La pasión por el patrimonio
Ana María Vicent Zaragoza Vitalista y entregada a su trabajo, fue la precursora de lo que hoy día es el Museo Arqueológico de la ciudad, una aventura a la que dedicó tres décadas
Nació en Alcoy (Alicante) en 1923, se licenció en Historia por la Universidad de Valencia en 1948, ocupó la Ayudantía de Historia del Arte Medieval, a la par que colaboró con el Museo de Bellas Artes de San Carlos de Valencia elaborando fichas de catalogación, de 1949 a 1955.
En 1955 se trasladó a Madrid con una beca del CSIC para el Instituto Velázquez de Arte y Arqueología, consiguiendo en 1958 una plaza de profesora adjunta de Prehistoria y Etnología en la Universidad de Madrid (hoy UCM). Colaboró con el profesor Almagro Basch en la puesta en marcha del Instituto Español de Prehistoria del CSIC. De 1957 a 1959 obtuvo una plaza de conservadora interina en el Museo Arqueológico Nacional. Entre 1957 y 1958 amplió sus estudios en Roma y Florencia y se diplomó en Arqueología Paleocristiana y Bizantina por la Universidad de Bolonia.
Ana María Vicent Zaragoza llegó a Córdoba en 1959, tras haber ganado con el número uno las oposiciones a Dirección de Museos Arqueológicos, para hacerse cargo del cordobés, que entonces apenas existía. En un principio su idea era la de organizar el museo y después trasladarse a Valencia o a Madrid, donde conservaba la plaza de adjunta en la universidad. Sin embargo la ciudad le conquistó.
El Arqueológico -desde 1920- ocupó dos sedes, en la Plaza de San Juan y, sobre todo, en la casa mudéjar de una bocacalle de Velázquez Bosco entre 1921 y 1959. Con el alcalde Antonio Cruz Conde, en 1951, se desbloqueó el proyecto de traslado del Arqueológico al palacio renacentista de los Páez, tras nueve años de parón, y el Estado le consignó una partida presupuestaria. A partir de ahí, será clave la figura de Ana María Vicent.
Contaba para ello con un conserje y 12.000 piezas (o fragmentos) repartidas entre muchos montones sobre el suelo. Ella lo consolidó en su actual sede, tras conseguir su declaración como Monumento Histórico Nacional en 1962. Será, por lo tanto, el museo al que dedicará el resto de su carrera.
La inauguración tuvo lugar en mayo de 1965. Multiplicó por treinta sus fondos, los organizó e ideó el sistema expositivo, lo dotó de una biblioteca especializada. En 1974 consiguió la incorporación de los inmuebles colindantes al museo para su ampliación y lo colocó entre los tres más importantes de España. Creó en 1975 la revista Corduba Archaeologica, para difundir su patrimonio.
En 1973 promovió una campaña para la creación de una Facultad de Historia en la Universidad de Córdoba, siendo el primero en impartir la asignatura de Arqueología en la incipiente facultad al ganar las oposiciones el también arqueólogo y profesor Alejandro Marcos, con quien casó en Mayo de 1973. Simultáneamente participó en numerosas excavaciones en la provincia, entre 1962 y 1988, en las que nunca dudó en adelantar su dinero, y en unos 115 solares de la capital, en una época en que las instituciones se desentendían de los problemas de la arquitectura urbana, en una ciudad en expansión con una gran riqueza arqueológica en su subsuelo. Salvó de la destrucción numerosas portadas, casas típicas e iglesias cordobesas, frente a muros de intereses e incultura. A pesar de recibir amenazas anónimas en su casa, sólo paralizaría las obras en el Palacio de la Merced. Impulsó las Ordenanzas Municipales sobre competencias y a propuesta suya el Estado adquirió entero el yacimiento de Medina Azahara.
Innovó, exponiendo y llenando las paredes y los suelos de colores, con la gran riqueza de mosaicos hallados, creando una armonía musical, como lo definió el crítico de arte Amós, y demostrando que tanto los mosaicos como las esculturas eran documentos históricos y no piezas decorativas.
Difundió el patrimonio del museo en artículos de prensa, entrevistas, charlas radiofónicas y conferencias, en Córdoba y provincia, porque consideraba que los museos eran archivos vivos. También en trabajos científicos, libros y artículos como los de las excavaciones de la Cueva de los Murciélagos, en Zuheros, actuaciones en la plaza de San Pedro, calle Osario o el solar de Gran Capitán.
En 1980 fue nombrada inspectora provincial de Yacimientos Arqueológicos. En 1989, tras su jubilación, se marchó a Madrid, donde fue nombrada vicepresidenta de la Asociación de Protectores y Amigos del Museo Arqueológico Nacional, y desde 1999 vocal adjunta de la Junta Directiva.
Entre las distinciones que recibió, que son muchas, se pueden citar las de miembro de la de la Real Academia de Córdoba (1961), del Instituto Arqueológico Alemán (1969) o Encomienda de la Orden de Alfonso X el Sabio. También se le condecoró con la Medalla al Mérito Turístico y la Medalla de Oro al Mérito de la ciudad de Córdoba en 1969. Fue consejera provincial de Bellas Artes y presidenta de la Comisión de Protección del Patrimonio Histórico-Artístico de Córdoba (1969-72); miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (1970) y de la Academia de Santa Isabel de Hungría de Sevilla (1976), ganó también la Medalla de Plata al Mérito en las Bellas Artes (1972). En 1987 se le tributó en Córdoba un sentido homenaje por su carrera y dotes personales y en 1995 el Ateneo le concedió el Jacobino de Plata.
Murió en Madrid en 2010 a los 87 años. Fue pionera y vitalista, enérgica, resolutiva, en una época en la que la mujer no tenía la consideración debida. Ella consiguió el reconocimiento a su labor convirtiéndose en una institución durante los 30 años que permaneció al frente del museo cordobés.
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