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Otra prórroga a las Cruces

  • De nuevo más de un tercio de los abonados dejaron libres sus asientos en el choque que frena la buena dinámica en casa

  • Un empleado del club arremete contra aficionados al final

Otra prórroga a las Cruces

Otra prórroga a las Cruces

En apenas 24 horas, las Cruces en Córdoba han sufrido hasta dos prórrogas. Pero que no se asusten los vecinos que estos días tienen que lidiar con la música de dudosa calidad y los malos modales de aquellos que no tienen reparo en dejar la ciudad hecha un cristo (nunca mejor dicho). Porque la fiesta que durante este lluvioso Puente de Mayo está llenando las calles de Córdoba de euforia local y foránea no irá más allá de las 11 de la noche del lunes. Esa fue la extensión concedida por el Ayuntamiento para compensar el desavío provocado por las precipitaciones. La otra cruz que se vio alargada ayer, de manera triste y hasta sonrojante, es la que llevan a cuestas este año todos y cada uno de los aficionados al Córdoba. Porque son muchos los que en esta ciudad y más allá de sus fronteras sufren y padecen, disfrutan -a cuentagotas-, o simplemente pierden un ratito de cada fin de semana en seguir a su equipo, ya sea en el campo o por televisión. Pues bien, ni entre todos juntos podrían levantar la pesada carga, esa cruz, en la que se ha convertido esta larga, tediosa y desesperante temporada. Un curso que está vaciando progresivamente El Arcángel (ayer de nuevo unos 5.000 socios esquivaron su presencia en el estadio) y que amenaza con tornarse en tragedia si el equipo no es capaz de solucionar el desaguisado que los iluminados del palco han perpetrado desde el pasado verano.

Esa cruz, que ayer pudo quedar aparcada al menos una semana si el choque hubiese durado 30 segundos menos o si el Córdoba hubiese defendido mejor la última jugada del encuentro, redobló su peso ayer. A la triste jornada vivida en el estadio le puso un vergonzoso epílogo un empleado del club, que al término del choque se enzarzó en una barriobajera discusión -desafíos incluidos- con un pequeño grupo de aficionados, que en mitad de la crispación provocada por otro espanto de partido buscaron culpables hasta en el personal no deportivo del club.

El Arcángel volvió a presentar una discreta entrada, tónica habitual en esta segunda vuelta

En adelante, tras observar el vergonzoso numerito, va a resultar bastante más complicado creerse el mensaje que luce en el estadio cada vez que desde la grada se pronuncian improperios o se carga, pañuelo en mano, contra la directiva. Ya saben, aquello de que "el Córdoba Club de Fútbol se muestra en contra de la violencia, el racismo, la xenofobia y la intolerancia en el deporte". En esto se ha convertido la temporada del Córdoba, en un suplicio eterno que pide a gritos una solución drástica, un cambio de caras, una maleta y billetes lejos de aquí para los responsables del desaguisado; en una sucesión de lamentables episodios que no hacen más que evidenciar el colapso final de la era González.

Y en medio de este sindiós, un partido de fútbol soso que contagió a la grada de esa pereza que se apodera de uno tras dos o tres días festivos que alteran las rutinas y disminuyen las horas de sueño. Con poco que llevarse a la boca se hizo ciertamente pesado arropar al equipo, más allá del tramo final cuando era evidente que los jugadores necesitaban un golpe de aliento final para tratar de sostener la renta que Caro había dado con su gol. A más de uno le costó hasta sacar los pañuelos en la habitual protesta contra la directiva del minuto 54. Tanto fue así que los únicos inquilinos de la grada que vivieron el partido con pasión e inquietud fueron el pequeño grupo de chavales que han llegado desde la India para participar en el Campus Internacional con el que la entidad cordobesista comenzó su prometedora expansión mundial como marca de referencia en el fútbol.

Apenas unos minutos antes del fatal tanto de Urko Vera, sobre El Arcángel empezó a cernirse la lluvia que durante todo el fin de semana ha boicoteado sistemáticamente el espíritu animoso de más de uno. Fue una especie de presagio de que la zozobra andaba cerca. Y a salida del estadio, todavía había quien intentaba convencer a sus amigos de que se había quedado una buena noche para irse de Cruces. Lo dicho, ¡qué cruz!

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