Vista aérea

Salvador Gutiérrez Solís

Scarpia

TAL y como sucede en los diferentes ámbitos, sociales o económicos, los procesos históricos influyen en las expresiones culturales. A su modo, nos muestran el mundo que les ha tocado en suerte. En las últimas décadas el perfil del creador ha variado ostensiblemente. Salvo por elección propia, alguno habrá, el creador ermitaño, anacoreta, alejado de la realidad, del entorno que le rodea, es sólo un recuerdo del pasado, cuando los cauces comunicativos y sociales brillaban por su ausencia. En muchos casos se trataba de una soledad o distancia impuesta por las circunstancias. En la actualidad, pintores, escritores, escultores o grafiteros son -positivamente- polucionados por el resto de disciplinas artísticas, por las diferentes corrientes sociales o culturales, por el momento histórico que les ha tocado vivir. El creador ha escapado del sótano para instalarse en el mirador de lo real, donde las emociones no son fingidas y los colores no han perdido su intensidad original. Una canción de Prince o de Lou Reed, una película de Tim Burton, el mural que decora el patio de aquella biblioteca pública o las bombas cayendo sobre Bagdad pueden ser las chispas que enciendan la obra de un creador, a modo de piezas que buscan su acomodo en un puzzle tan personal como laborioso. La vida, lo cotidiano, una ventana a la calle, el reportaje de un periódico, el programa radiofónico de madrugada, son elementos polucionadores, fuentes de información y de conocimiento que suministran más caudal, más agua, al río del que bebe el creador. Un creador que, más que nunca, se muestra preocupado por su entorno más directo, por dialogar y actuar en las calles por las que camina cada día, por hacer de su ciudad un lugar sostenible y habitable, humano y bello, al mismo tiempo.

El pasado año quedé gratamente sorprendido al contemplar las propuestas de los creadores plásticos más jóvenes de nuestra provincia, enmarcados bajo el epígrafe de Generación Eutópica, magníficamente comisariada por Pablo Téllez. Me encontré con un grupo de jóvenes que ya no tienen que esforzarse por ser modernos, por estar a la última, o por trasgredir desde la simple -y en demasiadas ocasiones vacía- trasgresión. Hijos de sus días, alquimistas de nuevo cuño capaces de indagar en las referencias Pop sin renunciar a sus orígenes o de zambullirse en la tradición desde el presente sin que por ello las manecillas de sus relojes retrocedan. De entre todos los autores presentes, me llamó especialmente la atención la propuesta de Felipe Gutiérrez, un artista plástico nacido en El Carpio que ofrece una obra fresca y lúcida, divertida y juvenil -en cuanto a su elasticidad-. Todas estas sinergias -generacionales o, simplemente, coyunturales- propician que se puedan desarrollar espacios para la acción y la reflexión como Scarpia, que tendrá lugar a finales de agosto en El Carpio. Un pueblo en el que viví durante mis tres primeros años de vida, mis padres habían nacido allí, y con el que conservo unos robustos lazos de familiaridad y amistad.

Los recuerdos que conservo de El Carpio, como la infancia misma, son fugaces, singulares y variopintos: la Morenita, Ecce Homo, San Pedro, la Feria de septiembre, la Torre, los flamenquines de Diego en el Casino, caracoles y tubos de nata, el cuartel de la Guardia Civil, el quiosco de la plaza y, sobre todo, la belleza del río y su entorno. Scarpia pretende mirar a El Carpio desde su interior, interpretar e interactuar en su presente con la intención de establecer un puente con el futuro. Charlas, talleres, acciones in situ, proyecciones o visitas forman parte de una completa y ambiciosa programación que promete grandes momentos de creación colectiva y de alianza de complicidades. Pero Scarpia es, a mi modo de ver, una apuesta por la cultura que encontramos nada más abrir la puerta, la que encontramos sin necesidad de visitar un museo o la que no se lee en un libro. Una apuesta por la cultura ciudadana, y por hacer de las ciudades lugares naturales de la cultura. Y 2016 a la vuelta de la esquina.

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