Cordobeses en la historia

El asesino que recreó su suerte en Los Tejares

  • José Cintabelde Pujazón 'Cintas Verdes' nació cuando el faro de Mesa Roldán almeriense lanzaba los destellos más altos del país, pero volcó las sombras más negras sobre Córdoba

A mediados de 1800 el país regido por Isabel II presentaba grandes conflictos sociales, y Andalucía seguía dominada por el latifundismo. Las fincas constituían mini aldeas de organigrama piramidal, reflejo de la vertebración estatal de ese tiempo. Era el ambiente en que nació un 14 de septiembre de 1863 José Cintabelde Pujazón, almeriense de cuna y tristemente cordobés por unos hechos que trascendieron las fronteras de la ciudad.

Nada dice la prensa nacional ni local sobre sus orígenes, desvelados por José Cruz y Antonio Puebla en 1994 en su Antología del crimen. De ahí se extrae que era hijo de Juan Cintabelde y de María Pujazón, ambos almerienses. Ella aquejada de una enfermedad nerviosa, y dedicado el hombre a la profesión de albañil; condiciones que posiblemente heredó José. Las del padre le trajeron a Córdoba, donde según estas fuentes "cumplió su servicio militar a las órdenes del capitán Tejón y Marín". Sirvió luego "como voluntario en el cuerpo de seguridad organizado por el comandante Echevarría", dejando una hoja de servicios poco lucida con alguna multa y arresto por "jugar a los prohibidos", dicen Cruz y Puebla. Por decisión propia colgó el uniforme y trabajó en la construcción de, entre otros, el cuartel del Marrubial. Sucedía mucho antes de trasladarse a la finca El Jardinito, ubicada en el camino de Santo Domingo, donde cometería uno de los delitos más sangrientos de cuantos recogen las crónicas. La primera de las que se tiene noticia aparece publicada el miércoles 28 de mayo de 1890, como una breve reseña de última hora junto a las críticas taurinas del domingo de feria. Luego, la prensa escrita va ampliando datos y dando cuenta de algunos detalles de la vida personal de quien es conocido para entonces en Córdoba por Cintas Verdes.

Vivía con una joven de Santa Marina llamada Teresa Molinero, madre también de su hija, y amigos ambos de Juan Castillo, capataz de la finca El Jardinito, y de Antonia Córdoba, su mujer. Padres de tres niñas, la más pequeña de ellas fue amamantada por la compañera de José Cintabelde. Pero la criatura murió, la relación se enfrió y el ama de cría se fue de la finca a la que se dirigió José el 27 de mayo de 1890, coincidiendo con la Feria de Nuestra Señora de la Salud. Eran las 11 de la mañana y allí halló a Rafael Balbuena León, el arrendatario; al guarda, José Bello, y a la citada Antonia, que cuidaba de sus dos hijas, en tanto su marido había bajado hasta la feria de ganado.

La intención de José era obtener dinero para irse a los toros; su gran pasión. Al llegar pidió al guarda algunas naranjas -famosas en Córdoba-, y el hombre se dispuso a recogerlas. Mientras tanto, Cintabelde entró en casa del capataz y comenzó a exigirle a la mujer el dinero que, según ella misma le había comentado días antes, obtuvieron de la venta de unas vacas. Ella se negó argumentando que su marido se lo había llevado a Córdoba.

En plena discusión, José sacó la pistola que llevaba encima y disparó, primero a Balbuena y luego a Antonia, a la que además le propinó varias puñaladas en el cuello y demás partes de su cuerpo. Lo mismo hizo con una de las niñas, mientras la otra corría en busca del guarda, al que disparó en la cabeza y, como se incorporara, acabó apuñalando. La segunda niña cayó igualmente en sus manos y, de un solo tajo, casi le separó la testa del cuerpo.

A la 13:30 Francisco Gavilán acompañaba a un forastero que quería comprar fruta en El Jardinito, cuando encontró la dantesca escena y a Antonia, todavía con vida, acusando a Cintas Verdes, declaración que ratificó ante la guardia civil y el fiscal, antes de ser trasladada al Hospital de Agudos. Para entonces José había pasado por su casa en la calle Humosa, cambiado de ropa, aseado y con los 25 duros de su botín veía lidiar los seis toros del sevillano José Orozco que mataron Rafael Molina Lagartijo, Manuel García El Espartero y Rafael Guerra Guerrita. A las 14:30 de la tarde se habían abierto las puertas de Los Tejares para empezar a las 16:30.

Las entradas por las que asesinó José oscilaban entre las 162,50 pesetas de los palcos de sombra, hasta las 2,85 de la entrada general en Sol. Al terminar se cerraron todas las puertas salvo una, para controlar su salida. La pareja de la benemérita que lo detuvo encontró la navaja manchada de sangre.

El 15 de noviembre de 1890 la Audiencia de Córdoba lo condenó a la pena capital, que entonces lo era a garrote vil. Permaneció en prisión hasta el 5 de junio de 1891, fecha la que, con 108 pulsaciones, escuchó de José Navarro Coca la ejecución del fallo. La cárcel del Alcázar parecía haberle vuelto piadoso; recibió de buen grado la comunión y pidió ver a su mujer, con la que se había casado, y a su hija. Rogó a los periodistas que se marcharan. Tomó una abundante comida, café y puro, y solicitó un calmante. A las siete de la tarde cenó copiosamente, comenzó a delirar, alcanzó las 112 pulsaciones y volvió a pedir comida, que se le negó por el ayuno sacramental. Ya de madrugada quiso que le abrieran puertas y ventanas.

A las cinco escucho misa, pidió el almuerzo y se despidió de la cárcel.

Un multitudinario cortejo acompañó hasta la Puerta de Sevilla al último ajusticiado a garrote vil en Córdoba. Era el 6 de junio de 1891.

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