Hace algunos días hablé con la directora de El Día para el que, con carácter general, escribo esta columna, aunque a veces salga en otras cabeceras del Grupo Joly. Le pregunté si tenía que mandar artículos para el 25 y el 1 porque suponía que esos dos días, como es tradicional, no habría periódico. A Raquel le faltó poco para decirme lo que probablemente pensó, que soy más antiguo que un balcón de madera, porque la versión clásica, la de papel, no sale, es verdad, pero la digital no para, luego, sí, mejor mandarlos. Por contarlo todo, la directora, que es amable, me ofreció la posibilidad de descansar de los envíos estos dos lunes, el de hoy y el del año que viene, pero yo, que no soy amable ni cuando imposto, le contesté que sin problema los mandaría. La conversación (breve) fue en una pausa (corta) del trabajo (pesado) del día que fuera (largo) de otra semana intensa (rara) y no le deseé nada para la (feliz) Navidad. Y aquí me hallo.

Mi problema era que después de Las luces (no sé si se leyó; yo no lo hice) me las prometía tranquilas, sin tener que enfrentarme al papel vacío –que no es papel en realidad, sino pantalla– para escribir los caracteres con espacios que suelen formar esta columna, entre 2900 y 2990 habitualmente. Mi problema era que después de hurgar tanto durante este año en las heridas que nos deja el ambiente se queda uno sequillo a estas alturas. Mi problema es que, aunque me encanta la Navidad, cosa cierta y verdadera, no sé muy bien cómo afrontar la columna de hoy, después de la cena de Nochebuena, preparando el almuerzo de Navidad.

Tuve la tentación de escribir un diálogo entre la mula y el buey en el portal, pero lo descarté porque los animales no hablan. Tuve también la idea de escribir un relato corto del imaginario arrullo primero de María a Jesús en la mañana de Belén del día después, porque a veces me pongo fantástico. Pensé, después, en decir qué Navidad ni Navidad con la sangrante condena de guerras, allí y aquí, que nos embarga, porque también caigo en la desesperanza. Anduve dudando si felicitar muy cariñosamente a ustedes ya sabrán quién, que sigue sin llamarme para Paradores, porque mi optimismo es patológico. Meterme aquí en el traje de Papá Noel fue también una opción, pero no, porque ya no lo hago ni de verdad, que hasta los más chicuelos dejan de serlo… En fin, un desastre inspirador. Al menos, comprobé el calendario futuro y vi que esta eventualidad no volverá a darse hasta 2028.

Tras tres Mariah Carey, un Adeste Fideles, algún Tamborilero, y dos distraídos Oh Happy Day y Amazing Grace (que no son para ahora, pero a mí me gustan) supe qué hacer: prescindir de los paréntesis o colocarlos bien. Conversemos más, con la pausa que queramos; trabajemos, y no es un empleo, para ser lo que de verdad soñemos, todos los días, intensamente, y que vengan muchos. Y, sobre todo, fuera el paréntesis de feliz. Aunque no sea Navidad. ¡Madre mía, Raquel, 2989 sin felicitarte!

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios