RAMÓN ROMÁN ALCALÁ. PROFESOR de filosofía en la universidad de córdoba

"Sin Humanidades, el mundo acabará derivando en una sociedad de esclavos"

  • El experto en escepticismo griego reflexiona sobre la deriva de las Letras en su último libro, 'La terapia de lo inútil', y propone la Filosofía como remedio contra el tedio contemporáneo

EL filósofo de hábito y barba espesa es un personaje que pertenece más al imaginario colectivo y a los frescos renacentistas de Rafael que al mundo real. Ramón Román Alcalá tiene la apariencia de un hombre sencillo y una mente inquieta que ha recogido el testigo de toda una vida dedicada a la investigación sobre el escepticismo griego. Además de ser profesor de Filosofía en la Universidad de Córdoba, dirige la casi agonizante Cátedra de Participación Ciudadana. En su último libro, La terapia de lo inútil (Editorial Cántico, 2014), se alza en lucha contra la barbarie que desde el siglo XX viene arrinconando la cultura y el pensamiento crítico.

-Ya desde el título, La terapia de lo inútil, puede entreverse la lógica que seguirá el libro, en el que discurre sobre las horas bajas que vive la Filosofía hoy por hoy.

-Es un libro de duelo y el punto de partida es el desastre: la falta de interés reinante acerca de la Filosofía y de todas las Humanidades. No obstante, el subtítulo de la obra, Una filosofía después del desastre, adelanta que existen posibles soluciones.

-Se mueve en un terreno algo catastrofista cuando afirma que "la barbarie se extiende en nuestro siglo", y apunta como principal síntoma la pérdida de la razón crítica. ¿Cuál sería el germen de ese problema?

-Las nuevas tecnologías marcan un antes y un después. Antes el conocimiento era algo necesario y la mayor parte de las personas consideraban que les podía ayudar en la vida. Las nuevas tecnologías permiten el acceso a todo tipo de conocimiento solo con un clic, por lo que el conocimiento ha perdido su valor. Solía ser algo en lo que nos teníamos que esforzar, un sacrificio casi doloroso, porque tenías que invertir muchas horas de tu vida para formarte. Ahora la formación clásica, lo que caracteriza al mundo de las letras, el interés por la tradición, el pasado, ese cordón umbilical con el presente parece haberse roto. ¿Para qué estudiar Latín o Filosofía? Es posible tener un trabajo, ir por el mundo, sin conocer esas cosas. El problema es que a la larga el ciudadano será incapaz de distinguir la verdad de la demagogia, de reflexionar sobre problemas cotidianos. Ese desinterés acabará generando una sociedad casi de esclavos.

-Es curioso que se acuse esta pérdida de interés en el conocimiento justo cuando el acceso al mismo está más democratizado.

-El exceso de luz te deja ciego. Además, que haya posibilidades de acceder al conocimiento no significa que la mayoría de las personas lo hagan, y el tipo de conocimiento con el que nos hemos formado es diferente al que se demanda hoy. El problema es cómo nos vamos a adecuar las letras a ese cambio. Está claro es que no nos podemos quedar como resistentes, porque desapareceríamos. Ha habido una mutación social y no hay vuelta atrás. Me baso en experiencias con mis alumnos, sobre todo. En la televisión vemos a personas zafias y ordinarias que no tienen relación alguna con la cultura. Que esas personas formen parte de la programación televisiva basura es algo normal. Lo que no es normal es que mis alumnos no lean libros, que su relación con la cultura sea poco efectiva. Si quieres usar la razón tienes que saber cómo se ha usado hasta ahora. Podría entender que un informático no haya leído un libro en su vida, o que haya políticos, en Córdoba mismo, que también se feliciten por no haber leído nunca. Pero que lo diga un alumno universitario de Historia, de Historia del Arte o de Filología en plena etapa formativa es lo paradójico.

-Pronostica la muerte de la filosofía y la cultura de seguir por este camino. ¿Qué responsabilidad tienen los gobiernos al no aportar el suficiente apoyo a las Humanidades, que pueden carecer de una aplicación práctica directa en un sistema de mercado?

