El, al menos para mí, tan inesperado como deseado resultado de las elecciones autonómicas andaluzas celebradas el domingo pasado tiene multitud de lecturas y efectos diversos, pero por encima de todos uno: el Partido Socialista será al fin desalojado del poder detentado -con manifiesto abuso en no pocas ocasiones- en Andalucía a lo largo de los últimos cuarenta años. No por repetida es menos pertinente recordar la vieja afirmación de que el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente, que en la Andalucía reciente ha pasado de mera formulación retórica a demostración empírica. Por desgracia, el PSOE ha pensado durante mucho tiempo que Andalucía era su cortijo, y esa creencia, junto a una soberbia cegadora ha llevado a la política más sobrevalorada de las últimas décadas al fracaso más estrepitoso.

Con todas las diferencias que se quiera, abísmales en algunos asuntos, los votantes de las fuerzas despectivamente llamadas "las derechas" por el susanato y sus terminales han votado con un mínimo común denominador: el cambio. La expulsión de los socialistas del omnímodo control sobre cualquier resorte de poder ha constituido el motor del voto de cientos de miles de andaluces, y sobre esa idea habrán de trabajar sus líderes, siendo conscientes de que cualquier traición a ese mandato imperativo sería imperdonable y, con toda seguridad, duramente castigado en las urnas.

La izquierda tratará de dificultar ese cambio movilizando a parte de sus bases contra los ganadores de las elecciones (no gana el más votado, sino quien puede obtener los apoyos que le permiten gobernar: es una simpleza aludir despectivamente a los llamados pactos de perdedores, y lo es tanto cuando es el PP como cuando es el PSOE el que se refiere a ellos tratando de desacreditarlos). Sólo la irresponsabilidad y la falta de miras y altura política haría imposible un pacto que, bajo la presidencia de Juanma Moreno e incorporando miembros de Ciudadanos, logre el objetivo común de los votantes no socialistas y, seguramente, de muchos de los que votaron PSOE.

Resulta imposible no recordar al líder del principal apoyo de Pedro Sánchez -y en quien la, ya por poco tiempo, presidenta Díaz no habría tenido dudas en apoyarse- aludir a los escraches y al hostigamiento físico a líderes del centro derecha como jarabe democrático. Ese centro derecha ha preferido proporcionarle uno infinitamente mejor: los votos libremente emitidos en las urnas, esos que en los regímenes que él admira resulta imposible depositar. Este sí es jarabe democrático del bueno y con su preceptiva receta, señor Iglesias.

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