Gorgue no existe. Es la mala recreación divertida de un nombre real, Jorge, que tampoco existe. Pero para nosotros cuenta. Llevamos meses ya diciéndole a Gorgue que haga el favor de venirse al Algarve, ¡Gorgue vente al Algarve! Antes de Gorgue, que es –como digo– nuevo, teníamos una cita pendiente para tomarnos unos langostinos en Sanlúcar, e incluso antes (¡madre mía, lo que es el tiempo!) puede que ni siquiera aún existiera el Whatsapp. Lo que sí hacíamos, y hacemos con gusto, un grupo de amigos de mi otra casa, que es Antequera, es reunirnos con motivo de la Navidad (o con cualquier otro, que parecemos paganos bien informados celebrando los solsticios) para reencontrarnos, estemos donde estemos cada cual, y celebrar lo que se sea que haya que celebrar, pero, sobre todo, a nosotros mismos y la amistad.

Yo he entrado de rebote en ese grupo, en el físico fuera de las redes, hace algunas fiestas. La esencia del grupete la aportan Pepe y Belén, Francis y Nuria, Pili y Miki, Maite y Dani, Isa y Paco, y Maby, mi Maby, a quienes se añade al centro para hacer doce el menda. Los niños también, pero en esto no computan. Quince años de permanencia, fichando en todas las fiestas como el primero, haciendo bromas como el que más, comiendo y bebiendo bastante menos que todos ellos (claro, mucho brócoli y judías verdes) y evangelizando –eso sí, que hay cosas sagradas y no se tocan– contra la perversión infame de arrojar infiernos de hielo al suave cielo del anís me arrogaron por fin el privilegio reciente de pertenecer al grupo, el virtual de verde, con ellos. Salvo el parón de la pandemia y otra ausencia que me contó por motivos de trabajo, no he fallado ni una. A pesar de todo eso y al mío, quince años para estar dentro del Whatsapp. Más difícil que una oposición.

En estos días que comienzan las juntas de amigos en todos los lugares y de todas las formas, con mesa y mantel, de pie y tapeo, de sobremesa larga y tardeo, o de cena exquisita y madrugada, lo importante es disfrutarlas. Tenemos catorce mil compromisos de trabajo, de relaciones, incluso de familia, que puede que en todos sitios se cuezan habas y algunas amargas, que tenemos que atender, aunque no queramos, como para dejar pasar la oportunidad de juntarse por juntarse y celebrar. La Navidad, Hanuká, el solsticio de invierno o una estrella fugaz en Ganímedes son la excusa perfecta para hacer lo que todos los días no podemos, aunque deberíamos. La amistad es un lujo tan escaso y caro que apreciarlo es obligada devoción, para decir, como yo hago ahora, que, sin saber bien si me hacen de los suyos, estoy seguro de que ellos son de los míos.

Para todos, un recado: aprovechen la ocasión y disfruten. Para los followers de Gorgue: he contado las rotondas hasta nuestro destino y hay 67, algunas de diámetro óptimo. Vais a flipar, gorriones, y echad potaje, que me calle un rato.

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