-Evidentemente, tienen responsabilidad. Pero no es algo nuevo, ni es una cuestión local, ni nacional: es global. Los americanos llevan tratando este problema muchos años más que nosotros. Desde los 60 se generó un debate sobre si las universidades tenían que ser formativas o profesionalizantes. Ganó la segunda opción. Allí la mayor parte de las carreras de letras han desaparecido y las Humanidades se tienen por un complemento. Antes te pagaban por lo que sabías, pero ahora te van a pagar por lo que sabes hacer con lo que sabes. Lo interesante será el producto final, la capacidad para resolver problemas. Esto no es novedoso en ciencias y en técnicas, porque tienen un carácter instrumental, pero las letras solo son útiles para el propio ser humano. Los políticos enfocan la educación a la resolución de sus problemas, y eso tiene un coste: las personas que los resolverán no van a tener el fondo humanístico que nos hace mejores y nos acompaña durante toda nuestra vida. Un banquero que simplemente se sienta para resolver el problema de las hipotecas sin mirar que está echando a la calle a una familia necesitada no tiene moralidad ni sensibilidad. Eso no te lo dan la economía, ni la informática, ni la ingeniería. Te lo dan las Humanidades.

-¿Qué futuro le espera entonces a oasis humanísticos como esta facultad?

-Tenemos que tomar conciencia de ese cambio y empezar a preparar a las nuevas generaciones con otra orientación. Nos vamos a tener que convertir en coachs... Algo difícil en clases de cien personas por aula. Y hay que empezar desde la raíz. De lo contrario, las consecuencias pueden ser devastadoras: la mayor parte de las reformas de la enseñanza, y el informe PISA lo demuestra, están minando cosas tan básicas como la comprensión lectora. Un país sin Literatura, sin Filosofía, es un país sin futuro. Al final habrá una casta que sabrá moverse con esos hilos, y una gran capa de la población que solo servirá para trabajar. Pero eso no es la democracia: la democracia es que todos seamos príncipes, no esclavos.

-Habla de una cultura basura que está arrinconando a la elitista, cuando la visión más extendida es que es precisamente el elitismo el que expulsa a lo popular.

-El círculo elitista, que no es escuchado por la mayoría democrática, se separa de una sociedad que en cierto modo tiene una fortaleza mayor, cuantitativamente hablando. Esta tiene un aliado, la política, que está más interesada en lo cuantitativo que en lo cualitativo, porque se mueve por el número de votos. Por ello resuelve los problemas a corto plazo y no tiene visión de futuro. Hoy en día, en la televisión, por ejemplo, todos los programas de libros han sido sustituidos por programas de cocina. Son modas, y hay que tener cuidado con ellas porque marcan tendencias. Al programar, ya sea una ley de educación o una parrilla televisiva, no se puede buscar sólo lo fácil. Hoy en día, desde los poderes públicos, nos están dando constantemente chucherías, que están muy buenas pero nos suben el azúcar y nos pican los dientes.

-Quizás identificamos al filósofo con una figura solitaria inmersa en sus pensamientos, sin la posibilidad de disfrutar de esas chucherías. ¿No es compatible el ejercicio del pensamiento crítico con, por ejemplo, celebrar el ascenso de tu equipo?

-La Ilustración generó una marca en la Filosofía: el espíritu de seriedad. Pero lo divertido no se opone a lo serio. Un filósofo no puede encerrarse en una torre de marfil, tiene que estar en el mundo y en la sociedad. Y la sociedad es la que es, con sus luces y con sus sombras. Los grandes iconos no son los científicos ni los premios Nobel: su halo de autoridad se ha perdido.

-Denuncia la existencia de una sociedad indiferente, adormecida, pero en los últimos años se ha visto un auge de los movimientos sociales e incluso de formaciones políticas que proponen otras vías. ¿Puede ser el desencanto un revulsivo?

-No llegan a más del 20%, lo cual es significativo. Hay un 80%, los que ellos llaman la mayoría silenciosa, que suponen un problema. Por mucho ruido que haga un movimiento ciudadano, si no es capaz de incluir a esa mayoría seguirá cautivo de una opción política.

-¿Cree que el pueblo está preparado para la democracia participativa que exige?

