geografía humana

"A los nazarenos viejos no se les cae el capirote, eso es cosa de jóvenes"

  • Encuadernaciones Arenas es todo un símbolo de la Semana Santa cordobesa ya que por sus dependencias han pasado miles de cofrades de la ciudad desde que abriese sus puertas en 1936

Actualmente está jubilado, pero José Arenas no deja de pasar por el establecimiento de Encuadernaciones Arenas que fundó su padre en 1936 y que ahora regentan sus tres hijas. En estos días, los nazarenos pasan en procesión por su establecimiento, situado en un minúsculo callejón sin salida de la calle Alfonso XIII, para buscar los capirotes de cartón, los de toda la vida.

-¿Quién inventó los capirotes?

Eso no te lo puedo decir, eso es de los tiempos de los romanos. Nunca lo había pensado, la verdad. Desde el 1500 o así están saliendo procesiones... Luego se paró cuando la guerra y después volvió a tomar mucho auge, pero no sé a quién se le ocurrió.

-¿Cómo empezó en esto de la capiroflexia?

-Esto me viene de tradición, de mi padre, él fundó el taller en el año 36. Cuando la posguerra, por aquello del racionamiento, se hacían muchas bolsas de papel para la harina y demás, y ya en los años 40, como nosotros vivíamos por la zona de San Lorenzo y en esos tiempos el carnaval tenía un auge muy grande, unos amigos de mi padre le decían: "Haznos unas máscaras y unos gorros de cartón". Así, casi por casualidad, porque solo había un hombre que hacía capirotes, ya muy mayor y que estaba en San Lorenzo, empezó a hacerlos para los pocos nazarenos que había, unos 20 ó 25 por paso. Así comenzó todo.

-¿Cuanto cuesta un capirote?

-Cuando yo entré a trabajar en los años 50 valía una peseta. Hoy cuesta entre 7 y 9 euros y llevamos tres años sin subirlo. La de los capirotes es una campaña muy corta. Siempre le decimos también a los clientes que traigan el cubrerrostro para que luego no haya problemas.

-Siguen haciendo los capirotes como siempre, con cartón. ¿La modernidad no ha llegado aquí?

-No, aunque en lo de los capirotes hace unos años aparecieron los de rejilla de plástico; esos cuestan más caros porque no los hacemos nosotros, los compramos fuera y los vendemos aquí. Pero mi oficio principal ha sido la encuadernación. Cuando yo era un nene, salí del colegio de los Salesianos con 13 años y me vine a trabajar. Por las noches iba al Pozanco a una especie de academia a aprender mecanografía y otras cosas. Encuadernábamos aquí y también a domicilio. Recuerdo que en ciertos sitios como bancos y entidades como Carbonell los papeles no podían salir a la calle y mi padre y yo nos íbamos por la tarde a esos bancos a encuadernarles allí en las oficinas de cada uno. Los libros de protocolo de los notarios también había que ir a la notaría. Se encuadernaba a mano y había que clavar la aguja en el papel y te salía sangre de lo que apretabas y hasta que no tenías sangre no eras un buen encuadernador. También hicimos muchos misales. Se trabajaban muchas horas, le trabajabas también a las papelerías, que en todas había un encargado al que le dabas una comisión. Se trabajaba mucho y se ganaba muy poco. Mi padre ha trabajado toda su vida los sábados y domingos; nunca ha tenido unas vacaciones. Un día dijo, ya de mayor, "ahora que puedo, no puedo". En esos tiempos de tanto trabajo estábamos muy pocos encuadernadores, 3 ó 4, pero en los años finales de los 60 se empezaron a publicar los primeros fascículos y traían las tapas, y así todo el que trabajaba en una imprenta y tenía un poco de conocimiento era capaz de encuadernar. Hubo entonces en Córdoba, durante 20 años, más de 40 encuadernadores. Claro que simplemente cortaban libros, no sabían hacer otra cosa. En ese boom todos ganamos dinero aunque luego se tiraron los precios. Ahora solo quedamos dos, Miguel, en la calle Munda, y nosotros.

-¿Sigue habiendo gente que viene a encuadernar libros?

