Daryl Braden, un cuento de Navidad
Baloncesto
El americano del Colecor en la temporada 86-87 se gradúa en la universidad tras superar un pasado marcado por la droga
Cuando a sus 51 años Daryl Braden se puso el birrete para participar en la ceremonia de graduación de la Universidad de Alabama (UAB), puso fin a una historia que muy pocos pueden contar. Es el particular cuento de Navidad de uno de los nombres míticos del baloncesto en Córdoba, uno de los primeros americanos que llegó a nuestra ciudad para jugar de forma profesional.
Braden aterrizó junto al fornido pívot George Morrow en el verano de 1986 para formar la pareja foránea del Colecor, que esa temporada regresaba a la entonces Primera B -hoy equivalente a la LEB Oro- en pleno boom del baloncesto español. Finísimo ala-pívot de gran salto y buen lanzamiento, estrella de aquel equipo que evitó el descenso gracias a la ampliación de la categoría, Braden sigue hoy en el imaginario colectivo de toda una generación que despertó al baloncesto en el vetusto Polideportivo de La Juventud, que cada 15 días se quedaba pequeño para acoger a los 2.000 espectadores que se hacinaban en sus gradas de aluminio para seguir al Colecor.
Braden fue el máximo anotador de aquella mágica temporada con una alucinante media de 36.2 puntos por partido, convirtiéndose en uno de los máximos anotadores de la categoría firmando noches memorables como el día que le hizo 48 puntos al Andorra. Eran tiempos de otro baloncesto, en los que primaba el ataque y el espectáculo sobre la defensa. Eran los años dorados de un deporte que vivió sus años dorados en Córdoba.
Quienes convivieron con él recuerdan que ya durante su estancia en Córdoba coqueteaba con las drogas, sólo un esbozo de la pesadilla que le esperaba. Este año, con su graduación en la UAB, Braden zanjó un largo camino que comenzó hace algo más de 30 años, cuando el alero llegó por primera vez a la Universidad de Alabama. Después, inició una larga carrera profesional en el extranjero antes de que su adicción a la cocaína llevara su vida a una espiral fuera de todo control.
Hace dos años que, de la mano del actual entrenador de la UAB, Mike Davis, Braden encontró su camino de vuelta a las aulas y este otoño pudo celebrar, a los 51 años, su título como licenciado en Filosofía. "Hay gente que creyó en mí porque me conocía antes de que cayera en las drogas. Sabían cómo era como persona", dice aquel fino alero de piernas extraordinariamente finas que trajo la pasión al viejo Poli hace más de dos décadas. Todo un cuento de Navidad, una historia de superación a través del baloncesto.
Nacido en Memphis, Braden llegó a la Universidad de Alabama junto a Larry Spicer, aquella máquina de anotar que jugó en el Oximesa de Granada y que un día vistió la camiseta del Colecor, cuando el equipo cordobés derrotó en el Poli nada más y nada menos que al Mobilgirgi de Caserta del mítico Óscar Schmidt. Su impacto fue inmediato y se convirtió en la tercera opción ofensiva del equipo, con 13 puntos y 6 rebotes por partido con los Blazers de la UAB.
Sólo una temporada en Alabama, donde nunca llegó a graduarse, fue el preludio para una larga carrera profesional en la que Daryl pasó por Bélgica, Córdoba, Francia, Italia, Suiza, Israel, Turquía, Argentina y Venezuela. También jugó en Estados Unidos en la CBA y algunos partidos de exhibición con los San Antonio Spurs en 1982. Así hasta que se retiró hace sólo 12 años, cuando ya tenía 39.
"Cuando pasas tantos años jugando al baloncesto te identificas como un profesional, pero cuando todo acabó, me metí en unos duros cambios que no supe manejar", dice Braden con su título bajo el brazo. Su adicción al crack, la versión más dura y mortífera de la cocaína, fue lo que le llevó al borde del abismo. Se mudó desde Memphis a Nashville para estar más lejos de su familia y de sus amigos, en una época en la que su única tarea diaria era salir a la calle para buscar el dinero necesario para su dosis. Así acabó como un vagabundo, sin techo, pululando por las calles antes de pasar tres años en la cárcel por robar un coche en plena calle.
"La droga me había vuelto loco", recuerda sin evitar su turbio pasado, envuelto en una espiral de autodestrucción que sólo cambió cuando una vez fuera de la cárcel recibió la visita de su hermano. Cuando esperaba un puñado de dólares para salir adelante un par de días, lo que Braden recibió de su hermano fue la inscripción en un programa de rehabilitación, un gesto que cambió su vida.
"De eso hace cinco años, y desde entonces estoy limpio", dice Daryl con orgullo y sin ocultar su paso por el lado oscuro de la vida. Al mismo tiempo empezó a trabajar con niños en organizaciones cristianas de Memphis, una labor que le hizo preguntarse algo: "¿Les digo a esos chicos que tiene que acabar sus estudios cuando yo no lo he hecho?". Porque Braden sólo cursó un año en la Universidad antes de embarcarse a la aventura del baloncesto profesional. Quizás había llegado el momento de pagar algunas cuentas pendientes con su propio pasado.
Aquel fino alero era ahora un hombre con ganas de emprender una nueva vida. Por eso le mandó una carta al entrenador Mike Davis, recién llegado a Alabama procedente de la Universidad de Indiana. Davis quiso fichar a Braden en una figura conocida en el baloncesto universitario como Licenciado Asistente, un enlace entre los jugadores y sus responsables académicos. Sólo había un problema: Daryl no estaba licenciado. Davis no lo dudó y pagó de su propio bolsillo todos los gastos de educación y alojamiento de Braden, al que dio una nueva oportunidad.
Oficialmente, sirvió como manager estudiante mientras se sacaba la carrera durante los dos últimos años. Ahora trabaja como dependiente en la librería de la Universidad al tiempo que sirve como lección para todos los jugadores que le ven todos los días.
Cuando cruzó el escenario del Bartow Arena con su familia para recoger su diploma, Braden puso un ojo en su futuro, pero no pudo evitar echar un vistazo a su pasado. "Mi testimonio es mi testimonio", dice hoy, consciente de que su propio caso puede servir como enseñanza para muchos jóvenes jugadores que pueden caer en sus mismos errores. "La gente conoce mi adicción a las drogas, mi etapa en la cárcel, mis años sin techo… Todo eso es lo que hace mi historia tan fantástica. No intento ser especial, pero si Dios me ha puesto aquí, también puede hacer grandes cosas por ti". Quizás su caso sea el mejor cuento para un día como hoy que echa el fin a la Navidad.
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