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Córdoba se enreda en el siglo XX

  • Racanería. Los presupuestos del Estado demuestran que la provincia ha dejado de jugar papel estratégico alguno en el conjunto nacional y que pierde competitividad

La semana que se cierra hoy deja el amargo sabor de conocer el borrador de presupuestos que el Gobierno central ha preparado para 2014, año que se antoja tan oscuro como los precedentes. Cuentas austeras, como se preveía, pero que en Córdoba alcanzan niveles de racanería extrema hasta el punto de convertir a la provincia en la que menos inversión recibe con diferencia de la comunidad andaluza y en una de las más damnificadas y olvidadas de España. Apenas un par de alegrías mencionables, las partidas destinadas al Centro de Convenciones y a la eterna variante de Porcelanosa, y todo lo demás asuntos de mantenimiento imprescindibles y gestos para la galería con pequeñas y testimoniales partidas que rozan lo ridículo. Queda esperar los planes inversores de la Junta, pero no creo que nadie a estas alturas se haga ilusiones: sería de cándidos. De todos modos, y aunque todo esto se haya ya dicho por aquí y por allá, lo que quizá no haya quedado claro es la causa y la consecuencia de estos hechos.

El origen, terrible: que Córdoba es una provincia que a día de hoy carece de un proyecto definido y de una posición estratégica ni en Andalucía ni en España. La consecuencia, más terrible aún: que Córdoba va perdiendo competitividad respecto a provincias cercanas que gozan de un mayor esfuerzo inversor y que, por ello, está abocada a salir de la crisis en peores condiciones, más tarde. Todo en contra, pues, y nada a favor.

Hablaba el otro día el exalcalde y diputado del PP Rafael Merino, en unas declaraciones controvertidas y exculpatorias, de que a esta tierra nuestra le toca ser ahora solidaria porque en los tiempos de José María Aznar en el Gobierno recibió más que otras provincias. Cierto es que Córdoba no está, con el paro por las nubes, para darse a la filantropía, como han dicho PSOE e IU, pero lo que evidencian las palabras con cierto olor a naftalina del otrora regidor no es sino la diferencia que existe entre los años 90 y la actualidad. Se pueden resumir en que al final del siglo XX Córdoba, tanto con Aznar como antes, aunque eso a Merino no le interese recordarlo, se benefició de una coyuntura favorable, de una posición estratégica por su situación geográfica y del impulso que supuso la Expo 92 de Sevilla y el desarrollo de la Costa del Sol, mientras que ahora, cumplidas aquellas necesidades, la provincia no ha encontrado la fórmula para mantenerse como zona prioritaria ni de relevancia para las administraciones. Córdoba fue en su día beneficiaria colateral del impulso que se pretendía dar a la capital andaluza y a Málaga, mientras que ahora ocupa en el elenco de este teatrillo el papel que tantas veces ha ocupado en los últimos siglos, el de actor de reparto con aire funerario, o tal vez bufo, de cuyo rostro nadie se acuerda cuando se echa el telón. Y no es victimismo, es la realidad que constatan los números.

Quizá no somos todavía conscientes de lo nefastos que han sido para Córdoba, en especial para la capital, que no deja de ser el motor que se supone que debe tirar de la provincia, los primeros diez años de esta centuria que todavía se antoja recién levantada pese a que ya hayamos consumidos 13 años de ella. Pésima la gestión política, pésima, y fatal la derrota de una candidatura para la Capitalidad Cultural de 2016 que era la poca estrategia con la que contábamos. Pero vayamos por partes.

Primero: no deja de ser curioso, pasado el tiempo, que Córdoba fuese incapaz durante los años del boom económico de sacar hacia delante sus proyectos más ambiciosos y soñados. Se ha hablado muchas veces en este diario de la ciudad de las maquetas, un eslogan bajo el que se esconde en realidad un engaño, quizá no pretendido, a la ciudadanía. Se ideaban proyectos con costes brutales, que luego quedaban enredados y morían en su propia imposibilidad, como todos sabemos. Locos sueños por ejemplo los de Rosa Aguilar, figura política emblemática de esta etapa estéril, que significaron a la postre una pérdida de oportunidades terrible que ahora escuece mucho más que entonces. Se ambicionó como si no existiese un mañana, como si todo fuese posible sin que existiese la lógica, y cuando la crisis económica alcanzó finalmente a Córdoba lo que había en los despachos municipales eran sólo unos planos que olían a derroche y a nada. El Palacio del Sur, al que todavía se atreven a mencionar el PSOE e Izquierda Unida, resume lo que fueron los deseos manirrotos de una clase dirigente a la que se le pasaban los años soñando quimeras y gastando a manos llenas en la ampulosidad de su ejercicio cotidiano -y me acuerdo ahora de la Diputación- lo que ahora nos falta. Lo que nos faltará mañana.

Segundo: si Córdoba se sumergió en tal sueño es porque pensó que contaría con el apoyo presupuestario, con que en un momento, por culpa del AVE o de la autovía a Málaga, se llegó a la conclusión de que éramos una provincia prioritaria, importante, cosa que en realidad, aunque duela decirlo, nunca fuimos. Sólo la idea nacida en CECO de aspirar a la Capitalidad Cultural Europea de 2016 supuso un cambio real de esa tendencia de Córdoba hacia la insignificancia, pero acabó como acabó. Nunca podremos cuantificar al detalle lo que supuso que el jurado de aquella competencia se decantase por San Sebastián en una decisión hedionda de claro carácter político, pero yo me aventuro a decir que en aquel momento el futuro de Córdoba dio un vuelco de 180 grados, un giro radical. Si el nombre que se hubiese pronunciado fuese el de nuestra ciudad no serían tan rácanas las cuentas públicas como lo son ahora ni la sensación de desesperanza y de andar sin brújula ni ambiciones sería tan palpable en el ambiente. La estrategia de Córdoba, mejor o peor pero la poca que teníamos, pasaba por significarse como un gran destino cultural y hacerse fuerte en eso, pero cuando el castillo de naipes de 2016 se derrumbó todo se fue al demonio y lo que quedó fue este proyecto político un tanto amorfo, indistinguible, que hoy padecemos. Andamos así al albur de las circunstancias, a la espera de que la suerte nos envíe un mensajero, perdidos, y el hecho de que todavía anden merodeando por los presupuestos proyectos como el Museo de Bellas Artes o la Biblioteca de los Jardines de la Agricultura, por supuesto sin fondos y quizá irrealizables, no es sino un guiño infame del destino que nos recuerda que todavía no nos hemos repuesto del sopapo enorme que nos dieron; que todavía andamos con cara de tontos dando vueltas y recibiendo collejas como la de estos Presupuestos Generales de 2014.

Para acabar, diré que sospecho que el hecho de que haya sido Rafael Merino, un hombre que todavía huele a años 90 por la relevancia política que tuvo en los finales de esa década y el papel más secundario que ha jugado desde entonces, quien esta semana haya tenido que comparecer para justificar estos presupuestos quizá no sea sino un mensaje de lo que a uno se le antoja de vez en cuando: que Córdoba se ha enredado en un siglo XX del que no logra salir, puesto que de lo que va del siglo XXI sólo hemos conocido su cara más amarga: la mala planificación, el derroche inútil y sus consecuencias obvias. Sin estrategia a largo plazo, sin planificación, sin nada que nos ilumine, da la sensación de viajamos dentro de un túnel mientras alguien trata de convencernos de que en realidad estamos en la playa a plena luz del día. Largo será pues el camino hasta que algún día podamos ver de veras la auténtica luz del sol. Es triste, pero ahí andamos. Justamente ahí.

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