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El pasado siempre vuelve

  • Dualidad. Medina Azahara entra en la Lista Indicativa de la Unesco, pero las sombras de gestiones de un ayer muy próximo se ciernen sobre una declaración que no será cosa fácil

PUNTO y contrapunto en una misma semana, en apenas unas horas. Clímax y contraclímax. Así, si por un lado conocimos el martes que el Comité de Patrimonio Español ha decidido que Medina Azahara entre en la Lista Indicativa que conduce, con el paso del tiempo y una buena dosis de esfuerzo y fortuna, a la Declaración de Patrimonio de la Humanidad, apenas un par de días después llegaron las declaraciones del profesor Víctor Fernández, asesor de la propia Unesco, para recordarnos que el camino de la ciudad palatina a tal nombramiento será complejo, mucho más que el que recorrieron en su día la Mezquita-Catedral, el Casco Histórico o los Patios. Tan difícil, según se desprende de sus palabras, que incluso podría quedarse en la Lista Indicativa, que es poco menos que nada, por los siglos de los siglos.

No es la primera vez que este profesor de la Universidad de Sevilla, que pertenece al Icomos, el organismo especializado al que consulta la Unesco, alerta de los problemas que padece este espectacular yacimiento. En principio, son dos los que él observa. Por una parte, que durante el siglo XX se realizaron algunas restauraciones voluntariosas y escasamente científicas que, por ello mismo, le restaron autenticidad a lo que fue la ciudad palatina del poderoso Abderramán III. Por otra, que la proliferación en su entorno de parcelaciones irregulares como la de Las Pitas o la de Córdoba la Vieja también lastran la candidatura de forma evidente. Son cosas más o menos sabidas, pero que en el feliz momento que se vivió el martes quedaban en un segundo término. Ahora, pasada la emoción primera, afloran, y preocupan.

Lo de las restauraciones dudosas es algo que al fin y al cabo puede entenderse, pues cierto es que a Medina Azahara el método científico de trabajo llegó quizá un poco tarde. Se hizo lo que en la sensibilidad de la época se consideró oportuno, y ahora resulta complejo dar marcha atrás y deshacer el camino que se anduvo. Más dramático y triste parece sin embargo lo de la proliferación de las parcelas aledañas, que se produjo durante la democracia misma, incluso hasta hace poco más de una década, y en lo que no hubo un voluntarismo equivocado ni nada por el estilo. Ahí sólo primó el afán de algunos por obrar donde no debían sin papeles y la pasividad de unas administraciones que miraban para otro lado y que no actuaban con dureza tal vez por el miedo de perder cuatro votos. Tampoco los de la sociedad civil anduvimos y serios y luchamos con la fuerza precisa para evitar tales excesos. Ahora, sin embargo, el tema vuelve a aparecer, y condiciona la posibilidad de que Córdoba logre su cuarta declaración de Patrimonio de la Humanidad, lo que sería sencillamente algo histórico, una pasada.

Lo que dice el profesor Fernández es sin embargo tan sólo una opinión personal, por lo que no hay que descartar que si se hace un esfuerzo provechoso en la elaboración del expediente lo de Medina Azahara pueda salir hacia delante. La ciudad palatina, si te explican bien su historia, tiene un embrujo poderoso que te hace tomar conciencia del papel que jugó esta ciudad, de tu pequeñez como individuo en lo que significa el curso de la historia y de los efectos del paso del tiempo y de las guerras. Es una especie de símbolo de cómo la civilización puede caer en una noche cuando apremia la barbarie. Con eso siempre se puede contar y no hay que descartar que la ciudad palatina supere todas esas trabas que se le achacan derivadas de la falta de rigor. El profesor sevillano, a la vista de los problemas que él aprecia, incluso plantea la posibilidad de que el yacimiento se dirija hacia la Unesco no por sí sólo, sino integrado en una candidatura más amplia y novedosa, como Paisaje Histórico, junto a otros monumentos de la Sierra y de la Carretera de Palma del Río. Los especialistas deberán estudiar ahora tal posibilidad, en cierto modo menos romántica pero quizá más práctica.

Lo que queda sin embargo en el sustrato del que esto escribe es la sensación de absoluta veracidad de una frase que a menudo se dice de forma casi tópica: el pasado siempre vuelve. Lo hace en las películas -recuerdo ahora la magnífica Retorno al pasado de Jacques Torneur con Robert Mitchum como protagonista- pero también en la vida real y en la vida política. Si algo dejas atrás mal cerrado, lo más posible es que en el futuro reaparezca e incluso te explote en las manos poniéndolo todo perdido. Así puede ocurrir con las parcelas del entorno de Medina Azahara el día que no presentemos ante la Unesco. Y no sólo con eso, sino que el pasado puede regresar un día de chaparrón en otra zona de viviendas irregulares que suscita incluso problemas mayores: la de los aledaños del cauce habitual del Guadalquivir. Algunas de ellas ya las vimos cubiertas de agua hasta la chimenea en una imagen dantesca y antológica hace no mucho, y aunque entonces se hablo de tomar medidas y de no sé qué empalizadas, lo cierto es que aquel asunto ya ni siquiera está en la agenda política y antes o después volverá, y con peligro de drama. Futuros gestores y futuros ciudadanos nos tendremos que comer los errores de los gestores del ayer, algo que siempre ocurre. De ahí que convenga dejar en el presente todo lo mejor atado posible, aunque en este país y por estas tierras lo normal es dejarlo todo para mañana y evitar agobios en el hoy. Queda tan sólo confiar a que en cuanto a Medina Azahara se refiere el expediente se trabaje con mimo y al final el esfuerzo del presente sirva para enjugar los excesos del ayer. Desde aquí, más allá de estas quejas volanderas, a ellos nos pondremos en la medida de las posibilidades al alcance. Porque cuando uno se enamora de la magia de Medina Azahara lo hace para siempre. Y si hay cosas que duelen es simplemente porque la ciudad palatina en su día nos conquistó.

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