Tinta y borrones

Te conocía

No conocía a Laura Luelmo, pero sí a esas maestras que llegan solas, llenas de ganas de aprender y enseñar

Tengo la suerte de conservar a mis amigos de toda la vida. Algunos de ellos me acompañan desde los cinco años; todos llevan al menos dos décadas junto a mí. Varios de ellos son maestros, excepcionales docentes que se han recorrido parte de Andalucía y comunidades colindantes como Murcia hasta llegar a obtener su plaza, no sin antes dedicarle mucho esfuerzo. Recuerdo perfectamente sus inicios. Los meses preparando una oposición. El último fin de semana de junio señalado en el calendario y muchos planes sin ellos. Luego venía la mala noticia de haber aprobado sin plaza, la espera a la publicación de las listas, el completar los códigos de los colegios a los que no te importaría ir -todos-, el esperar una llamada que te podía mandar a la otra punta de tu casa.

Recuerdo sus nervios y también su ilusión. A veces eran dos semanas, a veces un mes. Con suerte, todo el curso. Me acuerdo de nombres de localidades que nunca antes había escuchado (Baños de la Encina, Badolatosa, Garrucha) en los que había que iniciar una nueva etapa continuamente. Recuerdo ahora nuestras conversaciones. Da igual lo pequeño que fuera el pueblo, siempre había un hostal. Recuerdo las anécdotas del cole de turno, las excursiones, la sensación tras el primer enfrentamiento con unos padres. Me acuerdo de quien cruzó el estrecho, hasta Marruecos, para intentar meter cabeza en un sistema injusto. Sola. Solos.

No conocía a Laura Luelmo, pero sí "a esas maestras que llegan solas, llenas de ganas de aprender y de enseñar, a cientos de kilómetros de su casa". Conozco bien esa sensación de apretar fuerte las llaves en los últimos metros antes de llegar a casa. Esa estrategia de simular que hablas por teléfono cuando te cruzas a alguien por la calle. La llamada de esa madre todas las noches al salir del trabajo, el mensaje de tu amiga de que ha llegado bien. Conozco la sensación de desprotección cuando vas sola por la calle, la de pedirle al taxista que no se vaya hasta que entres en el portal.

No te conocía, Laura Luelmo, pero para muchas era como si te conociéramos. Conocíamos esa ilusión, esas ganas de empezar de cero, el sacrificio de trasladarte a cientos de kilómetros de tu casa para poder trabajar. Conocemos ese arrojo de los veintipocos años, toda esa vida por delante. Y conocemos, desgraciadamente, esta sensación de tristeza.

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