Córdoba-Osasuna

El traje ya se ve grande (0-1)

  • Un tanto en la última jugada castiga la racanería de un Córdoba que otra vez no dio la talla ante un rival directo por el ascenso El Arcángel explota ante la tercera derrota consecutiva

El Córdoba lleva toda la temporada vestido de aspirante a todo. Se compró un traje de marca en verano y durante el otoño se encargó de lucirlo, llegando a presumir de complementos ante el resto de invitados. Pero con la Navidad y los excesos, decidió que lo mejor era seguir la moda esa que apunta a contratar un entrenador personal y ponerse a dieta. Entre otras cosas porque ese dinero que se ahorra al dejar de lado los festejos con amigos, siempre es bienvenido en casa, donde el hueco para las reformas es perennne. ¿Qué pasa ahora? Pues que ante la época de grandes festines que se avecina, el traje ya no queda tan bien, la chaqueta se ve holguera y el pantalón necesita de tirantes y un buen cinturón para evitar un disgusto que deje al aire las vergüenzas. Está claro que es sólo un remedio de urgencia que no evita la necesidad de acudir a la modista, ya que la opción ideal de ir de nuevo a la tienda está descartada hasta que llegue otra paga extra, pues la de primeros de año se gastó en cosas que hoy se ven innecesarias. El problema es que cuando para lucir con cierto estilo hay que estar pendiente de tantos elementos, el más mínimo fallo provoca un caos que normalmente termina con la llamada al orden por parte del anfitrión, que empieza a ver que todo lo que parecía brillante ya no es tan así y teme por un desastre final. Y ante ese miedo, mejor un toque de atención cuando aún hay tiempo de reacción, aunque haga falta algo más que simple tiempo.

Así, ante el tercer caos consecutivo en casa, la afición de El Arcángel explotó ayer contra los suyos con una pitada que ni siquiera el himno pudo acallar al final de un partido que deja mal sabor de boca y peores sensaciones. Porque el Córdoba fue incapaz una vez más de dar la talla ante un rival directo, que acumuló más merecimientos desde el inicio del encuentro, aunque esperó a la última jugada para asestar el golpe mortal. Tras el gol de Álex Berenguer, ni se sacó de centro. Quizás fuera lo mejor porque ya había poca gente para ver nada. Tampoco había ganas, salvo para mostrar el descontento por algo que, más allá del cómo, hay que buscar en el porqué. Una situación que queda resumida en ese tramo final de un choque calificado por todos como clave que mostró una diferencia de ambición para no estar tranquilos. Osasuna quiso ganar y ganó, ayudado por la pasividad y racanería de un equipo que nunca estuvo cómodo y que no supo leer lo que el partido requería en cada momento. Ni los jugadores ni el técnico, José Luis Oltra, que terminó de completar el desaguisado con un último cambio de Pineda por Fidel imposible de defender. Como tampoco tiene defensa el nulo juego desplegado por los suyos, que hartos de correr tras el balón terminaron llegando siempre un segundo tarde y tomando decisiones erróneas que a punto estuvieron de pasar desapercibidas por un cuadro rojillo de tremendo futuro que no quiere tirar por la borda el presente.

Como cabía esperar, Oltra recuperó el 4-4-2 prescindiendo de la pausa de Víctor Pérez para dejar la vara de mando a Eddy y Markovic, jugadores con físico, pero sin control. La idea fue un desastre táctico y técnico que facilitó el trabajo a Osasuna, dirigido a la perfección por ese proyecto de jugadorazo que es Mikel Merino. El mediocentro que la próxima campaña defenderá los colores del Borussia Dortmund por Europa se bastó para controlar la zona de creación apoyado en Roberto Torres para ir tiñendo de rojillo el partido con el paso de los minutos, llegando a provocar algunos tímidos pitos en el graderío de El Arcángel que con el varapalo final dejaron a un lado la timidez para mostrarse con soltura. Porque de los efectos que se suponía que debía tener la victoria de Ponferrada, que debía servir para que el equipo corrigiera diversos aspectos desde la tranquilidad de la clasificación y los resultados, no hubo noticias ni al principio ni, mucho menos, al final. Mismos problemas para defender la estrategia, misma incapacidad para acumular posesión, mismo miedo al fracaso, ya sea en un simple pase o en la definición. Monotonía en los errores que ante equipos bien trabajados y de nivel quedan al descubierto para hacerlo todo más preocupante.

