Liga Adelante

Niño en un mundo adulto (2-0)

  • Sin la tensión necesaria, el Córdoba es vapuleado por un rival que decidió en diez minutos y perdonó la goleada. Que el primer disparo a puerta llegue en el minuto 73 lo dice todo.

Lo mismo que las cinco de la tarde de un domingo evoca a una corrida de toros, más si cabe ahora con la polémica que hay, las doce de la mañana del mismo último día de la semana lleva la mente a la iglesia, y esas misas que en estas fechas se pueblan de niños en los pasos previos a recibir la Primera Comunión. Tras jugar en el atrio, el encuentro con Dios debe hacerse sabiendo a qué se va. No basta sólo con estar. La actitud, la intención, es lo más importante. Si uno tiene la cabeza en otra cosa y acude sólo por cumplir el expediente, ese momento sirve de bien poco. Y lo normal es que la experiencia pase a ese lugar donde se guarda aquello que uno no quiere recordar jamás. En Valladolid, tierra castellana y de buenas costumbres, de misa de doce y vino antes de comer con la familia, el Córdoba prefirió quedarse en el atrio jugando como si fuera un grupo de imberbes antes de acudir con la obligación propia de su rol de persona adulta. Y se llevó un rapapolvos de cuidado por descuidar su tarea dominical. En apenas diez minutos ya había tirado por la borda todo el trabajo táctico de la semana, al encajar dos goles que evidenciaron la diferente intensidad con la que uno y otro equipo afrontaron el encuentro. El vapuleo continuó hasta rozar la vergüenza durante el resto del choque, que pudo acabar en escandalosa goleada de no mediar la notable actuación de Razak. Al final, como en la viña del señor, habrá quien se quede con lo numérico y recuerde que a pesar de todo el equipo sigue segundo, en zona de ascenso directo... Pero la lectura ya incluso desde dentro va más allá y lo mismo se traduce en movimientos antes del viernes, porque jugando así, el final del trayecto quizás llegue antes de la hora y con un resultado inesperado. Mejor solucionar ahora... 

Con todo, la debacle de Pucela va más allá de los nombres. Hubiera dado igual que en el campo estuviera Dalmau o Cafú, Gálvez o Redondo. La camiseta, si el que la lleva puesta no se esfuerza, pasa del tema, es imposible que juegue sola. El tema está en la actitud, cualidad de la que en clave blanquiverde no hubo nocitias en 90 minutos de sufrimiento continuo. Ni una carrera ganada, ni un balón dividido en poder, ni una zona de rechace cubierta, ni un tiro entre los tres palos hasta el minuto 73, ni una cobertura en condiciones en defensa... Así, es sencillamente imposible. 

Ya en el primer minuto, un simple pase en largo, de 30 metros, raso y por el centro, permitió a Rodri avisar con un disparo cruzado. Nadie apareció siquiera para estorbar, nadie inquietó a Leâo en el servicio ni mucho menos al punta en la carrera. Malas sensaciones para arrancar que se convirtieron en realidades acto seguido. Esta vez fue una conducción de Manu del Moral, parecida a esas que uno hace cuando está empezando a montar en bici, con los rivales mirando y disfrutando del gesto... hasta que acaba en gol y se dan cuenta de que la película debió ser otra. O no, porque sin tiempo para conocer el por qué de la empanada llegó el segundo bofetón, en el rechazo de una falta que ya estuvo a punto de entrar. Otra vez espectadores de excepción, en primera fila, para no perder detalle. Lástima que la obligación fuera evitar ese abusón disfrute del contrario. En diez minutos, todo decidido. No ya por la dificultad de dar la vuelta a un marcador así, sino porque con lo visto era poco menos que un milagro. ¿Dónde estaba el equipo serio de Almería? Quizás en el Mediterráneo porque en Zorrilla seguro que no, y que conste que los relevos de los castigados no fueron culpables directos de esa temprana debacle. 

Con todo en contra, quedaba por ver hacia dónde viraba ahora el partido. Pero no lo hizo. El Valladolid jugaba fácil. Un simple cambio de orientación de banda a banda bastaba para crear peligro. Mal Dalmau por su deficiencia física respecto a Mojica, pero peor Cisma en la banda opuesta. Autopistas por los costados y balones a Juan Villar. Y, si no, por el centro, con Manu del Moral creando un desbarajuste entre líneas y Álvaro Rubio dando lecciones de cómo manejar al equipo en dos toques. El baño era mayúsculo mientras Oltra no sabía qué hacer ni decir desde el banquillo, al ver que la presión no existía y que los espacios eran cada vez mayores. Rodri acarició el tercero en un par de ocasiones casi seguidas; Mojica y Manu también. El vendaval era tal que a la media hora ya había calentando varios jugadores visitantes en la banda. La impotencia era tal que Cisma y Xisco se esforzaron por ver una amarilla al filo del descanso que les borra del duelo ante el Leganés. Más motivos para la alegría de una grada que despidió al descanso a los suyos en pie por el baño dado al segundo de la tabla, que ni siquiera compareció hasta entonces. 

Trató de hacerlo, tras la lógica bronca de Oltra en la caseta, con una variante ligerísima. Caballero por Luso. Doble pivote de calidad para mandar. Pero en el fútbol, el mando lo tiene el que domina el balón y los espacios. El CCF quiso hacerlo de salida, con un punto más de agresividad que la primera combinación ofensiva local disipó. La intención duró cinco minutos y llegó el momento de Razak, que tuvo que pedir prestado el disfraz a su amuleto Spiderman para evitar que los goles siguieran cayendo y, de paso, mantener con un halo de esperanza a los suyos. Juan Villar, por uno y otro costado, Mojica y Rodri llegaron cómodos ante el ghanés, que salió airoso, una vez ayudado por el larguero, el resto por su capacidad. Incluso en el desconcierto, Rodas dejó un balón a Rodri para que lo encarara en una contra que de nuevo tuvo que resolver el meta. Sentimiento de ridículo, de espanto, si bien el marcador lo mantenía dentro de la normalidad. 

Oltra buscó dar otro aire al duelo con los cambios. De nuevo hombre por hombre, por lo que nada cambió. Bueno sí, que con el Valladolid cada vez más preocupado de no complicarse la vida que de hacer el agujero más grande, la inercia y el trabajo de desgaste de Florin y la calidad de Fidel al menos permitieron que Kepa tuviera su cuota de protagonismo. Tardó 73 minutos en aparecer para parar el primer remate visitante entre los tres palos, de cabeza y muy blando de Florin; luego tuvo un papel destacado para evitar un susto que por lo visto hubiera sido a todas luces injusto, aunque ya saben aquello de la justicia en el fútbol... Primero a un zapatazo de Markovic y luego a sendos tiros de Nando, Fidel y sobre todo Florin, el portero reaccionó para dejar el cero y adornar aún más la clara y cómoda victoria pucelana ante un Córdoba desconocido que prefirió quedarse jugando como un niño en lugar de cumplir con su papel de adulto.

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