Córdoba

Las caras de la Dignidad

  • Desde hace casi un año, un nutrido grupo de voluntarios trabaja para convertir el antiguo colegio Rey Heredia en el corazón latente de un proyecto social común.

Para abrir la vieja puerta de una escuela abandonada bastó con un poco de fuerza física y una buena dosis de esa rabia que mana del desencanto. El calendario marcaba el 4 de octubre de 2013 el día que un grupo de personas decidió entrar en el antiguo colegio Rey Heredia para hacer de él un centro social. Casi un año y algunas amenazas de desalojo después, el edificio tiene poco que ver con la ruina que se encontraron entonces: la Acampada Dignidad ha conseguido hacer el epicentro de un proyecto social común y lo más parecido a un hogar que muchos ciudadanos, necesitados de ayuda y comprensión, han podido encontrar.

Desde hace casi un año los titulares de prensa se han hecho eco del esperpéntico partido de tenis triple que mantienen Ayuntamiento, Acampada Dignidad y Consejo de Distrito con respecto a la cesión del inmueble.

El gobierno municipal hará al Consejo de Distrito titular del Rey Heredia si la Acampada Dignidad lo desaloja antes, pero el órgano de representación vecinal se niega en rotundo a pedir el desalojo a los miembros del colectivo que, por supuesto, tampoco están dispuestos a levar anclas del edificio hasta que el Consistorio haga efectiva la cesión pactada. Y mientras las declaraciones y hachazos de unos y otros se lanzan y devuelven en salas de prensa y comunicados oficiales, el día a día en el colegio Rey Heredia se rinde a la rutina de trabajo que mantienen activa decenas de personas que, desinteresadamente, pasan las mañanas y las tardes bajo su techo.

El ahora Centro Social Rey Heredia no se levantó de la noche al día: para esta alquimia hicieron falta esfuerzos de coordinación y un punto de idealismo sano -ese que cree honestamente en la posibilidad de fabricar un mundo mejor-. Los primeros implicados en esta labor contagiaron a los demás la experiencia recogida de su participación en distintos colectivos sociales -hasta 100 asociaciones diferentes confluyen en la Acampada Dignidad- y así se dieron los primeros pasos de organización. No sólo había que limpiar y adecentar un edificio que llevaba años cerrado a cal y canto; también era importante dotarlo de un sentido social, que a fin de cuentas era el objetivo último que perseguían. Casi 365 días después, basta con poner un pie en el antiguo colegio para ver que sus fines se están cumpliendo.

Como en cualquier hogar de bien y orden, en el colegio Rey Heredia se dividen las tareas. Los que se implicaron desde el comienzo de la aventura tienen ya asumida una rutina de trabajo, si bien los voluntarios no paran de ir y venir, sujetos siempre a sus obligaciones personales. Una de las áreas de acción más importantes es el comedor, al que acuden personas que encuentran dificultades para poner cada día un plato sobre sus mesas. En este espacio atendían a un centenar de personas diariamente, hasta que el Ayuntamiento cortó el suministro de agua del edificio y envió una inspección de Sanidad que ordenó el cierre inmediato de la vieja cocina, que no cumplía una serie de requerimientos sanitarios.

Pero esta afrenta no sirvió para parar los pies a la Acampada Dignidad y durante el verano han llevado a cabo una serie de reformas para adecuar la cocina a las exigencias de Sanidad. Entre ellas, cambiar el viejo mobiliario de madera por un nuevo equipamiento de acero inoxidable, un fin para el que los miembros del colectivo solo han tenido que asumir el coste de los materiales a través de los donativos ciudadanos. De la mano de obra se encargó un habitual del Rey Heredia, que trabaja este material como profesión. "Aquí las cosas funcionan así", cuenta Gloria, una de las voluntarias del área de cocina, "cada uno aporta lo que sabe".

El cierre de la cocina tampoco ha impedido que se siga dando alimento diariamente a aquellos que lo necesitan: desde que la actividad culinaria cesara en el interior del edificio, los voluntarios han trasladado la cocina a sus propias casas, desde las que portan al centro la comida ya preparada para distribuirla entre los 70 usuarios. "Traemos comida para 70, más o menos. Depende. Muchos vienen todos los días", cuentan Gloria y su compañera Carmen. Ambas trabajan como limpiadoras y dedican su tiempo libre por las tardes a echar una mano en el comedor del Rey Heredia. "No hay un perfil de la persona que llega aquí para pedir comida", insisten, "muchos de ellos son familias normales, de cinco miembros, a los que no les llega el dinero para dar de comer a sus hijos todos los días". Para no despertar las preocupaciones de los más pequeños, aseguran que muchas familias optan por "llevarse la comida a casa y tener la mesa preparada para cuando los niños vengan del cole. Como si no pasara nada". Alrededor de 15 personas trabajan de forma voluntaria en la cocina del centro, que esperan poder reabrir una vez que recuperen el suministro de agua potable, otro de los requisitos que les impone Sanidad. Actualmente sólo cuentan con el agua que transportan en bidones desde fuentes cercanas.

