El viejo dilema del prisionero

Hay que convencerse de que la cooperación es algo obligatorio e imprescindible para la especie humana

Hablando de las interacciones de unos con otros y relacionándolas con las teorías de los juegos, hace un tiempo se puso como de moda un modelo de reflexión que, por sus características específicas, dio en llamarse "el dilema del prisionero". Muchos recordarán el planteamiento y los agobios que suscita a sus hipotéticos protagonistas. La cosa venía dentro del debate que una nueva ciencia (sociobiología) estaba proponiendo con ocasión del gran problema teórico y doctrinal del altruismo. Porque, visto así como deprisa, científicos plantearon cómo puede entenderse una actitud tal que choca directamente con lo que antiguamente se llamaba el instinto de conservación. El dilema, pues, del prisionero, expuesto de forma sencilla, se formulaba así: a X, que está incomunicado en una cárcel y condenado a treinta años, le ofrecen la libertad a cambio de denunciar a Y, que está en idénticas condiciones. A su vez, a éste, Y, le ofrecen lo mismo. Y a ambos les aseguran que, en caso de que ninguno acuse al otro, los dos saldrán libres pasados doce meses. Pero que, si ambos se acusan, cumplirán una condena de quince años cada uno. Una de sus variantes más plásticas es la del "viajero gratis": ya se sabe que, si uno se cuela sin pagar el billete, la empresa no caerá en quiebra, pero ¿y si todos los viajeros pensaran lo mismo?

El problema, que pasa a dilema personal para cada uno de los prisioneros al tener que optar entre acusar o no al colega y si fiarse o no de él, plantea como cuestión de fondo la pregunta sobre qué beneficia más a los protagonistas de la historia, si la cooperación entre ellos o la denuncia al otro, lo que en términos usuales se llama competitividad. Y la demanda doctrinal, trasladada con carácter universal a cada uno de nosotros como miembros de la sociedad, nos llevaría a proponer lo que algunos dirían la pregunta del millón: para que todos seamos más felices ¿qué es más rentable la cooperación, con la incomodidad cierta que ello suponga, o la competición?

El principio general que sustenta esta ejemplificación es que, fuera de los discursos morales rutinarios y, por lo general, inútiles, hay que convencerse de que la cooperación es algo obligatorio e imprescindible para la especie humana, como la única forma posible de amar a los otros, a todos. Y el ir cada uno, cada partido, por su cuenta no sólo es inútil y estúpido sino científicamente una majadería.

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