La vida vista

Félix Ruiz / Cardador /

El chamán de la tribu

UNO pensaba que el escultor Aurelio Teno se había introducido tan a fondo en el paisaje de Sierra Morena que tanto amaba que en verdad era una parte más de él y que por tanto nunca lo abandonaría. Nacido en las Minas del Soldado, un pueblecito de Los Pedroches que luego quedó deshabitado, la vida de este vigoroso escultor tenía algo de biografía de un apátrida que al final encontró su patria en los parajes agrestes del monasterio de Pedrique, lugar en el que se construyó su retiro para pasar la última etapa de su vida. Teno, en realidad, tenía aspecto de indio navajo, con su melena canosa al viento y su rostro curtido por mil soles, y lo que emanaba era una especial espiritualidad de ser apegado a la naturaleza, a la poesía de la materia, de chamán de la tribu que conoce los arcanos secretos de los vientos, del agua y del fuego. Con su tórax de boxeador y su testa fabulosa, se puede decir que jamás fue un anciano, al menos un anciano al uso, pues siempre mantuvo una buena condición física y un aspecto juvenil y algo bohemio, inconfundible. Pienso que el arte, la creación de esas esculturas suyas en las que la vida brotaba con fuerza y misterio, no siempre hermosas pero casi siempre poderosas, le habían mantenido alejado de los peores efectos del tiempo, aunque cuentan que en los últimos años el ánimo había comenzado a desfallecerle debido a los achaques propios de la edad y a otros motivos desgraciados. Yo anduve con Teno un par de veces por sus fascinantes predios de Pedrique a comienzos de este siglo XXI en el que andamos y me dio siempre la sensación de que de un momento a otro iba a echar rodilla abajo e iba a poner su oído sobre el suelo para escuchar el corazón de una tierra y un mundo que él tan bien conocía y tanto amaba. Los chamanes de la tribu hacen esas cosas. Ayer me levanté con la noticia de que Aurelio Teno había muerto y desde entonces me preguntó cómo será la primera noche sin él en esas tierras suyas, territorio del águila, el olivo y la encina. Le añorarán mucho. Le añoraremos. El jabalí. Los olivares. Los humanos. Su espíritu libre vagará por siempre allá en Pedrique junto al de los monjes del pasado.

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