Cultura

Contra esto y aquello

  • Dos hispanistas franceses publican la más completa biografía de Miguel de Unamuno, una figura inmensa que no debería quedar relegada a los manuales de historia

Hizo de todo y todo lo hizo apasionadamente. Fue narrador, ensayista, dramaturgo y poeta. Articulista, orador, traductor y catedrático de Griego. Renovó la lengua española y dio densidad intelectual a muchos de los planteamientos del 98, que iniciaron la modernidad literaria. Antes que nadie, recorrió la península a pie para describir los paisajes y las gentes en páginas hermosas y perdurables. Fue un poeta de oído duro y sensibilidad decimonónica, pero de voz única, absolutamente personal. Sus novelas fueron pioneras al internarse en lo que ahora llamamos metaficción o metaliteratura, ese ambiguo territorio -ya transitado por Cervantes- donde el autor se permite reflexionar a propósito de los hechos que narra e incluso irrumpir él mismo para conversar con sus criaturas. Como ensayista, escribió de todo y a todas horas, pues nada humano le era ajeno. Se soñó un nuevo Alonso Quijano, y arremetió por igual contra los gigantes y contra los molinos, "contra esto y aquello", como tituló uno de sus libros. Apenas tuvo discípulos, pero Darío, Ortega o Juan Ramón se declararon admiradores de su obra. Tenía un carácter a la vez austero y excesivo, fácilmente irascible, que se crecía en la batalla dialéctica. Incansable agitador de conciencias, Miguel de Unamuno y Jugo (Bilbao, 1864-Salamanca, 1936) se paseó por todas las trincheras y acabó confinado en una tierra de nadie.

"Solitario, terco e hirsuto vizcaíno, todo sinceridad y corazón, hombre de carne y hueso, rebelde, apasionado, distinto", escribió de él su biógrafo Emilio Salcedo, autor de una valiosa Vida de don Miguel (Salamanca, 1964) que incorporaba importantes testimonios orales de familiares, alumnos o escritores coetáneos. Más de cuatro décadas después, esta nueva biografía recoge los datos aportados por centenares de aproximaciones parciales a la vida y obra del autor salmantino e incorpora abundante documentación inédita, fruto de un exhaustivo trabajo de investigación que ha cuajado en una obra que aspira a ser, hasta donde ello es posible, definitiva. Además de los libros de Unamuno, los autores han rastreado los artículos y discursos publicados o transcritos en la prensa, el nutrido epistolario del autor -esencial para la etapa del destierro- y las notas o "cuadernillos" autobiográficos en los que confiaba sus perplejidades. De este modo, el matrimonio formado por los hispanistas Colette y Jean-Claude Rabaté ha alumbrado una biografía monumental que hace justicia a una figura inmensa, aunque no demasiado frecuentada en la España contemporánea.

En palabras de los autores, Unamuno "nos convida a recorrer los meandros de su vida interior, sin levantar apenas el velo que cubre su vida íntima". No en vano el pensador vizcaíno afirmó repetidamente: "Mis obras son mi biografía", y más allá de lo obvio que ello resulta en el caso de un escritor, hay que conceder que puso en ellas -no sólo en los libros, sino en los miles de papeles que emborronó- todo su colosal empeño de vida. Por ejemplo, del largo noviazgo -quince años de relación "casi enteramente epistolar"- con su futura mujer Concha Lizárraga, madre de sus ocho hijos, apenas conocemos nada, aunque sabemos que Unamuno llegó a escribirle diariamente. Sí en cambio de la niñez y adolescencia bilbaínas, de las frecuentes crisis religiosas y existenciales o de la siempre cambiante evolución de su pensamiento. Una de las muchas paradojas que definen la trayectoria de Unamuno es cómo alguien que decía aborrecer la política y a los políticos -aunque él mismo ejerció fugazmente como concejal y diputado- permaneció toda su vida estrechamente vinculado a los debates de su tiempo, no sólo en sus breves incursiones partidarias, sino sobre todo a través de las tribunas de la prensa en la que colaboró incansablemente.

Sin dejar de ir por libre, siempre a su aire, Unamuno se metió en todos los charcos y acogió sucesivas causas que defendió como si le fuera la vida en ello. Comenzó en el vasquismo, aunque se distanció del ideario nacionalista con argumentos que no han perdido vigencia. Abrazó la doctrina socialista, pero tampoco se mantuvo mucho tiempo en una militancia que exigía demasiadas concesiones a la disciplina. Se enfrentó a la monarquía y a la dictadura, que lo desterró a Fuerteventura. Acogió la República, pero fue de los primeros desencantados del nuevo régimen. Recibió muchas críticas por estas oscilaciones, pero nunca eludió el debate y dio su opinión, en caliente, a propósito de las cuestiones más polémicas del siglo. Contradictorio y arrebatado, fue el paradigma del escritor comprometido, pero evitó por igual las lisonjas del poder y las tentaciones de la demagogia.

El valeroso enfrentamiento con Millán Astray en el célebre acto del 12 de octubre del 36 -los biógrafos reconstruyen lo que pudo ser el legendario discurso de Unamuno a partir de un guión manuscrito, garabateado al dorso de un sobre- no deja lugar a dudas a propósito de su coraje personal y de una actitud indomeñable que no cedió a las bravatas necrófilas de los falangistas exaltados. Ya antes había plantado cara a la chusma que con la excusa de hacer la revolución había llevado el terror a las calles y socavado los cimientos de la República. Su apoyo inicial a Franco estaba basado en el malentendido de que el Alzamiento obedecía a un propósito liberal, pero el anciano pensador no podía simpatizar con el discurso cainita de la nueva España. Los últimos meses de Unamuno, vetado en la prensa a la vez que recibía equívocos homenajes, sugieren una honda tristeza. El día de San Silvestre, último del año, mientras departía con un discípulo que había ido a visitarlo en su medio encierro de Salamanca, se apagó definitivamente. Empezaba, como vaticinó Ortega en su conmovedora necrológica, "una era de atroz silencio".

Colette y Jean-Claude Rabaté. Taurus. Madrid, 2009. 784 páginas. 21 euros.

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