Matizan con insistencia que la labor que allí realizan no es una obra de caridad, y esto no pasa inadvertido para las personas que acuden al centro solicitando ayuda. La autogestión y el trueque conforman una filosofía que lo impregna todo: quien recibe alimento sabe que tiene que dar algo a cambio, por eso muchos de los usuarios habituales del comedor son los mismos que se ofrecen para preparar la comida, limpiar las salas del colegio o poner sus conocimientos u oficios al servicio de la comunidad. Este modus operandi -yo te doy, tú me das- no solo se aplica a los usuarios del comedor: también los que reciben clases de apoyo por parte de los profesores involucrados en el área educativa del Rey Heredia asumen y participan en esta dinámica.

Guadalupe López es psicóloga y coordina el grupo educativo en el que trabajan unas 30 personas. "La mayoría son profesores que trabajan en colegios de la capital", explica López, "aunque también hay personas en paro, educadores sociales, psicólogos...". La vertiente educativa del Rey Heredia empezó con clases de apoyo para niños de primaria, pero a lo largo del año se han ido uniendo nuevos proyectos como los cursos de alfabetización para adultos o la escuela de verano. A partir de octubre retomarán la actividad, sumando además a su oferta educativa talleres como el de Educación Emocional y marcándose un objetivo claro: llegar a las familias. "Esto no sólo consiste en dar clases de apoyo a quien vaya mal en el colegio", dice López, "sino que forma parte de todo un proyecto común, que es el del Rey Heredia. Por eso queremos trabajar con las familias y que se involucren". Algunos padres de los niños que acuden a las actividades del área educativa entienden bien la filosofía "y proponen cosas", afirma. "Por ejemplo, una de las madres ha propuesto impartir un taller de Sevillanas, a modo de trueque".

Una de las enormes salas con las que cuenta el antiguo colegio ha sido convertida en una biblioteca que sería la envidia de cualquier aficionado a la lectura. "Cuando se nos ocurrió montar una biblioteca decidimos colocarla en la habitación más luminosa", cuenta Saida García, educadora social y una de las encargadas de este área. "Aquí trabajamos personas muy diferentes", explica, "desde los más jóvenes, como yo, de 24 o 25 años, hasta personas de más de 50. Cada uno tiene formas diferentes de ver las cosas, aunque compartamos unos ideales, y de la sinergia nacen muchas cosas buenas". La biblioteca se inauguró en febrero y desde entonces no ha cesado su actividad. "Ha sido un esfuerzo muy grande echar esto a andar, porque hemos sido autodidactas y hemos tenido que aprender a catalogar los libros, a realizar los préstamos...". A principios del pasado verano la biblioteca ya contaba con más de mil libros catalogados, aunque asegura que ahora hay cientos de ellos más. Para algunos, llevar libros al Rey Heredia supone su manera de colaborar con la causa. "Y si ese es el granito de arena que pueden aportar", afirma, "bienvenido sea". De esta forma, el trabajo que realiza el grupo encargado de la biblioteca nunca para. García cuenta que el primer paso fue adecentar la sala, que, si bien hoy puede presumir de mobiliario y decoración, no siempre fue así. "Hubo que partir de cero", y para ello fue esencial la colaboración de los voluntarios. Por ejemplo, las relucientes estanterías que ahora albergan los libros no estarían allí si no fuera por la ayuda desinteresada de algún compañero manitas que se prestó a ello. Además del préstamo de libros, la biblioteca ofrece otros servicios, como un club de lectura que se reúne una vez al mes, recitales poéticos o presentaciones de libros.

Además de la cocina, el comedor, la biblioteca, salas de reunión y el inmenso patio en el que celebran asambleas y actividades al aire libre, el Rey Heredia cuenta con un estudio de radio casero desde el que un grupo de aficionados a este medio de comunicación realiza sus propios programas. Junto a la puerta de la sala que lo alberga, una placa recuerda al periodista cordobés Alberto Almansa, fallecido en el mes de mayo, quien estuvo muy implicado en el día a día del Rey Heredia y fue uno de los impulsores de la radio del centro. Como prueba del cariño que inspiró entre los miembros de la Acampada Dignidad, su retrato preside además el modesto estudio de grabación. "Hay una locura extraña aquí que se contagia", cuenta Álex Castellano, uno de los responsables de la emisora. "Fíjate que yo llegué sin conocer a nadie y me he quedado", afirma. Dispuestos a empezar con fuerza a partir de octubre, los habituales de la Radio Dignidad -así se conoce a la emisora, que radia en el 103.2 de la Frecuencia Modulada y en Internet- se muestran abiertos a la colaboración de todo ciudadano que esté interesado en participar. "Especialmente, a los profesionales", matiza Castellano. "Tenemos mucho que aprender".

Absortos en su rutina diaria, las caras que se cruzan a diario por los pasillos del Rey Heredia no han tenido tiempo de darse cuenta de que casi ha pasado un año de su llegada. Ahora que es el momento de la celebración -un nutrido programa de actividades les servirá de fiesta de cumpleaños- les pasan por uno y otro lado incertidumbres sobre su futuro más próximo. Sin desalojo no habrá cesión; sin cesión no habrá desalojo: las partes parecen tener claro que no hay que dar pasos atrás ni para tomar impulso. Y mientras las pugnas políticas se producen tanto en los despachos municipales como en las humildes salas de reunión del Rey Heredia, el que fuera un colegio abandonado sigue nutriéndose de la ilusión de sus voluntarios, tan conscientes de las dificultades que enfrentan como convencidos de que enfrentarlas valdrá la pena.

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