-La participación ciudadana debería dejar de ser manoseada por las instancias políticas: yo, como ciudadano, tengo que participar, pero los partidos políticos no pueden utilizarme como cantera. Cualquier partido tiene un único objetivo: ganar las elecciones. Por eso nos utilizan como medio, no como fin. Son las asociaciones intermedias, no horadadas por la política, las que deberían iniciar los trámites de la participación ciudadana.

-¿En qué punto se encuentra la Cátedra de Participación Ciudadana de la UCO?

-Depende de la Diputación de Córdoba y lleva dos años sin convenio. Soy consciente de que estamos en época de crisis y que hay que reducir costes, pero hay partidos que reducen costes en participación ciudadana y otros que los reducen en otros ámbitos. Dependiendo de si existe o no recelo a esa participación.

-En su libro habla también de los horrores de una política reducida al marketing.

-Que el discurso político trate de ser lo más reducido y directo posible, incluso demagógico, supone un mal menor. Lo peor es el día a día de la política, las personas que se hacen cargo de ella y que ya no trabajan solo con los mensajes. Si eres bueno, tu política será buena; si eres inmoral, tu política será inmoral. Tenemos una galería de políticos corruptos numerosa, pero todos no lo son. Por eso son tan importantes las Humanidades.

-¿Es más difícil corromper a un sabio?

-Yo diría que sí. Si son personas críticas, generosas, justas, intentarán resolver los problemas alcanzando consensos. Una persona inmoral las resolverá dependiendo de su interés y beneficio, o del interés de su partido.

-Cuando se queja de la tiranía de la imagen en la sociedad actual también la asocia a la política. Muchas políticas actuales se materializan en edificios que permanecen vacíos y sin uso. ¿Es este el sentido en el que se concreta esa tiranía?

-Claro. Porque, ¿qué es un edificio si no una imagen? Es una estrategia que ha tenido mucho éxito, por ejemplo con el Guggenheim de Bilbao. Como les salió bien, todas las ciudades han seguido esa línea. Y aquí tenemos el caso del Palacio de Congresos, o el C4. La palabra requiere un tiempo y una argumentación, pero la imagen no pasa por filtros, va directa al cerebro, y no hemos sido educados en un consumo crítico de la imagen.

-Apoya el conocimiento de la Historia, que no es cíclica pero sí repite constantes, para saber enfrentar los tiempos que vivimos. ¿Qué nos enseña ahora mismo?

-Por ejemplo, para leer un periódico tienes que saber Historia. No puedes entender lo que está pasando entre Israel y Palestina si no echas una mirada a la Historia. Puedes caer en el error de decidir tú quién tiene la culpa, cuando en realidad es un problema de muy difícil solución, y tanto unos como otros tienen sus propias razones. Otro ejemplo: los nacionalismos en España. El dilema es que una persona decida si se hace nacionalista o no sin una perspectiva histórica, porque su conexión con el nacionalismo va a ser exclusivamente emocional, y si no hay racionalidad tenemos un problema. De la misma forma que si yo no sé que el Córdoba lleva 42 años sin jugar en primera división no puedo entender el fenómeno sociológico que se ha producido en la ciudad al retornar a la élite. La Historia te hace ser racional.

-La terapia para superar este tedio contemporáneo pasa entonces por aplicar la razón.

-Exacto.

-Sin desdeñar, por otro lado, cierto componente emocional.

-Por supuesto. Las emociones son muy importantes. Antes, los test de inteligencia medían exclusivamente la razón, pero ahora miden también las emociones. ¿De qué me sirve una persona que intelectualmente es un crack si es incapaz de entender y controlar sus emociones? Hoy en día la sociedad no tolera un mundo sin ellas. Los alumnos están interesados en lo que les emociona. Por eso Shakespeare no les interesa, porque no lo conocen y no les llega. Pues bien, hablémosles del amor, que eso sí les interesa, y a partir de ahí podremos explicarles la visión que tuvieron Platón o Shakespeare sobre el amor. Así se les abre un mundo al pasado, a partir del presente.

-¿Qué le decimos a la gente que defiende que la ignorancia da la felicidad?

-Bueno, Epicuro decía: "Las criaturas más felices que he encontrado en mi vida son los cerdos". Puedes elegir ser un cerdo satisfecho o un ser humano insatisfecho. Yo creo que es mejor lo segundo.

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