobre la muerte desborda en la serie de Parcas que cierran el libro, una de las cuales le da su título: "Como recientes/ perdidos vuelven/ marchitos ya/ los días que serán".

-Para mí los días que serán son los que fueron. Tengo escritas cientos de parcas sentenciosas, me salen de modo natural. Quizá son el resultado de releer constantemente los cinco volúmenes del Cancionero general editados por Castalia, o esa espléndida recopilación que del cancionero y romancero español hizo Dámaso Alonso. Al seleccionar estas parcas pensé mucho en Gamoneda, que para mí es el gran poeta de nuestra época, como antes lo fue Claudio Rodríguez. Sus poemas tienen música, pensamiento y un enraizamiento muy fuerte con nuestro lenguaje.

-Este libro, que ha escrito tras superar una dura enfermedad, alude reiteradas veces a la idea de renacer, subrayada por la figura de Lázaro. ¿Qué le interesó de un mito tan presente, como Aracne y las Parcas, en el arte?

-Lázaro es uno de los grandes héroes de nuestra época, el propio José Ángel Valente le dedicó un libro y David Bowie lo hizo protagonista de una de sus últimas canciones. Es un mito católico que trasciende, el primer resucitado. En este libro he recogido tal cual el libreto que escribí para la ópera Lázaro que Cristóbal Halffter estrenó en la Opera de Kiel y de la que se ofreció una versión de concierto en Valencia. A mí me gustan los retos, y trabajar con Halffter fue una de las grandes experiencias de mi vida. Muchos compositores cuando toman materia literaria de partida para sus óperas acaban haciendo oratorios, pero aquí no, hay una historia curiosa, pero imaginada, y con cierto sentido, que empezamos a crear a partir de la imagen de una cueva o caverna.

-Frente a la fatalidad, este Lázaro suyo nos recuerda que "nuestra vida es una mañana perpetua, la víspera de una fiesta naciente".

-La vida consiste en manejar el desastre para que brille no sé qué verdad, que para mí no es sino una promesa, algo que está en vilo: los instantes bonitos, los actos secretos pero transformadores...

-Por extensión e intensidad, Memorial de Juan Muñoz es tal vez el momento cumbre del libro. ¿Qué le llevó a escribir esta elegía en la que invirtió tantos años?

-Es el poema que más me gusta, con su carácter deudor del Manrique de las Coplas por la muerte de su padre. Yo conocía relativamente bien a Muñoz pero durante un periodo breve e intenso nos hicimos muy amigos y viajamos mucho juntos. Incluso quiso tener una casa en Sevilla y le pidió a Pepe Cobo, su galerista, que le reformara un antiguo convento. Yo tenía cierto conocimiento de su obra desde mis días como director de Promoción Cultural en la Universidad, cuando expusimos alguna de sus instalaciones en el Rectorado y no faltó quien protestó y pidió su retirada. Quise con mi poema hacerle justicia a Juan, a lo que yo he aprendido de su vida y a ese existir de su obra que tiene algo de inmortal. Murió de forma completamente inesperada en Ibiza cuando estaba en la cumbre de su carrera y el poema está dedicado a su viuda, Cristina Iglesias, a quien se lo envié porque si no le hubiera gustado, nunca lo hubiera publicado. Pero ella asintió y me dijo que todo Juan estaba ahí.

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