Crítica de Música

Nacionalismo musical español

La sección de cuerdas de la Orquesta, en el concierto.

La sección de cuerdas de la Orquesta, en el concierto. / josé martínez

Acertadamente ajena a los énfasis innecesarios, la Orquesta de Córdoba programó para el Día de Andalucía un precioso programa sin autores andaluces. Era obvio que, siendo la guitarra protagonista especial de la velada y el hilo conductor de la misma lo que en un amplio sentido podríamos llamar el Nacionalismo musical español, nuestra tierra iba a estar presente en la velada en no poca medida.

Tras el himno de rigor con los andaluces levantados, comenzó el concierto propiamente dicho; y, ya sentados, pudimos empezar disfrutando de la encantadora versión orquestal que hiciera Eduard Toldrà (1895-1962) de su cuarteto de cuerda Vistas al mar. Se trata de una obra de 1920 sumamente amena y llena de encanto en sus tres tiempos: Costa brava (Alegro con brio), Nocturno (Lento) y Velas y reflejos (Molto Vivace). La inspiración poética de la que procede (poemas de Maragall) y su propia temática (el mar) hacen pensar en el Impresionismo musical en más grado que la música en sí, la cual se escucha sobre todo como una expresión de nacionalismo musical refinado y jubiloso. La versión de Ramos fue estupenda y los músicos respondieron a sus indicaciones de forma magnifica.

Casi igual de afortunada estuvo la orquesta en la célebre Fantasía para un gentilhombre de Joaquín Rodrigo (1901-1999), pieza en la que brilló especialmente el solista cordobés Javier Riba (1974), quien tuvo el original acierto de usar una copia de una guitarra construida en 1892 por Antonio de Torres. El singular instrumento, estupendamente amplificado (quizás un poquitín en exceso), sonó magníficamente en sus manos. Claridad, limpieza y expresividad son las cualidades que Riba pone en juego en sus interpretaciones, y el martes las mostró con gran fortuna al servicio de la eficaz partitura de Joaquín Rodrigo. En ella, como es sabido, el autor rinde homenaje al guitarrista barroco Gaspar Sanz (1640-1710) mediante la recreación de seis piececitas extraídas de su libro de la segunda mitad del siglo XVII. La sonoridad de la guitarra de Torres añadía un siglo más (el XIX) a los dos puestos en juego en la obra: el XVIII de Gaspar Sanz y el XX de Joaquín Rodrigo. Fue un auténtico placer escuchar a Javier Riba frasear sobre los graves del instrumento y mostrar de forma igualmente magistral la transparencia como de cristal del resto de los registros. El público celebró con largos aplausos su interpretación y dio lugar a una propina intensa y deliciosa: una transcripción de Carles Trepat (1960) de la famosa copla Ojosverdes de Quintero, León y Valverde.

La segunda parte del concierto supuso una profundización en la temática nacionalista del mismo a través primero de la visión, digamos moderna, de Rodolfo Halffter (1900-1987) y, luego, de la primitiva, dulce y romántica, de Enrique Granados (1867-1916).

En su ballet-pantomima La madrugada del panadero, arreglado como suite de concierto en 1940, Halffter depura su españolismo haciéndolo internacional. El propio músico, evocando el arte poético de Juan Ramón Jiménez, dejó dicho que su estilo nacionalista era ya un españolismo despojado de "su adiposidad pintoresca". Ramos y su orquesta estuvieron muy acertados en la interpretación de esta obra, así como en la siguiente: la selección de cuatro de las Doce danzas españolas, op. 37 para piano de Granados que, en la orquestación de Rafael Ferrer (1911-1988), vino a completar la suculenta y sabrosa ración de música española.

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