Cordobeses en la historia

La toga que encaró con coraje los años 'grises' de Córdoba

  • Filomeno Aparicio Lobo tintó de azul obrero la negra toga romana y la puso al servicio de los trabajadores y los oprimidos, cumpliendo así una de las máximas que dignifican su profesión.

EN la calle Juan de Vera, el 23 de agosto de 1945, nació Filomeno, el sexto de los siete hijos que sobrevivieron del matrimonio sevillano de Maria Luisa Lobo y Pascual Aparicio, agente de Aduanas, consignatario de buques y licenciado en Derecho, aunque nunca ejerció. El niño de post-guerra recuerda con orgullo haber sido el primer socio infantil del Betis, del que su padre llegó a ser presidente. Respondiendo a los cánones burgueses de la familia a la que pertenecía, entró en el Colegio Inmaculado Corazón de María-Portaceli, y con 16 años aprobó el acceso a la Escuela de Derecho y Administración de Empresas (ICADE).

En Madrid coincide con los míticos sesenta, con el Mayo Francés y con sus efectos en la Complutense, el lugar al que Filomeno acudía porque -según sus palabras- tuvo "la suerte de suspender alguna asignatura y simultanear otras en la Facultad". Vivió durante dos años en una residencia universitaria, hasta que lo "echaron, junto a otros que tampoco se ajustaban a los horarios y las normas" de aquellos tiempos estrictos. Levantando los adoquines en busca de la arena de la mar -la consigna del 68-, anduvo en pisos de estudiantes o en alguna humilde pensión viviendo las asambleas, dispersiones y disturbios casi diarios, o la expulsión de José Luís Aranguren (1968) y las represalias contra Mariano Navarro.

Madrid, según confiesa, "despierta esa rebelión y la toma de conciencia," que se consolida "cuando al final te ves en Londres, primero de camarero y luego de profesor de español en dos colegios ingleses". Su marcha al Reino Unido se alarga durante dos años, en los que vuelve con esa barba -fiel como su corazón, a los tiempos en que los ideales se abrazaban a la esperanza- y su aspecto empieza a preocupar en demasía a la familia que dejó en Sevilla. Lo impecable de su currículum y su formación no iban ya en consonancia con su rebeldía ni con las ofertas de trabajo que desde la banca y las grandes empresas españolas le llegaban en los años 70. Seguía en Londres o en Dublín, con su sueldo de camarero o profesor en colegios de señoritas, porque -cuenta- "en lugar de trabajar para ellos, preferí hacerlo en contra de ellos".Y siguiendo esa premisa, aceptó la oferta de un despacho laboralista cordobés que le llegó a través de una hermana residente aquí. Era agosto de 1970, Córdoba vivía los sueños turísticos del alcalde Guzmán Reina, y el Juan XXIII era la brecha de aquel mayo que dejó en Madrid y Londres.

Para él, el Círculo tuvo de positivo, sobre todo, "las relaciones cordiales y cercanas entre los trabajadores y los otros", profesionales liberales que, hasta entonces, formaron la elite de la España franquista que ahora agonizaba. En sus últimos estertores, los Tribunales de Orden Públicos (TOP) supieron de su buen hacer y su fidelidad a un compromiso, ya vital para él; como supieron los intramuros de la comisaría de Fleming, que ahora se alicatan de azul, de sus días de detención. De allí lo sacaron esposado hasta los Juzgados, en donde un funcionario se solidarizó con él, colocando un ramo de claveles rojos en la sala, en clara alusión a la Revolución portuguesa de abril del 74. Diego Palacios ordenó que le quitaran los grilletes.

Antes y después, las puertas de su despacho permanecieron abiertas y de guardia para las causas de los más débiles, cuando poner el conocimiento y el trabajo altruista al servicio del necesitado no llevaba las siglas ONG. En esa línea, entre otros, defendió a los trabajadores de Santana o Interhorce y a las víctimas de aquel sangrante Caso Almería. Junto a Cristina Almeida y José Luís Núñez, apeló al Congreso invocando Justicia, dejándolo al final en manos de su colega Darío Fernández, una vez aceptada la acusación por homicidio. Ahora, recuerda con sorna, cómo deambulaban por Almería ante la prensa y el calor de la gente humilde esos tres letrados de tan dispar fisonomía y tan exactos sueños.

Pero hay un hecho, ignorado quizá por la mayoría de andaluces, decisivo en la consecución de la Autonomía por la vía del 151. Aquel 28-F de 1980 "había cientos o miles de casos con dos papeletas del mismo signo en un solo sobre", lo cual anulaba el voto en Jaén y Almería, las dos ciudades que hicieron temblar a los pro-autonomistas. Filomeno interpuso recurso a instancias del PCE y lo ganó; y, en base a que las dos papeletas expresaban la misma voluntad, logró que Andalucía accediese a su autonomía en igualdad con las llamadas Históricas.

Profesor de la Escuela de Práctica Jurídica hasta el año 2008 y Maestro de abogados de verdadera raza, tuvo el valor y el honor de leer públicamente el comunicado de los partidos políticos a favor de la Democracia, el 24 de febrero de 1981 en el Gobierno Civil de Córdoba; al igual que hicieron Jaén Morente y Ruíz-Maya, un 14 de abril de 1931. Como ellos, este cordobés de vocación y corazón, está ya en la memoria popular de la ciudad que eligió; y en un despacho de San Felipe, sigue resistiendo a la amnesia de los tiempos y a los adoquines que pretenden esconder la mar.

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