Un derecho pisoteado

En Cataluña el español está excluido de la Administración y expulsado y desterrado de la educación pública

Una costumbre extendida en España es pasar de un extremo a otro sin solución de continuidad, en movimientos pendulares en los que los matices pasan a irrelevantes. O blanco o negro, de don José a Pepito en un segundo. No hay duda de que las hoy lenguas cooficiales en España -aparte del español-, el catalán, el euskera y el gallego, fueron ninguneadas e incluso despreciadas durante largos años coincidentes con la dictadura, la larga noche de piedra, longa noite de pedra, a la que se refería el escritor gallego Celso Emilio Ferreiro. Cuarenta años durante los que se las consideró lenguas de segunda cuando no simples dialectos y durante los que, aunque extendidas en el uso diario de los ciudadanos, carecían de cualquier papel en la Administración y en la escuela o en la Universidad, de las que estaban proscritas. Una injusticia cultural, social y ciudadana.

De esa aberrante situación se ha pasado a la contraria en ciertas partes de nuestro país, especialmente, cómo no, en Cataluña y con tendencia expansiva hacia las Islas Baleares y la Comunidad Valenciana, donde el pancatalanismo está haciéndose fuerte y trabaja a diario por esa quimera llamada Països Catalans. Hoy en Cataluña el español está totalmente excluido de la Administración Pública catalana y expulsado y desterrado de la educación pública, a través de un presunto pacto social, que no existe, que impone su exterminación a través de la tan ingeniosa como nefasta fórmula de la inmersión. Inmersión por las buenas o por las malas. Presunta normalización convertida en imposición y exclusión.

Que el gobierno se plantee garantizar el derecho de los padres a escolarizar a sus hijos en Cataluña es una gran noticia, aunque es inevitable pensar si ha sido necesario llegar a este punto para abordar este tema. El gobierno tiene la obligación de garantizar un derecho esencial de los padres como es la elección de la lengua vehicular en la educación de sus hijos, sin que naturalmente suponga la vuelta a la situación de los años 60: se trata de elegir una de las lenguas, no de excluir ninguna; de garantizar que la lengua vehicular sea la elegida por los padres y, al tiempo, que se disponga de un adecuado conocimiento de la otra. Cualquier madre, cualquier padre, entenderá que siempre será mejor que esa elección le corresponda a ella que a una covacha de funcionarios y políticos sólo orientados a sembrar discordia y a dividir la sociedad con el ánimo de conservar el poder.

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