Cultura

Dos siglos de nostalgias

Casi toda la música del siglo XIX surge de la nostalgia. El deseo de regresar (nostos) a tiempos, personas o lugares que se sienten como propios, y el dolor (algia) que ello produce, parecen conformar la situación emocional desde la que crean los compositores decimonónicos, aún cuando traten de evocar otros sentimientos característicos de la época, como el amor, el dolor, la furia, la piedad religiosa, el elemento mágico o el gusto por el exotismo. Todos esos ingredientes puso Robert Schumann (1810-1856) en su ópera de tema medieval sobre Genoveva de Brabante, heroína de leyenda a punto de ser mal muerta por los injustificados celos de su esposo. Con la obertura de esta obra comenzó la velada musical del miércoles.

La pieza condensa en su brevedad buena parte de los estados psicológicos que desarrolla la ópera. Una atmósfera de sombra y motivos de lamento en los violines conducen a la exposición de un primer tema inquieto y apasionado de la cuerda. Después suena en las trompas un bonito pasaje, como de caza, que es continuado por los oboes y las flautas… La pieza, cuya interpretación por parte de nuestra Orquesta fue mejorando a partir del desarrollo, resultó una introducción idónea al monumental concierto de chelo que completaba la primera parte.

La célebre obra de Antonin Dvorak (1841-1904), muy bien interpretada por el solista invitado, el chelista brasileño Antonio Meneses, fue compuesta durante la estancia en los Estados Unidos del compositor. A pesar de ello, y a diferencia de otras obras de esa etapa, no contiene elementos folclóricos americanos, sino más bien bohemios, lo que se ha visto a menudo como expresión del deseo de Dvorak de retornar a la patria. A su regreso, otra nostalgia vendría a sumarse a las expresadas por este concierto, rico en citas y evocaciones: la de su cuñada Josefina, de la que había estado enamorado en su juventud. Tras su muerte, a finales de mayo de 1895, Dvorak decide insertar en el centro del segundo movimiento (y evocarlo rápidamente también al final) un tema extraído de su lied Lasst mich allein in meinen Traümen gehn (op. 82) que era la canción preferida de Josefina.

La segunda parte consistió en una brillante lectura (la mejor de la noche, a mi juicio) de una de las obras más encantadoras del repertorio sinfónico. Hernández Silva y sus músicos hicieron sonar con magnificencia ese canto a la fascinación por el Sur en que consiste la cuarta de las grandes sinfonías de Félix Mendelssohn (1809-1847). Evocaciones del color, el calor y el bullicio (primer movimiento); de las teatrales procesiones (segundo), de bailes exuberantes (cuarto) llenan esta sinfonía que su autor consideraba como "la más alegre que haya compuesto nunca". Abierta la espita de recuerdos, nostalgias y evocaciones, el tercer tiempo, un minueto delicado y elegante, pareció traernos a la mente en la interpretación de la Orquesta de Córdoba otra preciosa obra de Mendelssohn, cuyo hermoso título retrata igualmente el espíritu de esta sinfonía: Sueño de una noche de verano.

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