Poeta más allá de la muerte

Sus últimos poemas confirman que Eduardo fue poeta hasta el final, creador de mundos donde otros sólo vemos fealdad

La colección Vandalia de la Fundación José Manuel Lara acaba de publicar la poesía completa de Eduardo García, escritor nacido en São Paulo, en Brasil, pero cordobés de adopción y que falleció la pasada primavera a los 50 años dejando un hueco tremendo en la literatura española de este tiempo y en el corazón de los que fuimos sus amigos. El volumen, con esa edición tan cuidada en la que la gente de Planeta da lo mejor de sí, recoge todos los libros ya conocidos de Eduardo y le añade dos obras inéditas, en las que trabajó en la última etapa de su vida. Está ahí pues todo el Eduardo García poeta, y al tener todo eso ante uno no queda sino confirmar lo sabido: que es un legado imborrable y valioso tanto por la emoción vitalista que hay en su literatura como por la coherencia de un intelectual de altura, con el que se podía estar más o menos de acuerdo pero que siempre, más allá de su bondad natural y alegría contagiosa, despertaba una particular admiración moral por su integridad. Eduardo no es en fin un poeta más de los muchos que Córdoba da y esta colección de Vandalia lo confirma gracias a los poemas y también a los estudios que aportan el granadino Andrés Neuman y el escritor y crítico cordobés Vicente Luis Mora, que para mí es la persona que mejor ha sabido entender y divulgar el componente mítico de la poesía de Eduardo, meollo sobre el que todo lo demás va girando. De La lluvia en el desierto, que es así como se llama esta magnífica edición, me quedo sin embargo con el aliento de los últimos versos, con los poemas que hasta ahora me eran desconocidos y en los que aletea ya la enfermedad y se adivina el horizonte de la muerte. Su lectura no es agradable ni dulce porque la escena se dibuja al fondo, pero está en ellos eso que más admiré en la literatura de Eduardo: su capacidad para ensanchar los pulmones de la existencia -de ahí la mítica de la que antes se hablaba- incluso cuando todo se vuelve más tétrico. Confirmado queda pues que fue poeta hasta el final, hombre íntegro en su mirada, creador del que nacen mundos donde otros vemos grisura y fealdad. Un autor mayúsculo de nuestras letras al que dije cuando murió que volvería, y al que vuelvo y vuelvo. Al que siempre volveré.

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