Córdoba

Casa Venancio baja la persiana

  • Tras un siglo de actividad, mañana cierra sus puertas el decano de los comercios de la calle Almonasl historia El edificio albergó una antigua ermita y resultó gravemente afectado durante un bombardeo de la guerra civil.

La característica fundamental de la calle Gutiérrez de los Ríos es su actividad comercial, cuyos orígenes se remontan a la Edad Media. Este hecho hace que a esta vía se le conozca popularmente como Almonas, que significa "pequeñas tiendas y fábricas de jabón", como explica Enrique Cachinero, propietario de Casa Venancio, un establecimiento de ultramarinos que hoy abre sus puertas por última vez.

A Cachinero le ha llegado la hora de la jubilación, a lo que se suma que "no hay nadie que continúe" una actividad comercial que se inició hace un siglo. En aquel momento, Venancio Mainez se asoció con su primo Pablo Sánchez para abrir un negocio en la casa que hace esquina con la calle Alcántara. Años más tarde pasó a manos de un sobrino, Felipe Fernández, quien cogió las riendas poco antes de la guerra civil conjuntamente con Enrique Cachinero Bermúdez, padre del actual titular.

Sentado junto a la caja registradora y rodeado de unas estanterías prácticamente vacías, Enrique recuerda los tiempos de esplendor de esta calle, los que van desde los años 40 hasta 1955, momento en el que la desaparición del antiguo mercado de la Corredera y el traslado de las Lonjas a la Fuensanta marcaron el declive de la zona. "Había que pedir permiso para pasar por la calle", explica, a la vez que recuerda los innumerables comercios que daban vida a la calle Almonas: La Sultana, que además de las merengas de coco vendía todo tipo de arropías; la tienda de ropa de José Benítez Madueño; La Casa de los Niños, de López Raya; la taberna El 6; Miguel el barbero; Aroca el sastre; La Casa de los Plátanos; Saldos ACA y Blanco el relojero, "el padre del teniente de alcalde Rafael Blanco", que estuvo en esta calle antes de trasladarse a Marqués del Boil. Un personaje singular era Luis, el hermano invidente de Elvira, la propietaria de un negocio que combinaba el estanco con la taberna. Este hombre, después de una venta, cogía un lápiz del revés y hacía las cuentas mentalmente como si en realidad estuviese sumando sobre el mostrador. Lo curioso del caso es que no se equivocaba nunca en sus operaciones aritméticas.

La misma Casa Venancio, al igual que la calle, también cambió con el paso de los años. Si últimamente era una tienda de alimentación al uso, con la característica de las latas de conservas que siempre decoraban su escaparate, hubo momentos en los que llegaron a vender de todo. Recuerda que la gente iba buscando hilo para pescar, carburos para las casas que no tenían luz eléctrica, tripas para embutidos, aliños para matanzas, baratijas, cromos o muñecas de cartón. La tienda aún conserva en desuso un depósito en el que se almacenaba el aceite que llegaba en pellejos y que se vendía con una bomba a granel, lo mismo que se expedían las legumbres, el azúcar o, incluso, el atún que venía en las grandes latas del Consorcio Almadrabero.

Eran los tiempos en los que se colgaban de la fachada grandes piezas de bacalao como reclamo de los clientes que iban y venían de La Corredera. Cuando la tienda cerraba al mediodía, los bacalaos no se descolgaban y por la tarde seguían en su sitio. No llegó a faltar ninguno, gracias a que la seguridad en la zona estaba encomendada a Manuel Monleón, un guardia civil conocido como El cabo de la Magdalena, que "era dinamita" y tenía asustado a todo el barrio.

Si hubo un antes y un después que marcó la trayectoria secular de Casa Venancio fue la bomba que cayó el 26 de agosto de 1936 y que se llevó por delante la vida de un hombre que vendía cupones en La Almagra y la de una mujer a la que no le dio tiempo de llegar al refugio. Enrique Cachinero conserva una fotografía en la que se ve cómo quedó la casa de enfrente, la que hace esquina con Cedaceros. La suya quedó destrozada hasta el punto de que hubo de reconstruirse toda la parte recayente a la calle Almonas. En la parte trasera, en cambio, se conserva la construcción original de la vivienda en la que destacan tres arcadas correspondientes a la antigua ermita, así como el acceso a un sótano que se convirtió en refugio durante la guerra.

Los productos que ha vendido Cachinero en Casa Venancio en los últimos tiempos no tienen nada ver con los que él conoció en su juventud. Eran tiempos de carencias y cualquier cosa servía para llenar el estómago. "Aquí las algarrobas se traían por vagones", recuerda. La achicoria y la cebada tostada eran los sucedáneos populares del café que, por cierto, llegaba verde y había que tostar en unos bombos metálicos. Aquella operación perfumaba no sólo la casa, sino que trascendía a las colindantes. En una de ellas vivía el pintor Rafael Botí antes de marcharse a Madrid a ganarse la vida como violinista. Botí recordó años más tarde: "Hay que ver lo bien que pinto en mi azotea oliendo a café".

Hace una veintena de años comenzó el declive definitivo de la calle Almonas. Casa Venancio ha sido testigo directo de los tiempos de apogeo y de caída de la principal zona comercial de la ciudad. Hoy, cuando cierre sus puertas, Casa Venancio pasará a ser parte de la historia de la ciudad.

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