Calendario

Cuando acaba el año, no hay experiencia más sorprendente –y perturbadora– que repasar las cosas que hemos hecho

Ahora que se acaba el año, no hay experiencia más sorprendente –y perturbadora– que repasar en el calendario todas las cosas que hemos hecho. Por supuesto, para ello hay que tener la costumbre pequeñoburguesa de anotar las obligaciones y las citas pendientes en un calendario. No todo el mundo lo hace. El buen hípster, la intensita antisistema, el eterno indignado anticapitalista no hacen estas cosas tan humillantes y tan prosaicas, claro que no, pero hay gente que todavía las hace (soy uno de esos idiotas). Pues bien, si miramos el calendario de los doce meses pasados, nos llevamos una sorpresa detrás de otra. ¿Yo hice esto?, nos preguntamos. ¿Realmente estuve allí? ¿Fue eso real o es una extraña alucinación de la memoria? Sólo han pasado siete u ocho meses, o quizá menos, pero los hechos más rutinarios se han convertido en experiencias extrasensoriales dignas de ser estudiadas en un programa de Cuarto Milenio.

Repaso algunas de estas anotaciones. “PM 6’30”, leo sin entender a qué se refiere (¿un viaje?, ¿una cita en un bar?, ¿un encuentro “sin duda inolvidable y ya olvidado”, como en el poema de Borges?). Imposible saberlo. Sigo adelante. “Stoner”, leo en otra cuadrícula del calendario. ¿“Stoner”? Ah, sí, ahora caigo: la novela de John Williams (extraordinaria, por cierto). Luego veo otra anotación insondable: “Gelves”. ¿Gelves? Y de pronto caigo en la cuenta de que fui a pasar la ITV en una estación de Gelves (en un día de lluvia tranquila de invierno, ahora ya una anomalía, ahora ya un misterio tan insondable como la física gravitatoria). Otra nota misteriosa dice: “River Song. Dennis Wilson”. Y haciendo memoria logro recordar que me puse a buscar en Spotify esa canción del gran, del grandísimo Dennis Wilson, el batería de los Beach Boys que murió ahogado cuando intentaba recuperar los recuerdos de su matrimonio que él mismo había arrojado al agua desde un velero en un momento de desesperación (y eso hacemos ahora, al terminar el año: intentamos rescatar, en vano, todo lo que hemos arrojado por la borda). Y en otro lugar del calendario, en agosto, veo la anotación “Hibiscos”. ¿Hibiscos? Y sí, sí, de repente aparece la imagen de mi madre contando hibiscos amarillos en un tiesto de la terraza.

Y hay muchas notas más, casi todas incomprensibles. Pero ¿no es eso la vida, amigos? Feliz año nuevo.

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