Esta columna lleva un tiempo deslizándose de manera consciente por una pendiente que la alejó de lo cotidiano, huyendo de forma controlada de cualquier tentación que la ubicase en el análisis de la realidad ordinaria, por común y por fea, que nos rodea. Pero, llegado el fin de fiesta, empachada de turrones, mazapanes, vinos, carnes y pescados; servida de manteles y servilletas de hilo, cuberterías de ajuar; atropellada de encuentros alegres y desencuentros inevitables, reparte cartas al inicio del año que nos ha venido.

Carbón. Una carga grande, enorme, nos espera. No aguarda porque vayamos a conseguir descarbonizarnos (lo cual, en principio, no sonaría mal) y en algún sitio debamos conservar el que nos sobre. Carbón que tizna y ensucia y contamina es el que nos volverá a seguir quedando en lo que viene. Esto de casa no va a ir a mejor. Consolidado el gobierno, la oposición posible está medio noqueada, frustrada de tanto para tan poco, sabido que la suma en la aritmética parlamentaria es la que se lleva el gato al agua. Aunque derrotado en las urnas, no se olviden de recordarlo, la entrega le ha salido a cuenta, a pesar de todas las que haya que pagar, al triunfante resiliente presidente. Serán, pierdan cuidado y cualquier esperanza, no uno, sino cuatro años largos que pondrán a prueba el aguante de cualquier demócrata medio. Aunque se lleve, que así será, una paliza en Galicia y nos vuelva a avergonzar (si es que se puede más, más Pamplona) en País Vasco o palme con estrépito en las europeas, nada le inquietará. Si las torpes demostraciones de la idiocia casposa y cateta, dando palos, perdida la elegancia, y sin norte, perdida la brújula, a un pelele (o cualquier otra brillante iniciativa que se les ocurra a los niñatos miopes de Revuelta) siguen, tendrá además relato con que hilvanar un discurso fingido. Gasolina de lujo gratis para un carricoche de pacotilla.

Más carbón. Lo de fuera no enseña buenos naipes tampoco. Ni en Ucrania, casi olvidada, ni en Gaza, omnipresente, se vislumbran altos al fuego definitivos y la paz, si es que dejan camino para que exista después de esto, se antoja improbable. El riesgo de que esos conflictos engorden no es menor y hay otros posibles que nos amenazan en África, en Asia y en nuestro continente hermano americano. Para colmo, Biden está gagá (no puedo comprender la inacción de Kamala Harris) y, si nadie en los demócratas lo remedia, el tipo del pelo imposible volverá a ocupar la Casa Blanca. Pintan bastos.

Café. Me tengo que desintoxicar de todo. Verduras y sopas. Adiós cerveza y vino. Tengo que perder peso y dejar de fumar. Cero azúcar, sin duda; deporte, claro. Pero no dejaré el café. Los Reyes me han traído una máquina de competición. Cuando escribí esto lo hice tarde, pero con el primer café (negro negrísimo, aromático y caliente) que ha salido de sus tripas. Hay esperanza. Y más café.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios