Andalucismo de salón

El peor insulto que pueda recibir Andalucía no está en las palabras del excónsul sino en las listas del paro

El ministro de Asuntos Exteriores, el jerezano Alfonso Dastis, ha estado rápido con el revólver y no ha tardado ni dos suspiritos en destituir al cónsul español en Washington, el barcelonés Enrique Sardá. La razón de tan fulminante cese proviene del particular gracejo del diplomático, que en las redes sociales anduvo cachondeándose del acento de nuestra señora presidenta, la simpar Susana Díaz. Un clásico como ya se sabe, pues mofarse de los andaluces y de su habla, tomarnos por catetos que acaban de soltar el azadón, es una especie de deporte nacional en el que ya incurrieron en el pasado políticos tan notables y brillantes como Artur Mas o las populares Monserrat Nebrera y Ana Mato, ambas por fortuna sepultadas en el olvido que le corresponde a los políticos chungos. Personas todas ellas de alta cultura, altísima, y de mucho tacto, de infinito tacto. Sardá, en fin, paga con su cargo su escaso sentido de la diplomacia, y en eso algo ha tenido que ver la propia Junta, cuyo vicepresidente le pegó un telefonazo al ministro para mostrarle el malestar por la presunta gracia del ya excónsul. Bien hecho por parte de la administración autonómica, aunque, aparte de estar pendientes de las redes sociales y de los insultos imperdonables que con el acento de la doña se puedan cometer, debería también ponerse a la cosa para sacar esta tierra de la pasividad ovejuna en la que anda metida desde hace años sin que se observen intenciones notables de salir de tal dinámica. Porque el mayor insulto que recibe Andalucía no es el que puedan lanzar pasmarotes como Mas o Serrá, sino el que recibimos cada vez que las cifras del paro nos colocan como una de las regiones europeas con el tejido productivo más débil y atomizado. Ahí es donde a uno le gustaría ver a la Junta y no sólo en los relefonazos y en ese andalucismo de salón que el PSOE maneja con soltura y que tantos beneficios electorales le ha dado a lo largo de las últimas décadas. Indignarse y llamar a Datis para que se cepille a un diplomático es fácil, pero cambiar dinámicas de larga postración es lo difícil. Ahí, justamente ahí, los quiero ver.

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