-Sí, pero hace ya años que dejé la encuadernación en piel porque eso no está pagado y le pides 30 euros a alguien por eso y se asusta. Yo he llegado a hacer más de 300 libros al mes de registros y entonces aparecieron los diskets y pasamos a hacer 10 ó 12 al mes. Solo de la encuadernación no puede vivir una familia. Como también hacemos cajas, sobrevivimos. Pero también las cajas están en dificultades porque hacíamos muchas para los plateros y van quedando pocos con la crisis.

-Parece que hacían muchas encuadernaciones de registros...

-Sí, aunque eso no se puede decir, mi padre restauraba las páginas de los libros de registros o las cambiaba y teníamos que venir de noche, pero no lo digas, eso es cosa privada, aunque él falleció hace muchos años.

-Bueno, ya ha prescrito, ya podemos decirlo.

-Sí, es verdad. El oficio es precioso porque desde que entra un libro hay que retocarlo 20 veces. Teníamos también aprendices. En aquellos tiempos los traía el mismo padre y, aunque no cobraban, aprendían un oficio. Luego mi padre hacía un informe de su paso por el taller sobre la higiene, la puntualidad, de si no contestaba a los encargados. Eso se ha perdido. Hoy día, si aquí viene alguien a pedir trabajo lo único que puedo pensar es que si lleva dos años parado o es que ha tenido muy mala suerte o es que no vale para buscar trabajo. El que vale es difícil que no encuentre trabajo. Pero eso hoy en día, sin esos informes, no lo podemos saber, no sabemos cómo es la persona que va a un sitio a pedir trabajo. Aquí salían con un oficio aprendido de verdad y los chavales venían desde que salían de la escuela hasta que se iban a la mili.

-¿Cómo se vive en la temporada en la que no se venden capirotes?

-Pues dedicado a las cajas de cartón y la encuadernación. Eso, aunque ha bajado, aunque ahora parece que no hay venta, ya cambiará, tarde dos años o tarde seis.

-¿Hace falta saber mucha geometría para hacer un capirote?

-Hace falta tener experiencia. En todos los oficios es necesario tener experiencia y haber estado en una escuela. Esto era para mi una escuela, igual para mis hijas, que han ido aprendiendo y ellas llevan ahora el negocio y ya casi están a la altura de su padre y de su abuelo. Sólo les falta ya un poco de maña, algo que hay que tener en todos los quehaceres. Los años de experiencia son fundamentales y nunca terminamos de aprender.

-¿Cuantos capirotes hacen al año?

-Es una cifra que oscila muy poco de un año a otro y además todos los capirotes que se ven en la calle no se han hecho este año, algunos tienen hasta 10 años. Si en Córdoba hay 4.000 nazarenos hacemos un 15 ó 20%.

-¿De quién es la culpa de que los nazarenos no lleven los ojos debajo de los agujeros de la tela del capirote y siempre anden tirándose del cubrerrostro? ¿De un capirote mal hecho o del que hace los agujeros en la tela?

-Lo primero que hay que decir es que vienen a la carrera, no se paran a probárselo. En muchos casos vienen los padres o abuelos a por el capirote y se les da a ojo. Si le está un poco pequeño o un poco grande ya no está derecho, se le va para atrás y tienen que tirarse ellos para adelante. A veces la modista lo ha hecho muy ancho. Nosotros le damos los consejos, que ensayen primero en casa con el capirote, o si la tela es estrecha que se le haga un agujero al cartón para que transpire. A los nazarenos viejos no se les cae el capirote, eso es cosa de jóvenes. También pasa que hoy en día se está comprando mucho el capirote de rejilla porque las mamás y las abuelas quieren que el niño vaya cómodo pero yo digo que hay que comenzar sufriendo porque uno sale de nazareno por promesas y el penitente toda la vida lo ha llevado de cartón. La pena de los capirotes es que la campaña dura poco, debería haber otra Semana Santa en agosto y yo le haría el capirote y le regalaría el helado.

-A usted cuando llueve en Semana Santa el negocio le sale redondo.

-No, a mí me duele mucho cuando llueve en Semana Santa, aunque ya haya hecho la campaña. Veo llorando a esos voluntarios, nazarenos, costaleros, que llevan todo el año esperando salir en procesión, con ese sacrificio voluntario que se trunca porque llueve... Eso me duele mucho aunque suponga para el futuro más venta de capirotes.

-¿Ha sido nazareno alguna vez?

