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Los bares de carretera (3-1)

  • El Córdoba firma su primera derrota ante un equipo más intenso y acertado, sobre todo en la primera mitad. La reacción tras el 3-0 se queda en un gol y tres llegadas a balón parado.

Cuando no había AVE y tomar un avión era para privilegiados, los viajes más allá de Despeñaperros se hacían eternos. Eran horas y horas en un coche cargado que vivían un momento desesperante en los llanos de La Mancha. Asfalto y más asfalto, apenas salpicado eso sí de continuos bares a las entradas y salidas de los pueblos, algunos otros en mitad de la nada. Eran negocios florecientes que ofrecían productos típicos de la tierra, unos con más y otros con menos acierto. Porque en tierra de pícaros también había quien quería hacer el agosto en febrero, pegar ese típico sablazo que a veces te podía salir caro porque el boca a boca se encargaba luego de que pararan pocos en tu zona. Luego llegó la proliferación de las autovías, la necesidad de hacer más llevadero el trasiego y, con ello, muchos de esos locales no tuvieron más remedio que echar el cierre. Sólo sobreviven aún hoy los que supieron adaptarse a los nuevos tiempos, haciendo de oasis en ese desierto de humo y ruido. Y es en ese poder de cambio, de saber qué y cómo vivir en cada momento, donde radica muchas veces el éxito, ese que algunos creen que aparece como si nada y que sólo los que han llegado a él entienden la dificultad que entraña ese camino. Es así para todo y para todos. Y mientras más se tarde en captar el mensaje, mucho peor.

Anoche, el autocar de la ilusión en blanco y verde que cada cierto tiempo inunda la ciudad en torno a un balón, recorrió media España con un saco de malas sensaciones en el maletero. Paró un par de veces en mitad de la carretera, pero no había ganas para comprar un regalito para las niñas o un dulce para compartir en la siesta con la mujer. Sólo había ganas de rumiar en silencio una derrota que es la primera de la temporada, un tropiezo que debe servir de estímulo más que de azote. El Córdoba se presentó en Butarque, uno de esos campos en los que escribió una de sus innumerables páginas tintadas de horror y alegría, con una sonrisa. Y se marchó de él triste y con la cara partida. Bofetón de realismo. En esta guerra, si no corres más que el enemigo, si no pones más intensidad que el contrario, si sales al campo de batalla a verlas venir y con aire de superioridad, el final casi siempre es negativo. No puede ser de otra forma. Eso de ganar con la gorra apenas lo pueden hacer los dos transatlánticos que son de otro mundo, aunque compartan este mismo.

Todo eso y más le faltó al equipo de Oltra en su segunda parada del campeonato. Porque también se dejó atrás la capacidad de adaptación a las circunstancias a las que obligaba el nuevo decorado. Sin Xisco, lesionado, el técnico tuvo que elegir entre hacer un cambio hombre por hombre y continuar con lo hecho ante el Pucela o agitar la coctelera. Optó por probar a ver qué mejunje salía y el producto fue imbebible. Quizás influyera también que con Víctor Pérez apostara por ese doble pivote mixto de calidad y entrega que tanto le gusta, prescindiendo del músculo más tosco de Luso. Lo cierto es que, fuera por una cosa o por otra, y todo mezclado con la actitud, el Leganés fue mucho mejor desde el inicio y se llevó por méritos propios una victoria que lo confirma como un muy buen equipo que quiere subirse a las barbas de los favoritos.

Con un punto más de velocidad, fruto de la mentalidad, el cuadro madrileño salió a ganar. El Córdoba se dejó ese hambre en el vestuario y cuando quiso darse cuenta... ya había perdido. Las sensaciones desde el pitido inicial ya no fueron buenas, y eso que el equipo trató de coger confianza con un par de posesiones largas, casi en campo propio, eso sí, y hasta un disparo de Florin en jugada individual. Fue un espejismo. El Leganés, tras un primer cuarto de hora de tanteo, empezó a llegar, aunque en un primer momento sólo con acciones de estrategia. Para ese momento, Deivid ya había visto una amarilla, un detalle que luego resultó clave. Porque en el 1-0, el central no se atrevió a ir con todo a un balón dividido con Eizmendi, que aprovechó el regalito para fusilar a Razak. Ahí se empezó a descentrar el canario, que poco después, y tras un cabezazo de Florin que no encontró portería con todo a favor, vio en primer plano el segundo tanto pepinero. Es cierto que la primera jugada partió de fuera de juego, pero no es excusa. La defensa estuvo mal en la continuación, las ayudas no llegaron para la subida del lateral y el tanto llegó. Esa situación se repitió un par de veces más antes del descanso. La súbita velocidad de Alexander y Eizmendi fabricó alguna acción más que pudo haberse reflejado en una goleada.

Un marcador que no llegó antes de los vestuarios, si bien no tardó en aparecer. Porque todo lo que Oltra trató de corregir en la caseta lo tiró de nuevo el equipo por el desagüe nada más salir, al ver como si estuvieran en el cine cómo entraba el tercer tanto local. Sólo entonces, y con los cambios de Fidel y Arturo para recomponer lo que desde la previa se trastocó, el Córdoba empezó a parecerse a ese equipo intenso y atrevido de la primera jornada. Al menos equilibró el dominio y llegó a jugar en alguna fase en campo contrario. Eso sí, con más control, pero la misma poca llegada. De hecho, recortó distancias con un libre directo lejano que se tragó Serantes. Y sus otras dos ocasiones llegaron también desde la pelota parada. Fidel y Rodas no acertaron a ponerle más emoción a un partido que los blanquiverdes perdieron por su incapacidad para adaptarse a las nuevas situaciones. Como los cientos de bares de carretera que tuvieron que cerrar cuando los tiempos modernos les obligaron a reubicarse. Esos perdieron ahí un negocio que ya no recuperarán jamás. Al menos para el cordobesismo, eso no es así. El domingo habrá una nueva oportunidad para empezar a demostrar desde el hogar propio que este equipo está preparado para cocinar la receta del éxito.

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