Lo ocurrido este martes en el pleno del Ayuntamiento de Córdoba es un buen ejemplo de lo que no debería suceder. Debates envenenados, imagen de división, reproches subidos de tono, declaraciones desafortunadas en tono pretendidamente gracioso sobre temas en los que las bromas sobran y hasta un abandono del Pleno por parte de uno de los grupos. Todo a propósito de algo tan sensible como la lucha contra el terrorismo y su condena. Creo que unos tuvieron más culpa, bastante más, que otros pero la impresión final es que todo se desmadró, que se dijeron cosas que nunca debieron decirse y de las que ya se habrán arrepentido y que, en fin, nadie estuvo especialmente acertado.

Aunque creo que a la alcaldesa se le fue el pleno de las manos y que la izquierda municipal pecó de falta de generosidad, no creo que sea de ningún provecho seguir echando culpas a nadie. El espectáculo fue triste, de los que no deben volver a ocurrir y todos tienen la obligación de hablar y trabajar para ello. La unidad frente a la violencia que tanto dolor y muerte ha causado en España es no sólo irrenunciable e inexcusable, sino exigible a nuestros políticos. No es aceptable que se aparten de ella. Por fortuna, y para satisfacción de todos, esa unidad, esa imagen de unión frente a la barbarie la exhibieron el miércoles con la lectura del manifiesto de la Federación de Municipios y Provincias y los cinco minutos de silencio secundados por todos y cada uno de los partidos políticos con representación en Capitulares. Así sí se hacen las cosas, la fea imagen del martes quedó superada y todos nos sentimos reconfortados.

En cualquier caso, y trascendiendo del episodio ocurrido en Córdoba, la reivindicación lógica y merecida de Miguel Ángel Blanco, no como un víctima de primera frente a otras como quieren presentar algunos con evidentes problemas de conciencia, sino como el símbolo de la reacción unánime de la sociedad contra los etarras ha evidenciado que entre ciertos dirigentes nacionales de la izquierda radical existe un cierto síndrome de Estocolmo con esa banda asesina, que hoy no mata pero sí existe y dispone de los medios para volver a hacerlo. No conozco a un solo votante de IU o de Podemos que simpatice con ellos, pero es inquietante que, como ha quedado acreditado esta semana, entre algunos de esos dirigentes (la imagen de Espinar en el Senado es despreciable) sí existan tales simpatías. Es responsabilidad de aquellos excluir a éstos.

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