Llegaron los sarracenos

Enzensberger lleva años diciendo que las guerras convencionales entre Estados se han terminado

De un tiempo acá da la impresión de que poco a poco van ganando los malos, despacio pero sin pausa van consiguiendo territorios y estructuras públicas, mientras nosotros, los buenos, vamos perdiendo posiciones y posesiones en los sistemas sociales, políticos y económicos. La relación, la que llamamos habitualmente lista, de los que forman ese grupo de ganadores empieza a repetirse, de memoria y por el mismo orden, siguiendo, por lo general, un criterio cronológico, que, de momento, termina en Trump. Además, se da el caso de que, al ser los malos, tienen que hacer maldades porque de otro modo ya no serían ellos mismos. ¿Y qué tipos de perversiones construyen para conseguir la victoria? Pues cambiando de nombre a un viejo vicio, llamando a la mentira posverdad o realidad alternativa. Con lo que consiguen muchos votos. (En algunos casos, tantos que hasta los que van a salir perjudicados con el nuevo orden colaboran. En USA, por ejemplo, se van a quedar sin cobertura sanitaria muchos de los que votaron a los republicanos).

Hans Magnus Enzensberger, notable y conocido pensador alemán, está convencido, y lleva muchos años diciéndolo, que las guerras convencionales y clásicas entre Estados se han terminado y que han sido sustituidas por lo que él llama "guerras civiles moleculares". Ni siquiera se conoce el número de las que hay en cada momento, pero el mundo, asegura, está lleno de conflictos de esta categoría. Y no ya en las antípodas, sino que "están presentes en las metrópolis, y sus metástasis forman parte de la vida cotidiana de las grandes urbes". Las tenemos aquí, entre nosotros, y no necesitan justificación ideológica sino que se apoyan en frases redondas que no tienen significado alguno.

No viene mal a este momento de la reflexión recordar la sarcástica redondilla anónima, tantas veces repetida: "Llegaron los sarracenos / y nos molieron a palos, / que Dios ayuda a los malos / cuando son más que los buenos". Porque, dejando la teocracia a un lado, viene a determinar que es el número de participantes lo que hacen propicios los hados y genera las ventajas generales. Cuantos más, mejor. Así los malos se justifican en que son muchos, y nosotros, los buenos, (¡faltaría más!) en la democracia. Que precisamente se basa en el poder de las mayorías, salvaguardando, claro está, a las minorías. ¡Menuda paradoja y grave aporía! De buenos y malos. Y de malos y buenos.

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