A golpes

Detrás de los golpes de martillo y de las retenciones de tráfico lo que hay es muchísimas personas currando

Llevo cerca de un mes despertando al ritmo de las machotas, las escarpas y los cinceles de los albañiles que están reformando el piso de encima de mi casa. Cuatro semanas en las que el ruido comienza a las ocho de la mañana con precisión cirujana para disgusto de uno, que, por cuestiones de horario laboral, a esas horas suele estar en el séptimo sueño y sin gana alguna de abrir los ojos a la vida, a sus alegrías y sus miserias. Al principio, cuando comenzó el asunto, me lo tomaba con mal vino y ganas me daban de subir medio adormilado a decirles cuatro cosas a los honrados trabajadores, pero, cauto, me contenía. Confiaba, supongo, en que el asunto sería cosa breve, una reformita llevadera, volandera. Pero el tiempo fue pasando y así estamos: madrugando por narices, sin solución de continuidad, y descubriendo que a esa horas tempranas ya han puesto las calles, e incluso hay gentes recién peinadas por ellas, y algunos bares del barrio están abiertos y hasta se puede tomar uno un café calentito. Todo en la vida tiene sus ventajas si uno de trata de no hacerse sangre. Y así, y aunque mentiría si dijese que no sueño todos los días con el fin de las obra de ese Versalles que deben de estar construyendo arriba, siento también que el escándalo de cada amanecer es síntoma de que la situación económica mejora hasta el punto de que algunos afortunados pueden echarle unos buenos euros a la reforma de sus propiedades. Lo mismo que siento cada vez que, por motivos familiares y de raigambre, tengo que conducir por la polémica N-432 -¡autovía ya!- y veo que el tráfico de camiones y furgonetas se ha multiplicado por tres en los dos últimos años. O sea, que detrás de todos estos golpes de martillo y de estas retenciones de tráfico lo que hay es muchísima gente currando y miles de familias respirando aliviadas después de unos años en los que seguro que costó hasta respirar. Más golpes y más incomodidades serán pues necesarias para que los miles de parados que aquí quedan puedan salir del laberinto para incorporarse a esta bendita maldición del trabajo diario. De paciencia me armo pues con los ruidos y los inconvenientes, porque al final son mejoras y progreso. A golpes se hace la vida y a silencios la muerte. Tiempo habrá.

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