reloj de sol

Joaquín Pérez Azaústre

Sebastián sin corbata

MIGUEL Sebastián logra que todos añoremos las corbatas hasta para hacer footing. Durante mucho tiempo, los cuellos de corbata altos italianos se han convertido en una distinción simpática, una especie de arco desenvuelto de flexibilidad suave dentro del protocolo más estricto. En una recepción de artistas en cualquier acto oficial, si uno tiraba de cuello italiano alto, bien planchado y erguido, la actitud era tomada como ese desenfado no exento de una gracia natural, una especie de etiqueta sin etiqueta, porque la distinción era la marca y el nudo de tres vueltas era sustituido por un cuello con cuerpo. No tengo ni la más remota idea del tipo de camisas que usa Miguel Sebastián; pero seguramente, por buenas que sean, un hombre como él las vuelve incómodas. Si yo fuera fabricante de camisas y mañana apareciera en el Congreso Miguel Sebastián con una mía, rápidamente retiraría del mercado ese modelo y me apresuraría a eliminarlo de cualquier catálogo: porque este hombre tiene mala sombra, y no tanto por plantarse en su escaño sin corbata, sino por replicar como lo hizo, agrio.

Miguel Sebastián siempre ha sido un hombre agrio, al menos en su proyección pública, con o sin corbatas de por medio. Lo fue en el debate aquel con Gallardón por la Alcaldía de Madrid, cuando en medio de una discusión que iba perdiendo no tuvo otra ocurrencia que sacar una revista en cuya portada aparecía una señora que, de una u otra manera, se había visto relacionada con el candidato popular; o, si no se había visto relacionada, fue lo que dio a entender el gesto de Sebastián. Desde entonces, este hombre cae mal, carece de la empatía necesaria para actuar en política. Quizá ser ministro de Industria lo mantenga a uno algo más apartado de las cámaras, pero cada vez que tiene la ocasión de pronunciarse lo hace en el mismo tono no especialmente faltón, pero antipático. Además, suele hacerlo no sólo fuera de lugar, sino también de tiempo, porque si algo no necesitamos estos días son polémicas torpes e impostadas.

Miguel Sebastián, con su polémica torpe de plantarse en el Congreso sin corbata, ha confundido la soberanía nacional y su ejercicio representativo, con el respeto debido no sólo a la cámara, sino también a los ujieres y al presidente mismo, con un bar de verano con moqueta verde en la terraza y mesas de señoras bebiéndose un martini. Quizá Bono estuvo demasiado extenso en la reprimenda justa, pero la respuesta posterior de Sebastián, diciendo un poco que él va a seguir yendo al Congreso como le salga de las narices, es para cerrarle literalmente esas puertas. El asunto no es la polémica en sí misma, sino la tontorrona inoportunidad del tema: Sebastián confunde las convicciones con la temperatura y el domicilio particular con la casa de todos.

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