Cultura

Pérez-Reverte recobra la esperanza

  • El autor presenta 'Hombres buenos', una aventura ambientada en el siglo XVIII que reivindica "el papel importantísimo" de la Real Academia en aquel tiempo de cambios

A pesar de esa vieja imagen de institución exquisita aislada del ruido del mundo, "un club masculino de eruditos abuelos apolillados", un "cliché rancio" que aún persigue a la institución, la Real Academia Española de la Lengua fue a menudo capaz de sublevarse a los dictados de los gobernantes. Se cuenta en un pasaje de Hombres buenos, la nueva novela de Arturo Pérez-Reverte: la RAE "siempre mantuvo una independencia real con respecto al poder, y eso que le tocó vivir varios tiempos difíciles. Acuérdate de Fernando VII, o de los intentos del dictador Primo de Rivera por controlarla... O de cuando, tras la Guerra Civil, Franco ordenó cubrir las plazas de académicos republicanos que estaban en el exilio, la Academia se negó a ello, y los sillones se mantuvieron sin ocupar hasta que los propietarios exiliados murieron o regresaron a España".

Éste es sólo uno de los muchos apuntes a favor de la Academia que contiene Hombres buenos, una novela -publicada en Alfaguara, como es costumbre en la carrera de Pérez-Reverte- que recrea un episodio asombroso en la historia de la entidad: cuando, en el siglo XVIII, se encargó la adquisición de la Encyclopédie, ou dictionnaire raisonné, una obra que "compendiaba la mayor aventura intelectual" de aquel tiempo y que por aquel entonces aún estaba prohibida en España. Al autor de La piel del tambor o El tango de la guardia vieja le fascinó ese episodio, en un siglo en el que "España estuvo a punto de hacer un montón de cosas, y la Academia tuvo ahí un papel importantísimo", como premisa para una ficción que reivindica a la RAE, que Pérez-Reverte considera "muy desconocida" por el público.

"La gente piensa que hace un diccionario para España y lo hace para 500 millones de hispanohablantes", precisaba ayer el escritor, en un encuentro con periodistas en Sevilla. "Hay quien se queja de que se metan palabras como amigovio y otras que parecen raras, pero que se usan en América". La RAE, prosigue Pérez-Reverte, "es una especie de organismo diplomático que mantiene la unidad del español en 22 países, y tiene que hacer concesiones a estos, no sólo a España. Es un trabajo de puente, de diplomacia, muy complejo, muy delicado, que hace muy bien y del que estoy orgulloso -confiesa-. Y en el XVIII era una de esas instituciones necesarias e importantes en un Estado que intentaba ser moderno. Cuando me enteré de esta historia de la Encyclopédie pensé que era un buen modo de dar a conocer la Academia, y de hacer una reflexión sobre la España que tenemos y la España que pudo ser", explica sobre una narración que concibió también con "una lectura presente, que además de hablar de cómo era la España del XVIII, de nuestros males, de nuestras carencias, de las esperanzas que había de que cambiara, asomara la España, la Europa de hoy, y se viera cómo los fanatismos, los inmovilismos, las fuerzas oscuras que siempre han estado ahí han lastrado el progreso y el entendimiento de los hombres".

Más allá de esa conexión entre el ayer y el hoy, Pérez-Reverte plantea Hombres buenos como una "guía de entendimiento. Es sobre todo una historia de amistad y de libros, los libros como mecanismo de salvación, como analgésico, como solución". Frente a ese país cainita en el que la crispación parece ser la única forma de convivencia, el relato recoge dos visiones distintas del mundo que se toleran y complementan: el viaje que emprenden el almirante don Pedro Zárate y el bibliotecario don Hermógenes Molina, el primero "un marino científico, cartesiano, ateo", y el segundo un individuo "entrañable y religioso", les lleva pese a las diferencias al respeto mutuo. "Quería demostrar que fe, progreso, razón, son conceptos compatibles si hay buena voluntad", dice sobre unos personajes en cuyos diálogos sobrevuelan las palabras y el pensamiento de Cervantes, "también de Moratín, de Jovellanos, de Cadalso, de los españoles ilustrados". En las páginas de Hombres buenos se insiste en una idea: la España ilustrada fue "más bien prudente" y aquí faltó la revolución que sí se dio en Francia. "En España el XVIII fue un siglo de esperanzas, pero tuvimos muy mala suerte. Había aquí fuerzas que tiraban hacia atrás y tenían la puerta cerrada: el trono y el altar, el altar sobre todo. Cuando la cosa empezó a cambiar, llegó la invasión francesa, la guerra napoleónica, después el reinado de Fernando VII, el monarca más infame que hemos tenido nunca, después ese siglo XIX tan agitado entre liberales y conservadores que nos dejó destrozados... Fue mala suerte, pero una mala suerte muy alentada por las fuerzas reaccionarias, que motivó que esa España que podía haber sido no fuera hasta hace muy poco".

Hombres buenos está narrado entre ese siglo XVIII y el presente, con la voz del narrador que cuenta su proceso de documentación y sus charlas con compañeros como Víctor García de la Concha, Carmen Iglesias o Francisco Rico. "Con ninguno de ellos hablé en realidad. Es una invención disfrazada de verdad: el lector avisado reconoce esos juegos míos y los disfruta", opina Pérez-Reverte sobre los fragmentos del presente. "Lo que pasó es que la novela iba a ser lineal, con los personajes del XVIII nada más, pero había partes tediosas. Un viaje en ese tiempo era un viaje muy largo, había muchos tiempos muertos... y decidí recurrir a un narrador que está contando la historia, de esa forma podía saltarme los fragmentos más aburridos, hablar de los libros que utilizaba, de la documentación...".

Un proceso, el de documentarse, que Pérez-Reverte percibe como una de las mayores fortunas de su oficio. "Cuando estás trabajando en una novela aprendes un montón, es año y medio descubriendo textos, releyendo, desarrollando ideas y conceptos... Cuando un hombre tiene 63 años como yo, y canas en la barba y mucha vida vivida, ves que aún hay cosas que te sorprenden. Y eso es maravilloso".

No es el Estado, asegura Pérez-Reverte, "el que hace que las luces brillen en España; al contrario, hace a menudo dejación de sus funciones y deja indefensos a quienes quieren iluminarnos". En España, las luces hoy están en manos -sostiene el autor- de "héroes modestos, a menudo solitarios y sin ningún apoyo, especialmente los maestros que se desviven para que algunos chavales se salven. Cuanto mayor me hago, más pienso en que sin libros, sin lo que significan, estamos perdidos".

Pero Pérez-Reverte no quiere aferrarse al desencanto como conclusión: Hombres buenos es, posiblemente, la obra más esperanzada de su creador: "Esta novela me ha reconciliado con el mundo. Me ha obligado a buscar la parte buena del ser humano, y me ha devuelto algunas emociones que creía perdidas. Me ha hecho respetar más, mirar más, a la gente buena, y espero que al lector le ocurra lo mismo".

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