-Nunca. Fui una vez a salir y me puse malo. No lo he sido por el trabajo porque yo he querido que mis hijas sigan haciendo lo que hacía mi padre, que hasta el Jueves Santo tenemos abierto e incluso dejamos un papel con un número de servicio de urgencia.

-Tienen ustedes aquí unas máquinas que se fabricaron cuando los dinosaurios.

-Tenemos cinco, tres de ellas alemanas y todas de segunda mano, compradas en el año 40. Alguna pueden tener más de un siglo. Estas máquinas son irrompibles, aunque también tienen un mantenimiento exhaustivo, siempre hay que darle unas grasas y unos aceites, hay que estar pendientes de ellas. Mi padre las compró en el rastro de Madrid. Esta de aquí la diseñó mi padre en el año 60 y se la hizo un mecánico herrero de la Huerta de la Reina. Es una máquina de volante que sirve para hendir y cortar el cartón. La guillotina que tenemos se la cambiamos a Sánchez Ramade en el año 60 y ya era de segunda mano.

-Por lo que veo, parecen hechas antes de que Edison diese el impulso definitivo a la electrificación.

-No hay más que fuerza manual y el cosido de los libros con las manos. El único motor que hay aquí es la maquinilla de afeitar que tengo por si acaso.

-¿Utiliza usted sombrero para cubrirse la cabeza?

-No, algún invierno me he puesto una gorrilla por el frío, pero no. Mi padre siempre llevaba mascota y antes todos llevaban sombrero y cuando alguien venía a la tienda con sombrero se descubría y tú le decías: cúbrase usted. Entonces se volvía a poner su sombrero. Esa educación hoy día no se ve. En cualquier colegio antes decir leche era como un pecado, no te podías levantar de la mesa hasta que no acababan todos, a tu hermano mayor no se te ocurría levantarle la voz, se respetaba a los padres... Aquellos tiempos.

-¿Cómo se divertía usted en "aquellos tiempos"?

-Con 17 años me compraron una Vespa de segunda mano y a los 18 tenía una Ducati Sport de las 24 horas de Montjuich que me la compró mi padre a plazos. Costó 42.500 pesetas en el 64. Imagínate un muchacho antes de irse a la mili y con moto: yo ligaba más que nadie. Con la moto me iba a Marbella y a Fuengitrola con los amigos. Mi padre, que ante todo era mi amigo, me decía te vas a ir a Cercadillas, y a mí eso no me gustaba y le decía que no, que me iba a Marbella. Entonces me daba por ejemplo cien pesetas más de las que necesitaba, pero cuando yo venía el domingo por la noche estaba preparado para el lunes por la mañana, y si me habían sobrado 82 pesetas se las devolvía.

-¿Cómo veía un cordobés del año 64 en su motillo a las suecas en Fuengirola?

-Pues para eso íbamos. Porque con las de aquí tenías que tirarte cuatro o cinco meses detrás de una niña para cogerle la mano y si se la cogías te daba un paraguazo. En los 60 ó 70, el botellón era ir con un picú o tocadiscos a una casa de vecinos con refrescos y altramuces y con las madres delante. Y el que podía se echaba un cigarro creyendo que eso le hacía mayor, gran equivocación que todos hemos hecho. Te fumabas un Chester o un mentolado y te creías que eras más hombre.

-¿Qué le dijo su padre que nunca pudo olvidar?

-Lo de la educación siempre lo he tenido presente y luego te diré una cosa sola que él me dijo: si tienes cuatro, gasta dos.

-¿De todos los personajes que han entrado en su establecimiento quién ha sido el más importante para usted?

-Uno que ahora está de moda, Ginés Liébana, al que le he hecho yo muchos trabajos. Me ha regalado obras suyas que tengo aquí, firmadas por él y que valdrán un día su peso en oro. Las tengo guardadas como oro en paño, dentro de 50 años serán como un Goya o un Romero de Torres. También ha aparecido El Cordobés, que es padrino de una de mis hermanas.

-¿Conoce algún tonto de capirote?

-No. Ni tampoco ninguna que haga válido el refranillo que dice "eres más tonto que la Damiana" porque da la casualidad que mi mujer se llama Damiana, la llamamos Dami, y es la mayor suerte que yo he tenido en el mundo. La conocí con 14 años y en mi caso ha sido al revés, ella ha sido mi gran ayuda.

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