Cuando cumplí seis años no recuerdo bien en qué pensaba, cuáles eran mis sueños si acaso los tenía. Supongo que andaría feliz y despreocupado por el caudal de cariño que siempre recibí en casa, tanto de mis padres como de mis hermanos. Todos estaban aún y nada hacía presagiar, ni por lo más mínimo, que algún día no fueran a estar. La vida. Igual que contaba con ese torrente fuerte en la familia, sospecho que ya por esas fechas (estas mismas de hoy, pero cuarenta y tres calendarios antes) estaría descubriendo que el colegio no era la tortura que yo conocía.

Como cumplo en diciembre mis cursos siempre empezaban para mí siendo de los más pequeños de la clase. En la clase A de primero de EGB me tocó una madre, don José Ortiz, con la ayuda inestimable de don José Palma, que llevaba la B. Sus esfuerzos con un niño retraído, asustadizo y poco hablador, hasta entonces, sin saber hacer literalmente la o con un canuto ni para el nivel de ese primer curso gracias al triste repaso que me había dado en un parvulario de nombre irónico el infame (Don) Rafael, el Bola, un tipo penoso y amargado que solo me permitía escribir, garabatear más bien, con lápices de colores para después corregirme el ejercicio con un cero al no utilizar lápices normales o que jamás me dejó pasar al baño, funcionaron. Aquel patán pasó y los dos Don José me abrieron un mundo. Con eso, la fortaleza de los míos y un poquito de suerte, empecé a ser otro. Eso sí lo recuerdo.

Desde entonces he tenido muchos sueños. También bastante trabajo para hacerlos realidad. He vivido experiencias fantásticas e infinidad de comunes. Me he desanimado y animado a partes iguales, pero he procurado seguir siempre ese orden para que lo último fuera el ánimo. He conocido a gente brillante. He sufrido la pérdida de algunos míos, pero tengo la fortuna de tener todavía a los que me quedan y reencontrarlos. Y tengo a mi madre. He metido la pata con una profundidad gigante, pero también sé que anoté algunos buenos tantos. He estado lejos de Dios a veces y a veces cerca, pero sé que el que se movía era yo.

He fracasado mucho, pero he ganado algo. He perdido amigos de toda la vida y también de toda la vida conservo uno, que es multitud. He sumado nuevos que, con independencia de cuando llegaran, hacen una vida entera. Busco ser buena persona y aunque la mayor parte de los días solo me perdono, otros lo consigo. He tenido la suerte que me brindan Javi, Laura, María y Andrea, de chicos y, ahora, ya de mayores. La encontré a ella y ya no me suelto. Soy libre. Y soy feliz.

A un pasito de la frontera del medio siglo toca seguir peleando, pero comprometo un sueño que es ambición: dentro de seis años, solo seis exactos, aquí, hoy ya allí, para siempre en lo que quede por delante. De Visconde da Luz, por Largo de Camôes, hasta Praia da Ribeira; luego, ya vemos si Paredão o Boca do Inferno hacia Rocha. Contigo. Seis años. Y la luz.

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