La tribuna

Salvador Gutiérrez Solís

Lou Reed

ES un día perfecto, me alegro de haberlo pasado contigo. Con sus alas eléctricas de algodón e hierro, voló desde Nueva York a Berlín, viaje al paraíso de las flores que nacen en el cemento, en el hormigón, en las alcantarillas, en las camionetas de reparto, en la cola del supermercado. El paraíso de los mortales con aspiraciones aéreas, especialistas de circos mundanos, focas y delfines, perros equilibristas, payasos de peluca roja, trapecistas con red de telaraña. Alas eléctricas para ese niño con rasgos de un Frankenstein que trabaja los sábados por la noche en el burger, propinas sonoras, monedas que se resbalan por los tobillos, agujereados los bolsillos. Alas rojas y negras, como esas noches con Andy, sobreviviendo a Andy, hacerse mayor en la Factoría ante el pelo blanco de Andy, alas rojas y negras. Se ha ido Lou Reed y nos queda todo lo demás, que tampoco es tanto, aunque muchos lo entiendan como demasiado. Se ha ido Lou Reed, lo recibió la dulce Jane al otro lado de la nada, y cantaron susurrando esa canción que ya es eterna, y que es un canto de tripas y sueños, de metal y cristal. Date una vuelta por el lado salvaje. Poeta, transgresor, adelantado y, sobre todo, por encima de todo, roquero. Ejemplo cualificado de esa leyenda que se le atribuye al rock, y que tal vez redactaron para Lou Reed. Se ha ido Lou Reed, pero no será para siempre, lo mejor de él se queda entre nosotros, que no son sólo sus canciones, que también, es su espíritu, la capacidad de invención, las luces largas, el futuro que nos anticipó, el quejido de la magia. Es un día perfecto, me alegro de haberlo pasado contigo.

Pocos autores han sintetizado el tiempo que les ha tocado vivir como Lou Reed. Su obra es un perfecto resumen de su educación cultural, emocional y social, un inmenso puzzle que tal vez él mismo nunca llegó a componer definitivamente. Ginsberg, Bowie, T Rex, Andy Warhol, Factory, Cale, Baudelaire, el Glam, el Rock, el Pop, pero también la niebla de las noches, los sótanos familiares, el grito de las calles, el tumulto de los mercados, aparecen en la obra de Reed. Tienes razón y yo estoy equivocado. Un creador que, primero en la Velvet Underground y, posteriormente, en solitario, marca una clara fractura entre los tiempos, como un guardabarrera de la historia de la música.

Lou Reed se plantea los mismos asuntos que los creadores de los sesenta, pero los aborda de manera radicalmente diferente. Es la voz del hombre de la ciudad, del barrio, de la urbe, con los pies en el suelo y las manos manchadas de barro, el que nos cuenta, el que nos narra este nuevo tiempo. Una visión, una manera de contar, que ha marcado a todas las generaciones posteriores. El mítico disco de la Velvet, con la portada de Warhol que todos conocemos, el del plátano, sí, apenas tuvo recorrido comercial, pero no cabe duda de que fue una semilla poderosa, que germinó en buena parte de esos árboles y plantas que hoy constituyen la jungla musical. Pensaba que era James Dean por un día.

Lejos de la gran ciudad. Tal y como les sucede a Paul Auster o a Woody Allen, Lou Reed nunca fue en su propio país un autor mayoritario. Como solemos decir: no fue profeta en su tierra. Como Allen o Auster, su talento y personalidad no encajó nunca en un país acostumbrado a una cultura más plana, más fácilmente definible, más previsible. Desde sus comienzos, Reed encontró en Europa la "comprensión" a su obra, especialmente en el Reino Unido, donde es fácil encontrar su influencia a través de un sinfín de bandas.

Durante años, Lou Reed ha sobrevivido a la leyenda negra del rock, "no sé como sigo vivo", no dudó en decir en una entrevista, al tiempo que forjaba su propia y auténtica leyenda, que es, sin duda, la más rica y fértil, la que realmente nos ha de interesar. Creador de canciones memorables, algunas de las cuales reconocemos gracias a las miles de versiones, Lou Reed seguirá siendo el latido musical de varias generaciones. Poesía y electricidad, aliento de ciudad. Es un día perfecto, me alegro de haberlo pasado contigo.

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