De hecho, ya a los dos minutos Miguel Flaño cabeceó solo en el área pequeña un córner de Roberto Torres al segundo palo. ¿Defender? Para qué, mejor seguir al enemigo con la mirada, para aprender luego de los pasos a dar. Ya esa primera ocasión sirvió para reflejar sobre el verde la mejor puesta en escena navarra, apoyada en la velocidad y el descaro de Álex Berenguer y Pucko por los costados, y el juego entre líneas de Otegui, que para pelear ya estaba Urko Vera. Con una línea de presión adelantada, Osasuna obligaba al juego directo de Rodas para ver si Florin sacaba oro de cada melón. Lo consiguió en la primera carrera que midió a David García, y repitió éxito luego en otras con Miguel Flaño, al que sacó una amarilla que siendo central podía ser importante. Claro, para eso había que obligarles más. Porque por mucho que logre el rumano, el balance de un equipo que aspira a lo máximo no puede ser tan pobre. Andone y el balón parado, combinación que casi provoca el primer gol con un testarazo desviado del pichichi a envío de Fidel. Luego, el intento largo de Pedro Ríos murió en el larguero tras la cantada de Nauzet al medir mal el centro lateral. A eso se redujo la aportación ofensiva del Córdoba en un primer tiempo de claro color rojillo. Porque al toque y pausa de Merino y esa marcha más arriba, los navarros sumaron algo que hoy en día es básico: intensidad y ganas para llevarse los balones divididos, ese hambre tan necesaria en muchas ocasiones. Así, el equipo visitante fue mejor en todo eso y no se fue por delante en el marcador al descanso por un conjunto de mala vista del asistente (anuló por un fuera de juego inexistente una acción que dejaba a Urko Vera solo ante el meta), mala definición (dos disparos de Álex Berenguer tras desquiciar a Stankevicius rozaron el poste) y el acierto de Razak, determinante sobre todo en un mano a mano ante Pucko tras genial pase entre líneas de Berenguer ya al filo del intermedio.

Ante tal panorama, Oltra estaba obligado a tocar alguna pieza. Y lo hizo dando entrada a Víctor Pérez para tratar de dar un giro a la situación y controlar la medular. Ese simple movimiento ya provocó que la salida fuera algo más pujante, aunque el fuelle duró un suspiro. Lo que le faltó a Florin para superar la salida de Nauzet tras un balón filtrado por Fidel. Parecía que algo cambiaba, aunque un zapatazo de Torres y un par de internadas de Berenguer volvieron a hacer llegar la histeria al colectivo blanquiverde. Faltaba temple y la valentía que da la juventud ofreció un partido más abierto y descontrolado, aunque siempre la sensación de mando estuviera en los navarros. Un equipo al que Enrique Martín deja hacer y que sabe perfectamente dónde tiene sus mejores armas para amenazar. Una es la pelota parada y el golpeo de Torres, que estrelló un libre directo en el poste de un Razak que ni había visto la pelota. El partido llevaba una hora y nada hacía pensar en que la inercia negativa del Córdoba en casa pudiera cambiar.

Sin embargo, con un equipo que tiene tanta pegada, siempre hay lugar para la esperanza, para soñar con una acción aislada que haga variarlo todo. La tuvo Rodas, tras un saque de esquina, pero Nauzet respondió bien. Y la buscó Florin con una cabalgada marca de la casa a la que David García puso un final que no correspondía, dejando a Xisco con las ganas en la boca de gol. Eran minutos en los que el Córdoba, empujado por la entrada de Nando, consiguió jugar varios minutos en campo contrario. El público vio la oportunidad y empezó a apretar, pero faltó continuidad. De hecho, una contra de Miguel de las Cuevas con parada de Razak bastó para que todo volviera a su estado natural. Con tan poco por jugar y el punto como mal menor, el conformismo empezó a apoderarse de El Arcángel, que necesitaba otro chispazo para encenderse. El problema fue que la chispa se encendió de manera equivocada con la salida de Fidel y su capacidad de desequilibrio. Los murmullos aparecieron en la grada hasta convertirse en pitos ante el empuje final de Osasuna, mucho más entero y ambicioso a la hora de la verdad. De las Cuevas se topó con Razak, vendido por los suyos ante el golpe de gracia final de Álex Berenguer que terminó de aguar la fiesta a un invitado al que el traje de aspirante a todo se le empieza a ver grande.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios