Cordobeses en la historia

El ministro mecenas de Valle Inclán y de Pardo Bazán

  • Julio Burell Cuéllar fue pionero y referente del periodismo independiente, mecenas de grandes plumas, político, feminista y benévolo personaje en el imaginario de su amigo Valle Inclán

LA frontera entre Córdoba, Málaga y Granada no era aún el espejo inmenso de agua, el Lago de Andalucía donde se mira la impresionante arquitectura medieval de Iznájar. Allá por 1861, las gentes estaban divididas en las dos únicas fracciones posibles: pobres y ricos. Pero cuando Pérez del Álamo y su breve revolución entraron en él, ambas "clases sociales" fueron una en la idea, germen de los grandes cambios históricos. Tras el fracaso, entre los casi sesenta iznajeños perdedores estuvieron los hermanos Cuéllar, responsables quizá del despertar a la política de su sobrino Julio Burell y Cuéllar, hijo de María Aurora Cuéllar y Montes y de Carlos Burell y Criado, también político y diputado a Cortes por Lucena, además de secretario del Gobierno Civil de Córdoba y Granada y gobernador civil de Málaga.

Perteneciente, pues, a una familia de las denominadas por entonces "pudientes", Julio nació el 1 de febrero de 1859 y tuvo oportunidad de estudiar el bachillerato en Córdoba. Esta ciudad e Iznájar recogieron las primeras referencias de su talento literario-periodístico en la revista El Ramillete, creada con otros compañeros de estudios, antes de trasladarse con su familia a Madrid, cumplidos los 15 años. Allí comenzó a destacar por "su pluma brillante y correcta" y por la "competencia asombrosa" con que trataba las "cuestiones internacionales", según un articulista anónimo de la prensa local de principios del siglo XX.

En 1874 se marchó de Córdoba, aunque no del todo, pues alguna noticia quedó de su presencia como mantenedor de Juegos Florales en la Sociedad Económica del País. Habían pasado veinte años por el muchacho de provincias, llegado al Madrid de la bohemia rompedora que gestó la irrepetible Generación del 98, la del Ateneo, cofundado por paisanos como Alcalá Galiano o Ángel de Saavedra, la de los cafés Colonial, Levante, Montaña o Fornos, donde el espíritu rebelde e inconformista de Valle Inclán desataba sus eternas polémicas (que le hicieron perder un brazo), característica que fue virtud para Burell y que quizá inspirara su Jesucrito en Fornos (1894), que junto a La Caída del coloso (publicado en Heraldo en 1893, agotando la tirada), le consagran como uno de los mejores articulistas de su tiempo, por su cercanía a la realidad política y social del país donde le tocó vivir.

El Madrid de Baroja o Rubén Darío fue también suyo al hacerse un hueco en El Progreso, irrumpiendo con un aire nuevo, polémico, atrevido y contestatario que nunca dejaría de serlo en el fondo, aunque cambiara de forma en diarios como El Resumen, El Heraldo o El Nuevo Heraldo, fundado por él, como El Gráfico el diario ilustrado, pionero en la incorporación de fotos y clausurado o censurado a los pocos meses de abrirse. Su último diario fue El Mundo, allá por 1907, antes de volver a los artículos de El Imparcial y La Época.

En 1910 ya era "famoso por sus campañas periodísticas, por su acometividad y por su estilo original", dice la Espasa, apuntando que "fue primero republicano, y liberal con la monarquía", sacrificando, según algunos, su talento periodístico por la política. Pero quizá sólo quisiera enriquecer de sentido crítico e inconformismo a aquellos convulsos gobiernos.

Dice Noel David en la revista del Casino de Madrid que en 1887 ya aparece como diputado por Corcubión y por otros distritos gallegos, hasta 1905 en que lo es de Baeza, y entre 1900 y 1909 fue gobernador civil de Jaén y Toledo. El suyo fue un tiempo de cambios radicales, también de gobiernos, y buena muestra de ello son los cargos que desempeña a partir de 1906, en que fue director general de Obras Públicas, Agricultura, Industria y Comercio, también ministro de Fomento interino dos veces en ese mismo año y otra en enero de 1910, hasta junio, en que pasa a ser ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, con Canalejas. Al mes siguiente de jurar el cargo recibió una extensa y explicativa carta de Menéndez y Pelayo (Director de la Biblioteca Nacional) en términos como estos: "Me presenta como un obstáculo para toda reforma" en una rueda de prensa, dando la razón a quienes afirmaban que "cuesto mucho al Estado, que quiero monopolizar la Biblioteca para pasar por sabio a poca costa". El alto funcionario mostraba su preocupación porque las "reliquias venerables del tiempo" que custodiaba se "fueran a facilitar a todo el mundo" a tenor de "la gran desamortización que se proyecta". Su aperturismo alcanzó también hasta 1911, repitiendo cargo con Romanones desde 1915 al 17, y con García Prieto como ministro de Gobernación y, al año siguiente, en su antiguo cargo de Instrucción Pública y Bellas Artes. En todos tuvo tiempo de defender la entrada de las mujeres en la Universidad y la de Emilia Pardo Bazán en la Real Academia -en contra de Valera, entre otros-, y decretar el acceso a carreras y títulos profesionales femeninos o su formación en La Escuela de Hogar, además de crear el Instituto de Artes y Oficios de Linares, donde tiene calle como en Iznájar, Baeza y Córdoba (entre la plaza de las Doblas y la Puerta Osario). Pero murió en Madrid el 29 de diciembre de 1919 sin haber leído su discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua, y lo enterraron en la Almudena.

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