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El germen de lo que hoy es El Cabril

  • En 1947, un estudio geológico en la Sierra de Albarrana desvela la presencia de Uranio en la zona · La Junta de Energía Nuclear explota la Mina Beta y la convierte después en un centro de almacenamiento

Todo tiene un principio y se supone que un fin, así que el almacén centralizado de residuos nucleares de media, baja y muy baja actividad de El Cabril, que gestiona la entidad pública Enresa en Hornachuelos, no es una excepción. Este complejo de tratamiento no se ubica en la Sierra de Albarrana por casualidad, sino que tiene detrás una curiosa historia. Su origen se remonta al año 1947, cuando el ingeniero cordobés Antonio Carbonell emprende un estudio del terreno de Sierra Albarrana y la exploración de varios minerales y rocas en la zona. Los trabajos descubrieron la existencia, entre otros, de cuarzo, mica y feldespato, pero lo que realmente hizo saltar las alarmas fue el hallazgo de uranio en el corazón de esta serranía que separa el Valle del Guadalquivir del Valle del Guadiato. El primer paso fue ejecutar un deslinde, el llamado Coto Carbonell, y que la Junta de Energía Nuclear (JEN) asumiera el control del espacio en el que se había detectado este mineral por su carácter marcadamente estratégico.

Así lo cuenta, con numerosos detalles y anécdotas, el subdirector de El Cabril, Alejandro Ugarte, ingeniero industrial natural de Soria que aterrizó en las instalaciones en el año 1986 y que todavía hoy recuerda perfectamente todo el proceso hasta que se llegó al modernísimo complejo actual.

Este descubrimiento impulsó una nueva exploración en la ya denominada Mina Beta para concretar la localización de las bolsas, que eran muy ricas en uranio. Los problemas no tardaron en surgir, ya que la roca en la que se encontraba este rico mineral era excesivamente dura y el acceso a las mismas era difícil. "Consecuentemente, era muy costoso y por este motivo se abandonó la mina", señala Ugarte, quien insiste en el poco tiempo que duró el sueño de extraer uranio del corazón de la Sierra de Albarrana.

Años más tarde, la JEN se empieza a topar con el problema de no saber dónde almacenar los residuos radiactivos de baja y media actividad que se generan en España y que procedían en, en su mayor parte, de los hospitales, industrias y centrales nucleares. Se hacía necesario encontrar una solución urgente a este problema y los expertos optan por copiar a otros países, que haya habían utilizado antiguas minas de uranio para guardar los restos radiactivos.

La Junta de Energía Nuclear rastreo de los puntos de la Península en la que se había extraído uranio y llegó a la conclusión de que el lugar óptimo para guardar ese material radiactivo era la Mina Beta de la Sierra Albarrana. Seguramente, muchos de los técnicos que tomaron aquella decisión ni siquiera repararon en que estaban empezando a gestar lo que hoy es El Cabril, el único centro de España que trata y almacena basura nuclear de media, baja y muy baja intensidad.

La elección de la Mina Beta respondió, según Alejandro Ugarte, a una serie de criterios imprescindibles, como el elevado nivel de sequedad, la lejanía de cualquier núcleo poblacional y porque ya se cuenta con un buen estudio y conocimiento de la geología e hidrogeología de la zona. Desde ese momento, se preparó la mina con la construcción de una galería que garantizara aún más la sequedad y se empezó a almacenar residuos de baja y media intensidad en los denominados socavones, llegando a guardar en pocos años hasta 750 bidones, separados apenas por una pared de cemento. En esos años, la Mina Beta fue un constante punto de entrada y salida de personal con distinto material radiactivo, al que aplicaban algunas señas de identificación pero que, lógicamente, no contaban con las medidas de seguridad actuales. El principio por el que se regía el almacenamiento era el de devolver a la naturaleza lo que la propia mina (en este caso de uranio) había proporcionado.

En su narración de la historia de la mina, Ugarte señala que en 1981 el Gobierno dictó una resolución por la que se prohíbe utilizar la mina para guardar material nuclear, porque "no había una vigilancia física". La JEN decide construir tres módulos para este fin entre 1982 y 1985, periodo en el que la JEN pasa a llamarse Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas (Ciemat).

Una de las tareas del nuevo organismo fue la de trasladar los residuos desde la mina a los nuevos emplazamientos, todo ello con la colaboración de una empresa externa y con carretillas de butano, "aunque se pensó en hacerlo incluso con burros", ya que las dimensiones de la mina son pequeñas y el terreno es muy escabroso, recuerda el subdirector de El Cabril.

La Empresa Nacional de Residuos Radiactivos (Enresa) fue la que asumió la gestión de El Cabril en 1986 y finalizó la extracción de los residuos. De hecho presentó un proyecto para concentrar todos los bultos en un mismo sitio y no dispersarlos. Poco después, se descalificó la Mina Beta como lugar de almacenamiento y se clausura en enero de 1988. Desde entonces, este enclave permanece casi inaccesible, al que los gestores del centro de almacenamiento de Hornachuelos casi siempre se refieren en sus explicaciones pero al que muy pocos curiosos al cabo del año pueden acceder. Su valor irá creciendo con el tiempo, entre otras cosas porque fue el germen de lo que hoy es El Cabril.

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